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lunes, 27 de abril de 2020

MERCADERES DEL DOLOR


En nuestra sociedad, siempre han tenido cabida personas cuyo mayor mérito radica en su habilidad para enfangarlo todo. Personas incapaces de convencer a nadie con sus argumentos, pero que se dedican a intentar confundir al mayor número de personas posibles.
En este tiempo tan complicado abundan en medios de comunicación, en la política y en los medios de opinión, allí donde tras una máscara se esconden muchos malnacidos ávidos de mortificar a quienes pillan en un momento de debilidad emocional o faltos de conocimientos.
Nadie puede comprar nada con el dolor; pero esos necios creen que si. Se posicionan detrás de trincheras ideológicas para mercadear con el llanto, la pérdida, la desazón… no son más que alimañas en busca de un titular, casi siempre falso, o de la ganancia de unos pocos votos (que por otro lado sus acólitos ya le tenían otorgados).
No son conscientes, o sí, de que el dolor es transversal. Que en una pandemia como la actual el virus no entiende de obligaciones para con unos y dádivas para otros. Mata por igual, amedrenta de singular manera y lleva camino de modificar muchos de lo hábitos que nos definen como sociedad.
Desde que soy consciente de la existencia del dolor siempre he sospechado de los que, sin formar parte, aparecen compungidos en medios de comunicación; en funerales de Estado o en misas (no irán a una sinagoga o una mezquita aunque también se mueran ciudadanos de otras creencias) . ¿Por qué? Pues por un razonamiento simple. A todos se nos ha muerto algún familiar directo, y siempre aparecerá alguien a darnos el pésame diciendo aquello de :”cuanto lo siento, yo quería mucho a…” y, las más de las veces, esa persona ni la conoces, ni la habías visto antes, y mucho menos se preocupó antes por la situación del fallecido. Y eso me ocurre a mí cuando veo a un personaje público mercadeando con el dolor de los demás.
Yo no quiero plañideras en los medios de comunicación o en la política. Deseo que estén donde tienen que estar. Evitando los óbitos antes si les es posible, o tratando de que no continúen. Los muertos ya los lloran los familiares. A los políticos se les espera en la política y no en el teatro.

Respecto a los medios de comunicación poco habría que decir. Mercadear con la muerte lo han hecho siempre. Venderá siempre más la impactante imagen de la muerte que la celebración de la vida. La mayoría de los medios hacen hincapié en el número de fallecidos por millón de habitante; fallecidos por cada cien mil habitantes; fallecidos por…
A una parte de la población le impacta, a otra parte la hastía. Pero podría ser de otra manera, podrían resaltar que muchos miles de personas se han salvado; que el porcentaje de muertos cada vez en menor en relación con el número de enfermos diagnosticados pero… cómo le vamos a pedir a los medios de comunicación que celebren la vida si el fango, la angustia de los demás, el dolor ajeno y la muerte...es lo que les pone!

Cada día, desde que empezó esta crisis sanitaria, he intentado resaltar la parte positiva de una mala situación. Trato de mirar hacia el futuro con optimismo, porque al final de una larga noche siempre estará el alba. Paso de dejarme oscurecer los días por vaticinios de mercaderes de la muerte que gozan hundiendo la moral de los débiles de espíritu.

La muerte es un negocio que mueve muchos millones de euros al año en el mundo y que, en nuestro país, siempre ha estado en manos de mafias que se llenan los bolsillos en el momento más duro.
Las funerarias se hacen de oro en un nicho de negocio exclusivo; en el que las tarifas se disparan, enmascaran o falsean cuando los dolientes están en su momento más bajo. Los sacerdotes hacen su agosto bajo pretextos inverosímiles, montando una suerte de verbenas sacerdotales con montajes aparatosos para, a fin de cuentas, enterrar a un creyente. Eso sí, bajo pago de las tarifas mas variopintas.

Y finalmente estamos nosotros, los ciudadanos. Agarrándonos del pecho para magnificar nuestro dolor por la pérdida, afligidos. Muchos con la misma expresión del político o periodista de turno. Una pose, un sentimiento vacío de quien apenas se interesó en los últimos años por la vida del finado. Al otro lado los que sienten, los que padecen, quienes sienten en su interior la pérdida de esas personas que formaron parte de sus vidas hasta el final. Y son esas personas las que se merecen el respeto de sentir el dolor sin que alrededor pululen mercaderes del dolor.


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