LUGARES PARA SOÑAR

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cerrar lo ojos y sentir

martes, 31 de marzo de 2020

LA PUERTA DE ATRÁS


Nuestra mente suele ser un arma poderosa, cuando la utilizamos bien; y una terrible herramienta de autodestrucción cuando la empleamos de manera incorrecta. Ocurre, que para el primer cometido, solemos ser conscientes de ello y para el reverso no siempre percibimos lo que ocurre.

El cerebro es permeable a un aprendizaje continuo. El conocimiento puede ser adquirido a cualquier edad, depende de las capacidades de cada uno y, sobre todo, de la curiosidad intelectual personal. La evolución es constante, en nuestros primeros años somos verdaderas esponjas capaces de introducir en nuestro disco duro una cantidad de información que no será la misma a posteriori. La evolución de nuestro cerebro se produce a la par que nuestro crecimiento y en la medida en la que nuestra personalidad se va asentando, el cerebro se empieza a mostrar más receptivo hacia unos temas frente a otros. Todos, en mayor o menor medida conocemos como funciona.

Hay individuos que en este proceso sufren momentos de disfunción en el aprendizaje. Por razones químicas, físicas o sociales la permeabilidad no es la misma, el desarrollo cognitivo es diferente, etc. Lo que puede traducirse en comportamientos erráticos. En trastornos diversos que nos lleven a una necesidad de ayuda. O en el peor de los casos de una dependencia emocional no diagnosticada que lleva implícitos no pocos problemas.

Sin embargo, hay personas, con un desarrollo normal, con las mismas capacidades que los demás que albergan dentro de sí una puerta que les lleva a un espacio interior en el que desarrollar ideas peligrosas; comportamientos perniciosos o extravagantes. Individuos capaces de adentrarse de cuando en cuando en ese laberinto y encontrar la puerta de salida para ser, aparentemente normales. Estoy seguro de que un profesional de la Psicología o Psiquiatría podría describirlo mejor, no es mi caso.

Este tipo de personas son, a mi modo de ver, peligrosas. Y no tanto para el daño que se pueden infringir a sí mismas como por el daño que van a causar en los demás; porque una relación con personas así lleva implícito un proceloso caminar por un campo de minas. Decir una cosa y la contraria suele ser una habilidad desarrollada por los políticos que vemos a diario; pero sufrirla en el ámbito del hogar llega a desestabilizar a niveles épicos. Asistir desde la cercanía a la trama que van urdiendo cada vez que cruzan esa puerta puede causar pavor. A mi modo de ver las personas mezquinas entran y salen todos los días de esos recovecos personales en los que se llenan de insidia y acaban siendo sujetos con una personalidad cainita que hace imposible una relación normal con ellos. Alguno pensará: “pobres, se hacen daño a sí mismos”, no lo tengo yo tan claro. Tal vez porque cuando cierran la puerta al salir, no tienen dudas sobre el cometido que tienen. Están absolutamente seguras de su verdad. Seguro que muchos personajes públicos que vemos en los medios estos días cruzan de cuando en cuando la puerta de atrás.

Todos somos susceptibles de una introspección en la que poder ser conscientes de nuestros actos. Quiero pensar que la gran mayoría de las personas están englobadas en dos grupos más o menos amplios y, hasta cierto punto, comunicantes: los que voy a llamar “cuerdos” y los que “no lo son”. Mas estoy seguro de que un grupo, también numeroso navegan entre ambos mundos. Con una puerta trasera que traspasan con cierta frecuencia, buscando ese lugar donde se sientes seguros y elaboran ideas (generalmente dañinas) con las que salir al mundo real para llevar a cabo su plan mental.
A nivel social todos nos habremos encontrado con personas así. Algunas seguramente necesiten ayuda profesional. Otros, en mi humilde opinión, lo que precisan es estar lejos de cualquiera a quien aprecies. Porque pueden resultar terriblemente destructivos.

La vida siempre estará llena de matices. Una continua subida y bajada por la cordillera de los acontecimientos. Precisaremos bidones de agua, el apoyo de los demás; tal vez nuestro propio espíritu aventurero o de lucha…. Y es bueno que en ese recorrido demos la mano a quien lo precise, empujemos a los demás colina arriba si nos alcanzan las fuerzas y frenemos la caída de los que se arriesgan a lanzarse sin frenos. Pero si en el trecho nos encontramos con personas que cruzan la puerta de atrás con frecuencia, es mejor desviarse del camino y emprender otro. No merece la pena remar en ríos sin agua.

domingo, 29 de marzo de 2020

Y DESPUÉS ¿QUÉ?


En estos días de zozobra para el Mundo tal y cómo lo conocemos se me vienen a la cabeza muchas preguntas, pero sobre todo una: Y después, ¿qué?. Deberíamos detener todos claro que las cosas nunca deberían de volver a ser como antes, o no todas.

Crecí en una época en la que se nos venían las veleidades del sistema capitalista frente a un fracasado comunismo. Tiempos en los que el demonio tenía cara de hoz y martillo y Dios se vestía con una túnica blanca y dólares como decoración.

Estoy seguro de que el Comunismo fracasó. No tengo ninguna duda; no le he tenido nunca. Entre otras muchas razones porque fue aplicado en lugares y comunidades que estaban muy lejos de los expuestos en sus razonamientos fundadores. Pero esa es otra conversación.

Tras la Gran Depresión del siglo XX, llegaron los Acuerdos de Bretton Woods, que sentaron las bases de las nuevas sociedades, del sistema capitalista que nos ha traído hasta hoy. Un sistema falaz que ha sabido articularse con el paso de los años y el correcto adoctrinamiento para traernos a donde hoy estamos. Nos vendieron el libre mercado y la igualdad de oportunidades. Una quimera que jamás nos hubiesen permitido alcanzar.

Ya en la anterior crisis global, y ahora en esta, el Capitalismo a puesto de manifiesto que su único interés radica el la supervivencia de las grandes Corporaciones. Razón por la que los poderes nacionalizan grandes empresas, salvan bancos etc. El hundimiento de las pequeñas industrias, la pérdida de trabajos etc son lo que ellos llaman : daños colaterales.

En esta crisis sanitaria global se han puesto de manifiesto no pocos pecados permitidos por la sociedad. El mayor de todos radica en pensar que somos dueños de nuestras vidas. Es obvio que no. En el mejor de los casos se nos permite decidir sobre temas domésticos. De cuando en cuando nos llevan a las urnas para darnos la falsa esperanza de que con nuestro voto podemos cambiar las cosas.

Está muriendo gente en todo el mundo, y más que va a morir (la gente no es consciente todavía de que van a ser muchos) y uno se da cuenta de lo frágil que es nuestra conciencia de grupo. Siguen manejándonos a través de su arma más eficaz, los medios de comunicación y las redes sociales modernas donde un sólo ordenador en las manos acertadas multiplica por millones las falsas informaciones.

En estos días de confinamiento global uno se da cuenta de la dependencia que tiene de cosas superfluas. Como diría Mujica, perdemos demasiado tiempo en comprar cosas que no necesitamos. Ese ha sido el caramelo del capitalismo.

Nunca habrá igualdad de oportunidades en sentido absoluto, aunque sí pueda darse en sentido amplio en determinados momentos. Cuando Churchill digo aquello de: “sobre el mundo ha caído un Telón de Acero” refiriéndose a las hoces y martillos que estaban del otro lado; era consciente de que el negocio del capitalismo daba un paso de gigante. USA nunca dejó de tener intercambios comerciales con la URSS, tan sólo disimulaba bajo banderas de conveniencia. A ambos lados del Muro les interesaba vender su particular burra.
La primera se desplomó por su propio peso e ineptitud en los 90, la segunda se desplomó en 2008, la salvaron soportando todos nosotros el peso, y ahora se ha vuelto a desplomar. ¿Por qué? Porque está construida sobre una falacia. No eres más feliz cuanto más puedes comprar (dictado 1 del Capitalismo); eres más feliz cuanto menos necesites.
La necesidad siempre será apremiante.

No sé cual es el modelo de Mundo que deberíamos dejar a nuestros descendientes, pero este se me antoja demasiado quebradizo. Eso sí, rompe siempre por el mismo lado.
El mundo está gobernado por poderes que están lejos del alcance de marionetas como Trump o Putin.

Cambiar el modelo no parece tarea fácil, pero se puede hacer. Todo lo que tenemos que hacer es tener pensamiento crítico. Ver qué carencias tenemos y qué estamos haciendo mal. No vamos a poder cambiar el poder que maneja el mundo desde los mercados de cereales capaces de producir hambrunas a tres mil kilómetros, para provocar inestabilidad, hambre y guerra. Pero sí podemos hacer algo para no tener países como Brasil, gobernados por psicópatas que hablan de un virus que mata a miles de persona como si lo hiciesen de un catarro.

Es responsabilidad de todos cambiar las cosas. Ojalá me equivoque, pero no lo haremos. Pasará este tiempo e iremos a los hospitales a decirles que son unos ineptos bien pagados por no atendernos de un corte en un dedo. O iremos a mítines para aplaudir a políticos que nos estarán mintiendo en nuestra cara. La droga que nos han vendido desde aquellos acuerdos en los EE.UU, nos han convertido en verdaderos yonkies del consumismo. Sabemos que un drogadicto, lo será siempre. Consuma o no.


EL CRUJIR DE LAS RAMAS


Dicen que cada uno encuentra su espacio en un momento dado en la vida. Ese lugar en el que uno desea permanecer el máximo tiempo posible. No quedarse para siempre, somos humanos y seguro que acabaríamos destrozándolo, pero si al que acudir cada vez que lo precisemos.

Si digo que el lugar donde mejor me siento es en medio de la Naturaleza, ninguna de las personas que me conocen se sorprenderían. Pues ha sido siempre mi refugio. El crujir de las ramas cuando el viento las mece siempre me ha provocado una sensación de paz difícil de explicar. Caminando en medio del bosque voy poco a poco dejando de lado la presión del día a día; las angustias y las penas… Podría decir poéticamente que entro en trance, pero no sería verdad, ya que soy consciente plenamente de que sólo estoy tomando aire para afrontar la realidad.

Las playas, el sonido de las olas golpeando la playa; el ulular del viento en las tempestades puede resultar una gran sinfonía a la vez que sobrecoge el corazón cuando uno se imagina en un cascarón a 20 millas de la costa. No soy hombre de mar, y sin embargo me gusta pasear por la playa mojándome, tirarme a las olas…

Han sido muchas las ocasiones en las que he emprendido viaje a montañas o costas con la única compañía de una cámara de fotos, los bastones para caminar y una mochila. Nunca me he sentido sólo. Tal vez porque siempre que recorro caminos o visito lugares lo hago con la misma ilusión que un niño. Me admiro de los paisajes que veo alrededor, descubro rincones nuevos en lugares que ya había estado, o simplemente hago un alto en el camino y escucho. Si prestas atención, la naturaleza siempre está en comunicación con uno.

En estos años he descubierto, en medio de la montaña, que nos perdemos demasiadas cosas en el mundo urbano. Y no hablo de paisajes idílicos o de momentos hermosos al descubrir unas vistas. Me refiero a la extraordinaria cantidad de tiempo que perdemos en nimiedades. Tres horas caminando se me hacen mucho más cortas que 20 minutos en un autobús camino del trabajo. El ritmo de vida que llevamos nos impide, muchas veces, darnos cuenta de lo importante que es para uno tener un lugar en el que hacer clic y dejar todo a un lado, atrás.

Cuando era niño tuve la fortuna de criarme en un pueblo, vivir en simbiosis con el entorno que teníamos y hacer que cuanto nos rodeaba formase parte de nuestros juegos. Desde la vía del tren hasta el río, pasando por los montes que teníamos cerca. Y sí, ya sé que hoy día los niños prefieren la realidad virtual de una consola a la vida real...o no; porque muchos nunca han tenido la oportunidad de vivir la naturaleza.

Y eso, vivir la naturaleza, escuchar como crujen las ramas cuando caminas por un soto; mojarte los pies mientras el agua de lluvia se desliza por el tronco de los árboles...son experiencias que hoy apenan disfrutan los niños y poco los adultos. En lo personal, creo que me han ayudado mucho en el desarrollo personal.

Uno nunca puede detener el tiempo. No puede tampoco negar una realidad que le golpea la cara cada mañana. Pero uno si puede acudir a una terapia tan barata como intensa, como es vivir la naturaleza con los 5 sentidos. Estoy seguro de que el mundo interior de las personas sería mucho más rico. Tendría más asideros a los que agarrarse y acudiría mucho menos a ese otro “mundo mágico” que reproducen las muchas drogas que reparte la medicina en forma de ansiolíticos, benzodiezapinas y otras drogas de uso legal.

No importa si bosque, prado, montaña, playa, río, desierto…..pasear por la naturaleza en soledad o acompañado es una píldora al alcance de todos que estimula sin efectos secundarios.



viernes, 27 de marzo de 2020

NUNCA EL TIEMPO ES PERDIDO


En estos días, en los que un enemigo invisible se ha metido en nuestro inconsciente haciendo aflorar los miedos atávicos que todos llevamos dentro, un elemento común nos arrolla un día si y otro también. El tiempo.

Otrora enemigo inexorable de nuestra existencia; caballo que nos lleva más o menos al trote hasta la vejez. Se ha convertido, de pronto, en una suerte de etapa estacional en la que tenemos la sensación de vivir como el personaje que interpretaba Bill Murray en “Atrapado en el tiempo”, donde el personaje revive cada mañana el mismo día.

En los primeros días el encierro sirvió para que muchos sacasen a relucir su lado cómico, su parte creativa, tal vez indolente. Miles de memes, con más o menos gracia, inundaron nuestros teléfonos móviles. El paso de los días nos ha trasladado a una cierta incertidumbre que provoca inquietud. La cantidad de informaciones falsas que llenan hoy los espacios de las gracietas de antes, merma nuestra capacidad de síntesis en la medida en que seamos proclives a dar valor de verdad a las informaciones de unos u otros.

Debería de imperar el pragmatismo, la cordura y, sobre todo, el escepticismo para con según que informaciones. Uno debe de ser clarividente sobre un hecho que tangencial para todos, los virus son más rápidos que las informaciones. A estas altura de la película seguramente los contagiados sean o seamos más de medio millón de personas. Una información valiosa teniendo en cuenta el ratio que más nos acongoja, el de los decesos. Pues no es lo mismo 1 de 100 que 1 de 1.000, o 1 de 10.000.

Mas allá de los números, la estadística; los enfermos o los tristemente fallecidos, deberíamos pensar que nunca el tiempo es perdido. Estamos en una etapa de redescubrimento de nuestros hijos, de los amigos (de los que parecía que eran, de los que son y de los que, ahora, demuestran que están). Es también un tiempo para mirarnos al espejo con más frecuencia de la habitual y reconocernos en él.

La introspección, tan necesaria siempre como dejada de lado, debe de ayudarnos a ordenar nuestra mente. En una sociedad que apenas mira el pasado y se deja atropellar por el futuro; este parón, puede y debe de significar un antes y un después. Lo queramos o no, nada será igual. Hoy todos somos más conscientes que nadie de lo vulnerables que somos en realidad. Y no sólo como personas físicas, sino como sociedad.

Es un tiempo para valorar también la libertad, ese bien que nuestra generación y las posteriores no ha valorado suficientemente y que las anteriores han masticado de manera lenta, viniendo como venían, de la ausencia de ella. Esa libertad coartada por nuestra incapacidad como especie de hacer frente a un enemigo tan temible como insignificante.

Estamos también ante una oportunidad fabulosa para apagar los televisores y las radios y sumergirnos en un buen libro; quizás escuchar música… cualquier otra actividad que estimule nuestras neuronas. Tenemos conocimientos adquiridos, otros muchos que son inherentes a la propia vida y que se aprenden existiendo.. mas muchos parecen dormidos, sedados por los pensamientos de otros que invaden las ondas con las que nos percuten día tras día. Es un tiempo fantástico para emanciparse de la estupidez de otros.
El tiempo, cuando está desordenado, puede provocarnos desazón. Eso sí, sólo cuando somos conscientes de la realidad que nos rodea. El personaje de “Atrapado en el tiempo” era el único que se daba cuenta de la repetición constante de los mismos hechos; incapaz de entender como los demás repetían siempre los mismos patrones. ¿Cuántos son hoy esos ciudadanos de la película que repiten día tras día el mismo patrón?¿Cuántos escuchan siempre a los mismos, leen a los mismos y piensan lo que piensan los mismos? La toma de distancia favorece una elaboración propia del pensamiento. El aburrimiento en necesario. Ser capaz de abstraerse será el mejor asidero para afrontar los días venideros.

Nunca el tiempo es perdido cuando tantos son capaces de unir sus conocimientos para lograr el bien común. Aunque siempre habrá empresas y particulares que soslayen esos valores con tal de enriquecerse. Tenemos que obligar, en el futuro inmediato, a que nuestros recursos tengan una salida importante hacia la investigación y el desarrollo. Ese lugar común de la política que suele ser un solar en cuanto pasa la emergencia.

Hace muchos años, Perón, decía que “al pueblo hay que darle zapatos, y no libros”. Muchos, a lo largo del tiempo, han pretendido eso. Llenar nuestras casas y mentes de cosas más o menos útiles para que caminemos. Los libros tienen el peligro de abrir las mentes y lograr que el caminante se detenga a pensar sobre la conveniencia o no del trayecto que lleva. Algo que a los poderes nunca les ha gustado. El objetivo último de muchas políticas no es darte las herramientas para que pienses, sino enseñarte qué pesar; o en su defecto darte zapatos para que sigas caminando.

Nunca el tiempo es perdido, para finalizar, si lo dedicamos a permitir que los sentimientos de verdad afloren. No los que creemos sentir en la voracidad del día a día o de la inmediatez; sino los de verdad. Los que te mueven por dentro. Posiblemente muchos se reafirmen en estar en el lugar adecuado y con la persona correcta. Otros, sin embargo, van a descubrir que su camino dista mucho de ser el mismo del que cohabita en casa. Y habrá un grupo, no menos numeroso, al que este tiempo sirva para poner en orden su corazón, su mente; y al que esta aparente zozobra le llevará a una playa magnífica en la que esperar a quien de verdad llenará sus días futuros.

El tiempo….

sábado, 21 de marzo de 2020

EL RETO DE MIRAR – EL PRIVILEGIO DE VER


En la vida uno aprende en base a la experimentación propia sobre los hechos que realiza y por la formación que recibe a lo largo del tiempo. Siempre teniendo en cuenta que, en la curva del aprendizaje, no todas las enseñanzas dadas o aprendidas son buenas. Lo que nos va a diferenciar de los demás no es otra cosa que la permeabilidad que tengamos hacia todas estas variables.
En el plano humano vamos superando obstáculos a lo largo de nuestra existencia y también disfrutando de los placeres que nos depara. Por suerte el equilibrio, para la mayoría de los seres humanos, se suele conseguir en algún punto entre en nacimiento y la muerte. De no ser así el mundo sería un lugar inhóspito.
Cuando atravesamos un momento malo y sufrimos por ello, nuestra respuesta cognitiva varía mucho en función de ese aprendizaje previo que nos ha ido dando la vida. Unos, cuando tratan de mirar al horizonte, sólo ven nubarrones oscuros ante los que su reacción es cerrar todas las puertas que dan acceso a su interior. Ven la vida a través de una mirilla, una suerte de ojo de buey que ofrece una visión distorsionada de la realidad. Vagan así por la vida lamiéndose las heridas, impermeables ante cualquier posibilidad de luz, de vida. Otros, al contrario, miran el horizonte y ven los mismos nubarrones negros (el daño, al fin y al cabo duele a todos), pero en lugar de bajar la cabeza y cerrar las puertas, camina…
Y caminando espera la primera oportunidad para doblar la esquina y trazar una senda nueva, tal vez sin camino cierto pero...¿quién tiene certezas en el plano emocional?. Avanzan día a día, con la piel erizada cada vez que se levanta viento, pero sin cesar en el empeño de alcanzar un lugar mejor.
De pronto, sin que nadie lo espere alcanzan una plaza en la que confluyen muchos otros como ellos. Individuos que todavía no han arrojado la llave de sus puertas al pozo del olvido pero que caminan simplemente al lado de los otros, no se miran.
Y ahí está el reto más importante, el de atreverse a mirar a los otros; pero mirarlos no con ojos de pasado, sino con el cristalino brillante por el presente que puede descubrir. Asomarse al alfeizar del compañero de camino es una tarea dura cuando las laceraciones internas duelen sólo con moverse, pero merece la pena. Ser capaces de superar el reto de mirar hacia dentro lleva parejo, muchas veces, el privilegio de ver el interior de las personas.
¿Están preparados para ver lo que hay dentro de los demás?¿Serán capaces, a su vez, de mostrar su propio interior una vez cruzado el umbral? Otra vez certezas que nadie tiene. Lo único real es el temblar de piernas a cada paso, la sorpresa al descubrir que sólo por nosotros mismos podemos valorar a los demás; y la ansiedad por dejar que otros averigüen cómo somos. El reto de mirar con ojos de hoy es todavía más importante, ser capaz de apear los conocimientos aprendidos de oídas para rellenar los huecos con las certezas descubiertas al ver con nuestros propios ojos, es un privilegio.
En la vida aprendí que sólo lo que he visto, sentido, percibido...era real. Todo lo que me habían contado; incluso enseñado, raras veces se acercó a lo experimentado. Y es para bien o para mal la vida, sólo es, cuando es vivida.

miércoles, 18 de marzo de 2020

VIVIR SIN MIEDO


Levantarte una mañana con los ojos llorosos y sin ganas de nada, con la mente abstraída en los problemas personales...es algo que todos en algún momento de nuestra vida experimentamos.
El fracaso nos acongoja, nos amilana como personas y pone en duda nuestros valores. Esto es una evidencia no científica que todos sabemos. Pocas cosas pueden minusvalorar nuestra valía como hacer frente a un fracaso, sea éste laboral o personal.
Los laborales suelen ser más o menos llevaderos en función de lo que afecten a nuestros bolsillos. Si el daño es grande así será nuestro quebranto. Si, por el contrario, la caja no se resiente mucho, lo superamos con cierta facilidad.
El miedo al fracaso, sin embargo, es mucho más acusado cuando se produce en el ámbito sentimental. Cuando la zozobra inclina nuestro modo de vida de manera incontrolada. Mucho más si afecta a la urdimbre familiar que hemos ido tejiendo con el paso de los años.
He barruntado mucho sobre esto en los últimos meses. Echando la vista atrás me he agarrado a los tablones que flotaban tras la quiebra económica y también he flotado al pairo del viento en el aspecto sentimental. No es fácil erguir la cabeza cuando hierras una y otra vez. No es sencillo mirarte al espejo y ver a una persona que no quieres ser.
Sin embargo, aprendí de pequeño, que uno tiene que vivir la vida sin miedo. Respetando los peligros que la acechan sí, pero sin temor a vivir. Equivocarse forma parte del “encanto” de estar vivos. Nacemos sin manual, y vamos escribiendo día a día la narrativa de lo que será la final de nuestros días el libro de nuestra vida.
Cuando te atenaza el miedo pueden ocurrir muchas cosas: que te quedes inmóvil y no avances; que vayas a salto de mata equivocándote muchas veces; que vivas la vida que otros te digan que hagas; o que aciertes y abras una puerta que te lleve a un lugar tranquilo para empezar de nuevo. Tienes, pues, una cuarta parte de posibilidades de acertar y tres cuartas partes para vivir una vida que no quieres.
Muchas personas optarían por no hacer nada, por no arriesgarse y quedarse varadas allí donde el anterior fracaso les ha dejado. Nunca he creído en ello. Siempre he cerrado una puerta para abrir otra. La vida va en una única dirección, hacia delante. Le manido dicho de: “hoy estás y mañana quién sabe” , resulta tan veraz que tiendo a no tener miedo a vivir.
¿He dejado cosas sin hacer?¿He cerrado puertas que no debería?¿He apartado de mi vida a quién no debía?¿He dejado entrar en ella a malas personas? Sí, claro que sí, me he equivocado muchas veces. ¿Y qué? No soy por ello peor persona. La experiencia dicen que es un grado. Las laceraciones que han quedado en mi interior y las que a buen seguro he dejado en otros están ahí, y estarán. Pero la vida sigue y uno no puede tener miedo a vivir.
Uno cierra el primer libro de una saga y puede sentir pavor ante la apertura del siguiente, creyendo que nada puede superar al cerrado. Y ahí está el error, pues no se trata de que supere al otro, ni siquiera de que sea igual de interesante. Es un nuevo libro, una nueva historia...y así veo la vida. Esperando al próximo tomo.

Vivir sin miedo tal vez sea una utopía, pero la utopía sirve para seguir avanzando.

TIEMPOS PRETÉRITOS


Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que las personas nos comunicábamos de una manera diferente. No nos enviábamos wathsapp, no colgábamos historias en redes sociales, no teníamos esta comunicación tan impersonal que ahora nos arrolla.
Eran tiempos de largas conversaciones cara a cara; de largas esperas para encontrarse con los amigos y escuchar las historias de unos y otros. La narrativa era común en todos nosotros. Tratábamos de expresar de la mejor manera posible aquellas cosas que nos pasábamos o hacíamos. Con suerte, de alguna de aquellas historias, teníamos una instantánea hecha por los pocos afortunados que disponían de medios para ello. Los demás, sentados alrededor del orador, imaginábamos en nuestras mentes las situaciones que nos contaban. Cada uno, en su fuero interno, aportaba los colores y olores a lo narrado.
Hoy día las cosas ya no son así, la inmediatez de la comunicación elimina la incertidumbre, el factor sorpresa...en dos segundos tienes colgado en la red aquello que acabas de hacer por nimio que sea. Buscamos colgar vídeos absurdos, muchos buscando la aprobación de las redes sociales; para saciar una apremiante necesidad de satisfacer el ego.
El avance de la Globalización trae consigo un nuevo modelo social en el que imperan las necesidades creadas de modo artificial frente al las sobrevenidas de verdad. En tiempos pretéritos las necesidades para vivir no eran diferentes a las actuales, prácticamente son las mismas. ¿Qué ha cambiado? La voracidad. Ese innecesario anhelo de tener todo lo que tienen los demás, al precio que sea y lo más rápido posible. ¿Para qué? Para nada.
El futuro que atisbábamos entonces ha traído avances fabulosos, una mejora notable en la comunicación y el enterarnos en tiempo real de las cosas que suceden en el mundo...o no. Porque esta es otra; arguyen los comprometidos con las nuevas tecnologías de la inmediatez de las noticias, de que así nos engañan menos, etc. Creo que no sólo no es así, sino que se magnifican las cosas. Nos enteramos de las cosas que quieren que nos enteremos. Inflaman las redes con pseudo noticias sobre catástrofes en éste o aquel país; sobre guerras en lugares que interesa poner el foco etc. ¿Cuántas noticias hay de África? Y allí hay epidemias en las que ha muerto más gente que con el Coronavirus. Y allí se desarrollan más de la mitad de las Guerras activas en el Mundo. Y allí van todas las potencias occidentales a esquilmar sus recursos pasando por encima de quien sea. Mundo Globalizado dicen….no en todos lados.
Seguro que los tiempos pretéritos tienes muchos agujeros negros, sin duda. Hace muchos años, cuando existía el Congo Belga y otras lindezas europeas en África, tampoco nos esterábamos; o sí lo hacíamos era a tiempo pasado y a través de personas que arriesgaban sus vidas en informarnos.
Pero entonces, quizás ignorantes a ojos de un adolescente actual, vivíamos una vida mejor en el aspecto de relaciones humanas. Valorábamos la amistad, la lealtad, la palabra.
Hoy la palabra vale lo que un like en la mayoría de las ocasiones. Una opinión de “un amigo” de Facebook puede pesar más que la mirada de entonces de un amigo, con la que era suficiente para darte un sí o un no.
Me hago mayor, es cierto, pero echando la vista atrás eso es lo único que recuerdo con nostalgia: el valor de la comunicación cara a cara. Creo en el futuro, claro que creo, pero veo en el comportamiento de mi hija adolescente unas carencias sociales importantes. Hoy los jóvenes viven su vida en vivo, para todos a la vez, ya no tendrán el anhelo de esperar al verano para hablar con los amigos que llegan de fuera y reír escuchando las vivencias de los meses sin verse.

martes, 17 de marzo de 2020

ALARMA


Hace unos días que se instauró en nuestro país el Estado de Alarma, y con él llegaron las escenas propias de series de reciente éxito entre adolescentes. La gente se agolpaba en la puerta de los supermercados como si fuese apremiante llenar las despensas de las casas. Uno podría incluso pensar que los supermercados no abrirían al día siguiente.
Alarma no debe de implicar otra cosa que estar alerta, tendría que despertar en nosotros un interés por situaciones que, en un momento dado, pudiesen ser peligrosas. Sin embargo muchas personas entraron en pánico. De haber decretado el gobierno el Estado de Excepción o Sitio no sé que habría sucedido en nuestras calles.
Nuestro enemigo como sociedad son dos muy poderosos: por un lado tenemos un patógeno que no se ve, pero que está y se manifiesta cuando menos lo esperamos “el coronavirus” y por el otro lado está el miedo; tan poderoso como el primero por ser capaz de pervertir los comportamientos humanos hasta puntos que resultan deplorables. El miedo es mucho más veloz y peligroso que el coronavirus.
El miedo es atávico, está con nosotros desde que somos capaces de reconocernos como especie. Bien enfocado es un activo fabuloso que nos ha hecho avanzar como especie. Mal enfocado nos lleva a vértices demasiado peligrosos en los que el ser humano saca lo peor de sí.
Una sociedad madura es aquella que afronta sus temores de una manera ponderada, no mostrándose altiva pero tampoco moviéndose al vaivén interesado de la prensa o las redes sociales. El miedo unido a una desinformación creciente aboca a la sociedad a los comportamientos aberrantes que observamos estos días a través de las pantallas.
Por suerte, una gran mayoría opta por atender a las advertencias de las autoridades y ser comporta coherentemente. El sentido común suele ser la mejor arma para enfrentar cualquier problema. Pero somos españoles, en ocasiones tan tenaces como estúpidos. La historia de nuestra nación da muestras fehacientes de ello. Y, pese a todo, somos un extraordinario país.
En estos tiempos en los que el conocimiento está al alcance de cualquiera se da una paradoja interesante. Cuando más conocimiento tenemos a nuestra disposición mayor parece ser la confusión. ¿Por qué? Pues posiblemente por eso tan español que es “tener razón”. Aquí nos hemos acostumbrado a que cualquiera opine sobre el tema que sea, tenga o no la especialidad en el mismo. Tertulianos hablando de medicina sin haber estudiado nunca la carrera; políticos dando recetas de cómo hacer las cosas mientras soterran año sí y año también los esfuerzos en investigación que se llevan a cabo y que terminan, muchas veces, con el investigador lejos de nuestras fronteras investigando para otros países.
Este estado de Alarma debería abrirnos los ojos sobre lo más importante que tenemos todos y cada uno de nosotros, nuestra salud. Esta pandemia pasará, y se llevará por delante a muchas personas. Y habrá días de duelo, momentos de conjura política para hinchar el pecho o linchar al vecino. A la vuelta de los meses espero que hagamos una profunda reflexión sobre qué es importante y qué no. Tal vez sea el momento de pensar menos en tener más autovías o trenes de alta velocidad y pensar más en Investigación y Desarrollo. En tener un país verdaderamente preparado en Sanidad y Educación. ¿Y por qué en Educación? Porque sólo un país formado podrá exigir a sus dirigentes que centren su labor política en lo importante. Una sociedad educada y con un buen sistema público sanitario y universal afrontará el futuro con una base sólida y una seguridad que es evidente que hoy no tiene.
El Estado de Alarma debería, también, servir a nuestros dirigentes para que comprendan de una vez lo frágiles que somos. Lo indefensos que nos están dejando frente a un Cambio Climático que traerá nuevas enfermedades y ante las nuevas amenazas que asolarán el planeta en tiempos nada lejanos. Dicen que la política es el arte de buscar soluciones a problemas que no existen.
Yo no creo en los políticos, pero sí en la política. No creo en dogmas de fe, pero sí en la capacidad que esta tiene para aglutinar a personas de diferente raza, etnia, clase social…
ALARMA implica estar alerta, observar y tomar las medidas precisas para evitar el mal.