En nuestra sociedad, siempre han
tenido cabida personas cuyo mayor mérito radica en su habilidad para
enfangarlo todo. Personas incapaces de convencer a nadie con sus
argumentos, pero que se dedican a intentar confundir al mayor número
de personas posibles.
En este tiempo tan complicado
abundan en medios de comunicación, en la política y en los medios
de opinión, allí donde tras una máscara se esconden muchos
malnacidos ávidos de mortificar a quienes pillan en un momento de
debilidad emocional o faltos de conocimientos.
Nadie puede comprar nada con el
dolor; pero esos necios creen que si. Se posicionan detrás de
trincheras ideológicas para mercadear con el llanto, la pérdida, la
desazón… no son más que alimañas en busca de un titular, casi
siempre falso, o de la ganancia de unos pocos votos (que por otro
lado sus acólitos ya le tenían otorgados).
No son conscientes, o sí, de
que el dolor es transversal. Que en una pandemia como la actual el
virus no entiende de obligaciones para con unos y dádivas para
otros. Mata por igual, amedrenta de singular manera y lleva camino de
modificar muchos de lo hábitos que nos definen como sociedad.
Desde que soy consciente de la
existencia del dolor siempre he sospechado de los que, sin formar
parte, aparecen compungidos en medios de comunicación; en funerales
de Estado o en misas (no irán a una sinagoga o una mezquita aunque
también se mueran ciudadanos de otras creencias) . ¿Por qué? Pues
por un razonamiento simple. A todos se nos ha muerto algún familiar
directo, y siempre aparecerá alguien a darnos el pésame diciendo
aquello de :”cuanto lo siento, yo quería mucho a…” y, las más
de las veces, esa persona ni la conoces, ni la habías visto antes, y
mucho menos se preocupó antes por la situación del fallecido. Y eso
me ocurre a mí cuando veo a un personaje público mercadeando con el
dolor de los demás.
Yo no quiero plañideras en los
medios de comunicación o en la política. Deseo que estén donde
tienen que estar. Evitando los óbitos antes si les es posible, o
tratando de que no continúen. Los muertos ya los lloran los
familiares. A los políticos se les espera en la política y no en el
teatro.
Respecto a los medios de
comunicación poco habría que decir. Mercadear con la muerte lo han
hecho siempre. Venderá siempre más la impactante imagen de la
muerte que la celebración de la vida. La mayoría de los medios
hacen hincapié en el número de fallecidos por millón de
habitante; fallecidos por cada cien mil habitantes; fallecidos por…
A una parte de la población le
impacta, a otra parte la hastía. Pero podría ser de otra manera,
podrían resaltar que muchos miles de personas se han salvado; que el
porcentaje de muertos cada vez en menor en relación con el número
de enfermos diagnosticados pero… cómo le vamos a pedir a los
medios de comunicación que celebren la vida si el fango, la angustia
de los demás, el dolor ajeno y la muerte...es lo que les pone!
Cada día, desde que empezó
esta crisis sanitaria, he intentado resaltar la parte positiva de una
mala situación. Trato de mirar hacia el futuro con optimismo,
porque al final de una larga noche siempre estará el alba. Paso de
dejarme oscurecer los días por vaticinios de mercaderes de la muerte
que gozan hundiendo la moral de los débiles de espíritu.
La muerte es un negocio que
mueve muchos millones de euros al año en el mundo y que, en nuestro
país, siempre ha estado en manos de mafias que se llenan los
bolsillos en el momento más duro.
Las funerarias se hacen de oro
en un nicho de negocio exclusivo; en el que las tarifas se disparan,
enmascaran o falsean cuando los dolientes están en su momento más
bajo. Los sacerdotes hacen su agosto bajo pretextos inverosímiles,
montando una suerte de verbenas sacerdotales con montajes aparatosos
para, a fin de cuentas, enterrar a un creyente. Eso sí, bajo pago de
las tarifas mas variopintas.
Y finalmente estamos nosotros,
los ciudadanos. Agarrándonos del pecho para magnificar nuestro dolor
por la pérdida, afligidos. Muchos con la misma expresión del
político o periodista de turno. Una pose, un sentimiento vacío de
quien apenas se interesó en los últimos años por la vida del
finado. Al otro lado los que sienten, los que padecen, quienes
sienten en su interior la pérdida de esas personas que formaron
parte de sus vidas hasta el final. Y son esas personas las que se
merecen el respeto de sentir el dolor sin que alrededor pululen
mercaderes del dolor.