Nuestra mente suele ser un arma
poderosa, cuando la utilizamos bien; y una terrible herramienta de
autodestrucción cuando la empleamos de manera incorrecta. Ocurre,
que para el primer cometido, solemos ser conscientes de ello y para
el reverso no siempre percibimos lo que ocurre.
El
cerebro es permeable a un aprendizaje continuo. El conocimiento puede
ser adquirido a cualquier edad, depende de las capacidades de cada
uno y, sobre todo, de la curiosidad intelectual personal. La
evolución es constante, en nuestros primeros años somos verdaderas
esponjas capaces de introducir en nuestro disco duro una cantidad de
información que no será la misma a posteriori. La evolución de
nuestro cerebro se produce a la par que nuestro crecimiento y en la
medida en la que nuestra personalidad se va asentando, el cerebro se
empieza a mostrar más receptivo hacia unos temas frente a otros.
Todos, en mayor o menor medida conocemos como funciona.
Hay
individuos que en este proceso sufren momentos de disfunción en el
aprendizaje. Por razones químicas, físicas o sociales la
permeabilidad no es la misma, el desarrollo cognitivo es diferente,
etc. Lo que puede traducirse en comportamientos erráticos. En
trastornos diversos que nos lleven a una necesidad de ayuda. O en el
peor de los casos de una dependencia emocional no diagnosticada que
lleva implícitos no pocos problemas.
Sin
embargo, hay personas, con un desarrollo normal, con las mismas
capacidades que los demás que albergan dentro de sí una puerta que
les lleva a un espacio interior en el que desarrollar ideas
peligrosas; comportamientos perniciosos o extravagantes. Individuos
capaces de adentrarse de cuando en cuando en ese laberinto y
encontrar la puerta de salida para ser, aparentemente normales.
Estoy seguro de que un profesional de la Psicología o Psiquiatría
podría describirlo mejor, no es mi caso.
Este
tipo de personas son, a mi modo de ver, peligrosas. Y no tanto para
el daño que se pueden infringir a sí mismas como por el daño que
van a causar en los demás; porque una relación con personas así
lleva implícito un proceloso caminar por un campo de minas. Decir
una cosa y la contraria suele ser una habilidad desarrollada por los
políticos que vemos a diario; pero sufrirla en el ámbito del hogar
llega a desestabilizar a niveles épicos. Asistir desde la cercanía
a la trama que van urdiendo cada vez que cruzan esa puerta puede
causar pavor. A mi modo de ver las personas mezquinas entran y salen
todos los días de esos recovecos personales en los que se llenan de
insidia y acaban siendo sujetos con una personalidad cainita que hace
imposible una relación normal con ellos. Alguno pensará: “pobres,
se hacen daño a sí mismos”, no lo tengo yo tan claro. Tal vez
porque cuando cierran la puerta al salir, no tienen dudas sobre el
cometido que tienen. Están absolutamente seguras de su verdad.
Seguro que muchos personajes públicos que vemos en los medios estos
días cruzan de cuando en cuando la puerta de atrás.
Todos
somos susceptibles de una introspección en la que poder ser
conscientes de nuestros actos. Quiero pensar que la gran mayoría de
las personas están englobadas en dos grupos más o menos amplios y,
hasta cierto punto, comunicantes: los que voy a llamar “cuerdos”
y los que “no lo son”. Mas estoy seguro de que un grupo, también
numeroso navegan entre ambos mundos. Con una puerta trasera que
traspasan con cierta frecuencia, buscando ese lugar donde se sientes
seguros y elaboran ideas (generalmente dañinas) con las que salir al
mundo real para llevar a cabo su plan mental.
A
nivel social todos nos habremos encontrado con personas así. Algunas
seguramente necesiten ayuda profesional. Otros, en mi humilde
opinión, lo que precisan es estar lejos de cualquiera a quien
aprecies. Porque pueden resultar terriblemente destructivos.
La
vida siempre estará llena de matices. Una continua subida y bajada
por la cordillera de los acontecimientos. Precisaremos bidones de
agua, el apoyo de los demás; tal vez nuestro propio espíritu
aventurero o de lucha…. Y es bueno que en ese recorrido demos la
mano a quien lo precise, empujemos a los demás colina arriba si nos
alcanzan las fuerzas y frenemos la caída de los que se arriesgan a
lanzarse sin frenos. Pero si en el trecho nos encontramos con
personas que cruzan la puerta de atrás con frecuencia, es mejor
desviarse del camino y emprender otro. No merece la pena remar en
ríos sin agua.