Todas
las decisiones que tomamos a lo largo de nuestras vidas son determinantes en la
misma medida en que seamos capaces de abalearlas. De separar el grano de la
paja. Lo mollar casi siempre viene rodeado de diferentes distracciones que nos
llevan a tomar el camino largo y tortuoso en lugar del recto y corto.
Como
el fígaro que se afana en marcar la crencha de sus clientes, así debería de
funcionar nuestro cerebro, sin embargo suele ser víctima de esa parte que
algunos llaman corazón y gusta de sufrir y sentir.
El
amor no siempre es real y sincero; torna por momentos zaino y fatuo. Aunque tiene
el inmenso poder de arrastrarnos y de sumergirnos en el azaroso universo de los
sentimientos desnudos. Allí donde la razón
no suele ganar a la impulsividad. Ese lugar lleno de espinas que nos
laceran y brisas calmantes que nos empujan a seguir. Un torbellino de idas y
venidas.
¿Cómo
acertar con las decisiones? Qué pregunta! Se me ocurre pensar que la mejor
manera de acertar es evitar tomar aquellas que vayan en contra de lo que
sentimos. Mas es posible que dicho camino nos avoque a un error. En mi caso
prefiero el error por dejarme llevar que cercenar un sueño.
Siempre
podemos toparnos con personas que sienten amores de siesta. Esos que se perciben intensos y profundos hasta que uno
se despierta al cabo de un rato con cuerpo de mala noche. Tal vez quien
concurra a nuestro encuentro sea alguien de siesta de pijama y orinal; esas
tardes de Alcarria donde uno despierta feliz y ávido de seguir compartiendo.
Quien
no ha cometido a la hora de abalear desconoce la esencia de la vida.