LUGARES PARA SOÑAR

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cerrar lo ojos y sentir

lunes, 30 de diciembre de 2013

DERECHO A DECIDIR

El Derecho a decidir de la mujer sobre su propia vida debería no tener que estar en entredicho. Parece obvio reconocer que cada mujer es dueña de si misma y que toma las decisiones que toma en función de sus intereses particulares. Cuando los grupos “pro-vida” dicen que no pueden hacerlo porque de lo que se habla es de “acabar con otra vida” , pasan a tomar a la mujer como un mero recipiente, una suerte de mochila portadora de vida, lo que deja a esta en muy mal lugar. Tener un hijo no es una cuestión baladí, aun cuando este venga en el mejor de los entornos (economía saneada, posibilidades laborales, entorno adecuado de educación etc). Supone un hecho cierto de adecuación de nuestras vidas a la de otro ser vivo durante el resto de nuestras vidas. Cuando de lo que hablamos es de tener un hijo en condiciones que no son las mejores para el desarrollo de la vida de dicho niño, uno debería de tener el derecho a decidir sobre si tenerlo o no. Tener un hijo cuando no puedes darle una educación, cuando no puedes cuidarlo, cuando tienes dificultades para alimentarlo, cuando coarta tu desarrollo individual... no creo que sea lo mejor para el. Y si puedes evitarlo... Si ya sabes que la vida del hijo que esperas no es viable por sí solo; si conoces que su existencia estará marcada por la dependencia de los demás...entonces no sólo deberías tener el derecho para abortar, sino que deberías de tener todo el asesoramiento posible. Siempre estaré de acuerdo con los que afirmen que el derecho al aborto no debe de ser totalmente libre, porque no se trata de hacer de él una práctica común. Está claro que hay medios para evitar quedarse embarazada y por ello el aborto debería de estar restringido a casos en los que la viabilidad del feto esté en entredicho, a los casos en los que el embarazo sea como consecuencia de un hecho delictivo, o como consecuencia de una planificación familiar equivocada. También los problemas psicológicos son un eximente pero no puede haber aquí un campo abierto. El problema de base es la educación, mejor dicho, la falta de educación sexual que este país tiene en su modelo educativo. Partimos de una base anclada en la moralidad judeo cristiana y ello no se sostiene en un Estado laico. La libertad religiosa garantizada en el articulo 16 de la Constitución no se trasladó convenientemente a los centros educativos y ello nos ha llevado a que los ministros con una “moralina” más acusada lleven una Ley como esta hasta donde la ha llevado Gallardón. Nadie puede llevarse a engaño, detrás de las convicciones del ministro no están ni los derechos de la mujer, ni ninguna otra Ley que el ordenamiento jurídico español o internacional hayan desarrollado; tras las convicciones del ministro está la moral cristiana, una moral que no suele respetar a aquellos que no la siguen. Para muchos en este país, dicha moral está por encima de cualquier razonamiento legal. Se trata por tanto de un debate que se sitúa fuera del hemiciclo y, por tanto, fuera de la política. Del ministro, de éste en particular, no podría esperarse otro comportamiento. ¿Por qué? Pues posiblemente por ser el político más demagogo de cuantos estén en una cartera ministerial en este instante. Basta echar la vista atrás y ver cómo actuaba siendo Presidente de la Comunidad de Madrid o Alcalde de Madrid. La desfachatez de este personaje es sonrojante, aunque ha sabido venderse muy bien en los medios de comunicación afines. Por suerte para las mujeres de nuestro país, tras este gobierno vendrá otro que pueda volver a poner las cosas en su justa medida. En todo caso bueno sería que una Ley como esta, pareja a la de educación en cuanto a importancia, debería de contar con el apoyo de la mayoría de la cámara, de al menos 3/5. y debería necesitar esa misma mayoría para poder revocarse. Y, claro está, no poder ser manipulada por un Decreto Ley, esa figura jurídica que debería ser un recurso y no una carta en blanco para los gobiernos...

domingo, 22 de diciembre de 2013

PERCEPCIONES ,SENSACIONES Y SENTIMIENTOS

Percibir, tener sensaciones y sentir se confunden muy a menudo en el día a día, cuando en realidad no tienen por qué caminar de la mano. Tener la percepción de algo no implica más que percibir sensorialmente algo. Desde un sonido lejano hasta un latido del corazón propio. Una sensación es se produce por algo que estimula nuestros sentidos. No podemos tener sensaciones que no lleguen a nuestro cerebro a través de ellos. Sentir, es algo mucho más profundo; tanto si es a nivel físico como, sobre todo, si es a un nivel metafísico. A lo largo de nuestra vida vivimos momentos en los cuales percibimos, tenemos sensaciones y sentimos en una misma dirección, pero no siempre ocurre del mismo modo. Y, lo que es más frecuente, casi nunca ocurre del modo en que nosotros pensamos que sucede. Estamos hablando de algo subjetivo, algo no cuantificable por otro que no sea el que la viva. Cuanto sientes, cuanto amas, cuanto ruido percibes...tan sólo el estimulado puede referirse a lo que siente. En el otro lado del espectro está el cómo somos capaces de reaccionar a esto y cómo somos capaces de transmitir lo que sentimos. Y ahí es donde más divergencias se dan. Puede pasar, y pasa, que uno tiene la sensación de no ser correspondido en un sentimiento por el mero hecho de que su sensación personal así se lo indica.¿Implica esto que la otra persona no corresponde su sentimiento? No, definitivamente no, lo único que implica es que: o bien lo que el otro nos demuestra no nos es suficiente o que no tiene la capacidad de transmitirnos ese sentimiento de manera efectiva para nosotros. En el mundo de las relaciones humanas de amistad todos tenemos amigos que necesitan que les estés llamando todo el tiempo, a cada rato. Precisan sentirse parte de tu vida para creerse amigos tuyos. En el lado opuesto se encuentran los amigos que viven su vida, que tienen sus propios conocidos independientemente de los tuyos pero que son amigos tuyos de un modo incondicional, que siempre están. Cada uno elige que tipo de amigos quiere tener a su lado. El amor es ya de por sí complejo, tanto más cuando hablamos se percepciones, sensaciones y sentimientos. Muchas son las personas que hacen de su vida amorosa una declaración constante de afecto, un continuo agasajo de caricias, palabras y gestos destinados a la persona amada. En el otro lado de se encuentran quienes aman de un modo más pausado (que no menos intenso) que no tienen a bien demostrar cada hora su afecto, sino que uno sabe que le quieren o quiere sin alharacas, sin alardes. Imagino que en el equilibrio de unos y otros está el lugar exacto en el que me gustaría encontrarme, pero no siempre es sencillo. Ocurre lo mismo con el sentido del humor. Muchos son los que se acercarán a nosotros a decirnos aquello de: eso no tiene gracia. Y debemos de respetarlos, aun cuando para nosotros si la ha tenido. Ahora bien, si para nosotros tiene gracia y para ellos no, y debemos respetarlo...¿no deberían respetar ellos que a nosotros nos haga gracia? A veces tendemos a ver las percepciones en una sola dirección. El complejo mundo de las emociones y los sentimientos se adentra dentro de lo metafísico; adentra sus raíces en lo profundo de un cerebro que alberga no pocos miedos atávicos y mucha memoria histórica de la que no somos conscientes. Muchas veces saltan alarmas en nuestro corazón que no sabemos de dónde nos vienen, acaso porque son ajenas a nuestra voluntad y se encuentran imbricadas en lo profundo de nuestro pasado como raza. Cuando decimos a alguien: “te quiero” o “te odio” lo hacemos desde la subjetividad más manifiesta, no es algo objetivo. Así que conviene respetar que la otra persona pueda sentir o no lo mismo. Incluso debemos entender que; que alguien nos quiera de un modo diferente al que nosotros habíamos previsto o deseado, no implica en modo alguno que no sienta esos sentimientos para con nosotros. El aprendizaje de cada uno para con su propia vida hará que pueda abrir su mente y su corazón a otra forma de amar o, al contrario, se cierre a otro modo que no sea el suyo propio. En todo caso, y de un modo totalmente subjetivo, diría que lo último que alguien debe de hacer es tratar de cambiar su naturaleza como individuo para ajustarse a los cánones de la persona por la que tiene un fuerte sentimiento. Al final nuestro verdadero yo terminará por salir o por atormentarnos, y quizá entonces sea demasiado tarde. Si alguien quiere estar con uno debe de aceptar cómo es...sin vacilaciones. Igual que con los amigos que llaman a diario y los que lo hacen cada mes....

¿POR QUÉ NOS GUSTA EL BALONMANO?

Hace años una brillante campaña de abonados del Atlético de Madrid comenzaba con un niño preguntándole a su padre: “papa ¿por qué somos del Atlético de Madrid?, sin duda se trataba de una excelente promoción de un club. Explicaba el anuncio los valores sentimentales y no, por las que ellos eran socios y seguidores de ese club madrileño. Años más tarde mi hija me preguntó: ¿Por qué te gusta el balonmano? Yo traté de explicárselo con palabras que pudiese entender, no en vano tenía apenas siete años. Esta tarde, aquí, en mi trabajo he vuelto a acordarme de aquella pregunta y tal vez pueda responderle de otro modo, ya que ahora quizá pueda entender mejor las cosas. ¿Por qué nos gusta el balonmano? Podría decir que el balonmano ha sido mi vida, pero eso sería decir demasiado. Sin embargo no podría desligar la práctica del balonmano de los últimos 26 años de mi vida y eso, en realidad, supone que ha sido algo que situaría sin duda entre las tres cosas más importantes. De la práctica de este deporte he extraído para mi vida valores y emociones que son intrínseco¡as a la práctica deportiva: el compañerismo, la amistad, al emotividad, la superación, el sacrificio, el aprendizaje, las ganas de aprender, el deseo de ganar, la pena por la derrota, la rabia por las injusticias... el balonmano, sin ninguna duda, me ha hecho mejor persona. En el plano meramente deportivo pocos deportes aúnan en una cancha la fuerza física, el rigor táctico, la velocidad, la variabilidad como lo hace este deporte que jugamos en una pista de 40 por 20 metros. En esos 800 metros cuadrados se da una batalla, a veces épica, entre rivales que, de común terminan fundidos en un abrazo después de haberse dado no pocos golpes de forma recíproca durante una hora. No conozco otro deporte, tal vez el rugby, donde lo físico y lo emotivo vayan tan de la mano. El balonmano es plasticidad, se trata de un deporte visualmente muy atractivo donde el universo aéreo de los extremos se funde con el rojo sangre de los pivotes fajadores. Las posturas imposibles de los porteros frenando contraataques sólo son comparables con la valentía que tienen por mantenerse ante el francotirador (a menudo con mucha puntería) que amenaza con llevarse por delante su cabeza. El balonmano es inteligencia, no sólo en lo táctico (algo que se entrena y que diferencia en poco a unos equipos de otros) sino en el libre albedrío que cada jugador debe de llevar al máximo cuando decide saltarse una atadura táctica (esto es lo que verdaderamente diferencia a un equipo bueno de uno excelente). Siempre he creído, tal vez sea una mirada demasiado romántica del balonmano, que un jugador bueno de verdad es aquel que despierta en ti una emoción cuando lo ves o cuando compartes cancha. No me gustan los autómatas. El balonmano es una fuente inagotable de valores con los que transmitir, a una sociedad empobrecida de ellos como la nuestra, el respeto (por los demás y por uno mismo). He vivido en estos años situaciones en las que compañeros que vivían en situaciones complejas en sus hogares encontraron en el equipo un lugar donde cobijarse, unas horas en las que la tensión desaparecía o se relativizada. Los lazos de amistad que he establecido con los años a través de este deporte permanecen ahí, con independencia del tiempo que pase sin visitar a algunos. Lo que vive el grupo pertenece a ese grupo y queda ahí. ¿por qué me gusta el balonmano? Porque creo, sin ningún género de dudas, que es el mejor deporte del mundo, por ello sigo practicándolo....

martes, 10 de diciembre de 2013

SILENCIOS QUE GRITAN; GRITOS QUE CALLAN

La sociedad en la que actualmente vivimos lleva una deriva peligrosa; la comunicación parece circunscribirse a una suerte de diálogo absurdo entre dos personas que, sentadas frente a frente, hablan a través de un teléfono. Apenas nos miramos a los ojos porque somos incapaces de apartarlos de una pantalla que nos ha atrapado con sus píxeles. Uno puede ser consciente de que esta realidad se impone cuando acude a centros escolares. Sobre todo cuando tiene la oportunidad de ir a un centro donde los alumnos pertenecen a clases menos pudientes y al rato cambia de barrio para ir a un centro de clase media alta. En ese instante, con una simple visita al patio en hora de recreo puede apreciar una cierta regresión en cuanto a comunicación social. En los centros donde el poder adquisitivo está en los límites de lo razonable los gritos se imponen. La algarabía propia de los colegios de antaño permanece perenne entre juegos clásicos y conversaciones propias de la edad, sazonadas de términos adquiridos en series de televisión que pueden llegar a confundir al inconsciente visitante que viva ajeno a ellas. Si uno se va de inmediato a un centro educativo donde en cada esquina del patio ve a un joven pertrechado de su teléfono inteligente o consola, se dará cuenta de que son los silencios los que gritan; uno puede ver las miradas absortas de los niños con sus juegos y las miradas perdidas de quien carecen de ese medio y se sienten “desnudos”, tecnológicamente hablando, en medio de todos. Una reflexión me la puedo hacer a mí mismo. Hace veinte años uno llamaba a sus amigos al teléfono de casa o, en la mayoría de los casos, quedaba de un día para otro en un determinado lugar. A la cita uno acudía para verse y para contar lo que había hecho, lo que había pensado o lo que tenía que hacer. En casa utilizábamos el ordenador para buscar cosas complejas que no era fácil encontrar en libros de texto. No diré que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque seguramente el progreso nos ha hecho avanzar más en estos veinte años que en los anteriores cien; sin embargo desde un punto de vista social creo que hemos tomado un camino...que ya veremos qué consecuencias tiene en un futuro. Hoy, los jóvenes, cuando quedan lo hacen para no mirarse, para no hablarse sino a través de una red social aunque se encuentren a diez centímetros. Los adultos que usamos esta tecnología nos hemos convertido en peones de una partida cibernética. Somos parte de esa colección de robots que caminan por la calle intentando no pegarnos contra una farola mientras miramos las fotografías que acabamos de colocar en Facebook. Nos sentamos en una terraza con los amigos para enseñarles el teléfono, la tablet, el portátil.... Creo que esta sociedad corre el riesgo de verse un día atrapada en un diálogo difícil. La parquedad con las que nos expresamos para con los demás va mermando cada día más nuestra capacidad de comunicación. Sesgada ahora hasta un límite inimaginable con la utilización de un nuevo vocabulario que se emplea en teléfonos fundamentalmente. Imaginemos por un instante que se produce una tormenta solar, como la que se produjo a principios del siglo XX. Pensemos que con la llegada de ese campo magnético a la Tierra nos quedemos de pronto sin Internet, sin electricidad, sin coches, sin radio, sin televisión...¿seríamos capaces de hablarnos entre nosotros? ¿Cómo se comportarían en sociedad aquellos que han permanecido detrás del parapeto tecnológico? Es posible que una regresión de este calado no se produzca nunca; sería una catástrofe de proporciones bíblicas en el mundo occidental. La mayoría de la humanidad, sin embargo; aquella que carece de tantos medios, se adaptaría mucho mejor. Sus hijos apenas tendrían que cambiar los hábitos. Se trataría de seguir jugando en la calle, a voz en grito, como lo estaban haciendo...

viernes, 6 de diciembre de 2013

UN PUNTO DE VISTA

Desde hace años trabajo con escuelas deportivas de niños. Y ha sido un tiempo suficiente como para darme cuenta de varias cosas: por un lado el nivel académico de los niños no es el deseable y por otro la educación de los padres no hace otra cosa que socavar lo que aprenden día a día en los colegios a los que acuden. Siempre he pensado que en los centros escolares lo que deben de hacer es formar a nuestros hijos académicamente y, en todo caso, reforzar aquellos valores educativos que debemos, los padres, inculcarles en casa. Me dan miedo los colegios donde la moralina se convierte en doctrina. El problema, hoy día, es que buena parte de los padres se han despreocupado de la educación de sus hijos. Tan sólo se limitan a alimentarlos y, en el mejor de los casos, dejarlos en actividades extra-escolares que les permitan a ellos tener más tiempo para si mismos o para su trabajo. Así los niños van desarrollando sus capacidades cognitivas en ambientes carentes de los más elementales pilares de lo que debe de ser la formación de un niño. Creo, es mi opinión claro, que uno de los elementos fundamentales que debemos inculcar en los niños es el interés en conocer, el atreverse a preguntar por aquello que no conocen. Permanecer apocado en una esquina sin participar y quedarse con dudas sólo genera inseguridad. Son muchos los niños que se acercan sosteniendo verdades absolutas que sus padres les han contado y que nunca han comparado con "otras verdades". Facilitar el acceso de nuestros hijos a la educación es importante tambien. Negarles el derecho a aprender solo genera frustraccion. Al contrario muchos son los padres que se oponen frontalmente a la posibilidad de que sus hijos emprendan un camino diferente del que ellos les tienen marcados. Esto es habitual, es mi experiencia, en niños que pertenecen a etnias minoritarias o a niños que son oriundos de otras nacionalidades con costumbres diferentes. Aquí habría que tomarse las cosas con ciertas perspectiva ya que uno debe de comprender el choque cultural. Ellos me preocupan porque terminan viviendo una dicotomía familiar acusada. En cuando entran en sus hogares viven una vida regida por los hábitos culturales de sus países de origen y, al salir, viven la realidad de aquí. Y no siempre es fácil. Hay mucho rechazo social ante estos niños, sobre todo por el desconocimiento y desinterés sobre ellos y sus vidas. Respecto a los niños de aquí el problema es otro. Reside en el hecho, no siempre general claro, de que los padres han tenido a los hijos porque sí, porque tocaba y no porque realmente lo hubiesen planificado. Algo que debería de ser obligatorio en economías de subsistencia. No se trata de poner un niño más en el mundo, sino de hacer de él un ser con capacidad de formar su propia familia y de contribuir a su desarrollo personal y también social. Desde nuestro campo como monitores deportivos tratamos de acercarles valores que, tal vez, no vean en casa. Se trata de valores como la solidaridad, el compañerismo...ojalá contribuyamos a su crecimiento personal...