LUGARES PARA SOÑAR

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cerrar lo ojos y sentir

domingo, 14 de enero de 2018

LO QUE NUNCA FUIMOS Y, CASI SEGURO, NO SEREMOS


He pasado buena parte de mi vida, a ojos de muchas personas, siendo lo que nunca he sido. Ese regusto que tiene la sociedad por hablar de los demás sin conocerlos, logra que uno se encuentre con situaciones inverosímiles.

En estos años me han dicho que era policía, homosexual, drogadicto, que había bebido, que tenía no sé cuantos hijos no reconocidos… incluso que padecía enfermedades que ni conozco. Algunas de las situaciones en las que me han puesto resultaron cómicas, como decir que estaba en un lugar al mismo tiempo que yo estaba al lado del otro interlocutor en un sitio diferente.

Hablar de oídas es muy peligroso; mas inventar resulta, además irresponsable.  Suelen ser, estas personas, además, de las que opinan por boca ajena. No tienen opinión sobre un tema, cuando no lo desconocen totalmente, pero hablan según han escuchado en la radio o a un amigo; sin tener en cuenta su propia postura respecto al tema.

Surge el verdadero drama cuando a una de estas personas se les da “valor de verdad”, por el mero hecho de ser amigo nuestro, o familiar. Sin pararnos a pesar en sus razones. Escuchar a alguien hablar en función de su formación o cultura es una cosa y, que nos dé una opinión es otra muy distinta.

En las conversaciones de bar escuchamos muy a menudo cosas como: “¡ese es tonto!, ¡se pasa el día de fiesta! ¡seguro que nos roba!”.  Comentarios recurrentes sobre deportistas o políticos mientras uno toma café. Resulta obvio que ninguno de los presentes conoce personalmente a aquellos que ponen de vuelta y media, pero lo hacen. ¿razones? Ninguna objetiva, salvo la pretensión de “socavar” de algún modo, la personalidad del popular.

En el terreno de los conocidos sucede lo mismo. Es costumbre “saber” incluso lo que ocurre en la alcoba del matrimonio del cuarto; viviendo en el primero y sin conocerlo de nada.  La especulación crea situaciones como las referidas al comienzo de este texto. Que uno ha sido muchas cosas sin saber, siendo posible que jamás sea ninguna de ellas.  Para alguien que no bebe, como es mi caso, por ejemplo, que alguien diga que te ha visto bebido; y que lo sostenga porque da valor de verdad a lo que le contó un amigo, resulta desagradable. Y como quiera que uno no va dando explicaciones por la vida, acaba por soslayar a esa persona e introducirla en el archivo de los imbéciles. Esos que llenan el país de chismes y comentarios.

La vida, al fin y al cabo, se vive de manera continua. Nadie va hacia el pasado. Te levantas por la mañana y vives el día en el que estás; aciertas o no en ese día…pero al día siguiente no será lo mismo, aunque te pongas la misma ropa. La razón es obvia, tú ya no eres esa persona de ayer.

Te enseñan de pequeño que uno debe de aprender de los errores; más adelante que las conductas de un día se repiten per se…  nada de ello es cierto. Nunca se aprende realmente del todo, pues el error difícilmente es el mismo. Y las conductas suelen ir en función de muchas variables: el ambiente, el interlocutor, la situación, el estado de ánimo….

Así pues, llegados a este punto, recomendaría que cuando uno pretende conocer a alguien lo haga con la mente abierta y atento a lo que percibe y siente. Si va demasiado condicionado no le será fácil alcanzar el objetivo de conocer. Y si lo que uno hace es opinar sobre otro…cuidado, no sea que hablando por boca de otros uno acabe comiéndose las palabras.

viernes, 12 de enero de 2018

CUESTIÓN DE SENTIDOS


CUESTIÓN DE SENTIDOS

¿Qué es vivir? Esta es una de esas preguntas en las que caben tantas respuestas como seres humanos existen. La realidad, ese tangible rodeado de incógnitas, es diferente para cada uno de nosotros una vez nos hemos despertado; mas, sin embargo, vivir no es más que una cuestión de sentidos y todos, salvo problemas, tenemos los mismos, cinco; aunque dicen que existen personas que tienen un “sexto sentido”. Desde luego, yo no soy una de ellas.

Casi siempre son los sonidos los que nos despiertan, los que dinamitan ese último sueño al que permanecíamos aferrados un breve instante antes. Cuántas veces hemos vuelto a cerrar los ojos con la esperanza de retomar un hilo que, por desgracia, se ha esfumado. Otras, al contrario, agradecemos al despertador el devolvernos a una realidad más tranquilizadora que esa pesadilla; ¡era tan real! Es la voz de esa persona que amamos la que transforma nuestra vida en un lugar mejor; esas palabras de arrullo que damos a nuestros hijos, o esas voces en la lejanía que escuchamos y que nos sumergen en lo que quiera que ocurra lejos. Oír y, a la vez, escuchar; siempre que alguien tiene algo que decir que nos importe. O simplemente oír, porque así son las cosas.

Muchas veces nuestros días tienen un filtro marrón, y todo lo vemos con mirada taciturna. Hacemos las cosas del día a día albergando la esperanza de que pasen pronto las horas y despunte el alba con un nuevo color. Y llega el día siguiente y todo se llena de luz, de contrastes. Y es en los contrastes donde siempre he encontrado la belleza. Esa belleza oculta que requiere de un pequeño esfuerzo o de una pizca de suerte para encontrarla. Uno ve el color de los ojos de otra persona mil y una vez sin que llame más de la cuenta tu atención; de pronto, en un giro inesperado al trasluz de unas cortinas, aquellos ojos siempre pasajeros se convierten en el ancla sobre el que empieza a girar tu vida, sobre el que estás dispuesto a empezar de nuevo. El horizonte, ese sitio al que siempre mira uno cuando tiene la mirada perdida, está lleno de luminosidad. Pero no siempre lo vemos así. La fortuna, muchas veces esquiva, puede entornar nuestros ojos y dejarnos con mala visión…pero la belleza sigue ahí.

La vida huele, siempre desprende un aroma. Desde que nacemos y hasta que dejamos de existir, nuestra existencia deja un rastro, un olor característico que es intrínseco a la persona que somos. Nuestras feromonas marcan nuestro entorno, logran que alguien se acerque o se aleje. Es posible que nos elijan, incluso sin ser conscientes de ello, por el aroma que desprende nuestra piel. O quizás por eso mismo, por la consciencia de nuestro aroma…quien sabe. Vivir es, también, un océano de olores que nos invaden, obligándonos a ir hacia un lugar u otro. Quien no ha sentido la naturaleza virgen en medio de un bosque y ha cerrado los ojos para dejarse ir y volar; y quién no ha sentido el nauseabundo golpeo de la suciedad en cualquier cloaca urbana que nos enseña la parte trasera de lo que somos.

Sabe, claro que sí, la vida sabe; nos encanta el sabor de la piel de esa persona por la que perdemos el norte; sentimos en nuestro paladar el metálico sabor de nuestra propia degradación como personas. La vida sabe dulce cuando las cosas van de cara, cuando cualquier momento es bueno, hagamos lo que hagamos. Y tiene ese sabor amargo al salir cruz en la moneda. Y es cierto, hay personas que disfrutan más en la amargura que en la dulzura. Su vida no es peor ni mejor, tan sólo diferente. Prefiero, en todo caso, la dulzura a la amargura, al menos en la vida.

Y la vida es tacto; a través de nuestra piel descubrimos quienes somos en realidad; percibimos a los demás de la manera más directa. No podemos olvidad que, la piel, es nuestro órgano más grande. No sé si el más importante, pero sí el que más va a modificar nuestra manera de vivir. Basta un simple roce con el cuerpo que tienes al lado para sentir la vida en todo su esplendor o percibir la soledad más absoluta. Y todo en un mismo roce.

Nuestro cerebro, esa suerte de ONU de los sentidos, es el garante final de que podamos disfrutarlos en mayor o menor medida. Pocas cosas hay más importantes para vivir que dejarse llevar por lo que sentimos. Trato de hacerlo cada día, a veces con plenitud y otras con dificultades; pero siempre con optimismo. En la vida uno puede ver el vaso siempre medio vacío o medio lleno. Para aquellos que lo ven medio vacío…ánimo. Y para quienes lo ven medio lleno. ¡Vivan!  sigan haciéndolo así. Merece la pena vivir sintiendo.