He pasado buena parte de mi vida,
a ojos de muchas personas, siendo lo que nunca he sido. Ese regusto que tiene
la sociedad por hablar de los demás sin conocerlos, logra que uno se encuentre
con situaciones inverosímiles.
En estos años me han dicho que
era policía, homosexual, drogadicto, que había bebido, que tenía no sé cuantos
hijos no reconocidos… incluso que padecía enfermedades que ni conozco. Algunas de
las situaciones en las que me han puesto resultaron cómicas, como decir que
estaba en un lugar al mismo tiempo que yo estaba al lado del otro interlocutor
en un sitio diferente.
Hablar de oídas es muy peligroso;
mas inventar resulta, además irresponsable.
Suelen ser, estas personas, además, de las que opinan por boca ajena. No
tienen opinión sobre un tema, cuando no lo desconocen totalmente, pero hablan
según han escuchado en la radio o a un amigo; sin tener en cuenta su propia
postura respecto al tema.
Surge el verdadero drama cuando a
una de estas personas se les da “valor de verdad”, por el mero hecho de ser
amigo nuestro, o familiar. Sin pararnos a pesar en sus razones. Escuchar a
alguien hablar en función de su formación o cultura es una cosa y, que nos dé una
opinión es otra muy distinta.
En las conversaciones de bar
escuchamos muy a menudo cosas como: “¡ese es tonto!, ¡se pasa el día de fiesta!
¡seguro que nos roba!”. Comentarios
recurrentes sobre deportistas o políticos mientras uno toma café. Resulta obvio
que ninguno de los presentes conoce personalmente a aquellos que ponen de
vuelta y media, pero lo hacen. ¿razones? Ninguna objetiva, salvo la pretensión
de “socavar” de algún modo, la personalidad del popular.
En el terreno de los conocidos
sucede lo mismo. Es costumbre “saber” incluso lo que ocurre en la alcoba del matrimonio
del cuarto; viviendo en el primero y sin conocerlo de nada. La especulación crea situaciones como las
referidas al comienzo de este texto. Que uno ha sido muchas cosas sin saber, siendo
posible que jamás sea ninguna de ellas. Para
alguien que no bebe, como es mi caso, por ejemplo, que alguien diga que te ha visto
bebido; y que lo sostenga porque da valor de verdad a lo que le contó un amigo,
resulta desagradable. Y como quiera que uno no va dando explicaciones por la
vida, acaba por soslayar a esa persona e introducirla en el archivo de los
imbéciles. Esos que llenan el país de chismes y comentarios.
La vida, al fin y al cabo, se
vive de manera continua. Nadie va hacia el pasado. Te levantas por la mañana y
vives el día en el que estás; aciertas o no en ese día…pero al día siguiente no
será lo mismo, aunque te pongas la misma ropa. La razón es obvia, tú ya no eres
esa persona de ayer.
Te enseñan de pequeño que uno debe
de aprender de los errores; más adelante que las conductas de un día se repiten
per se… nada de ello es cierto. Nunca se
aprende realmente del todo, pues el error difícilmente es el mismo. Y las
conductas suelen ir en función de muchas variables: el ambiente, el interlocutor,
la situación, el estado de ánimo….
Así pues, llegados a este punto, recomendaría
que cuando uno pretende conocer a alguien lo haga con la mente abierta y atento
a lo que percibe y siente. Si va demasiado condicionado no le será fácil alcanzar
el objetivo de conocer. Y si lo que uno hace es opinar sobre otro…cuidado, no
sea que hablando por boca de otros uno acabe comiéndose las palabras.