Dicen
que cuando las cosas vienen mal dadas es cuando aflora lo mejor y lo peor de
las personas. En las situaciones de estrés cada uno respondemos en función de
nuestra fortaleza interna, del entorno que tengamos y de las emociones del
momento. Eso es fácil de comprender. Y también es bueno tomar cierta distancia
con esas reacciones para valorarlas con posterioridad en su justa medida.
Sin
embargo, con el paso de los días, van aflorando conductas en algunos que
muestran cuan mezquina puede resultar alguna gente. Pintadas en coches, carteles
o notas insultando; políticos mintiendo sin pudor; noticias falsas o creadas
con el único fin de hacer daño… Hay individuos a los que observándolos con una
mirada amplia se les descubren muchos lugares sombríos en los que dejan salir
pensamientos perturbadores que nos afectan a todos.
Dicen
que el tiempo pone a cada uno en su lugar; yo no estoy tan seguro cuando de lo
que se habla es de medrar a costa de quien sea. No importa como de fangoso sea
el camino o la ristra de suciedad que dejes a tu paso.
Nos
acercamos a las redes sociales para, parapetándonos tras ellas, lanzar todo tipo
de acusaciones o aplausos (dependiendo de los intereses) sin tener en cuenta
nuestro día a día. Cabría, en este punto, ver cómo es el mundo que nos rodea,
ese universo cercano en el que vivimos y al que no siempre prestamos la
atención debida. ¿Hacemos todo lo necesario? ¿Nos comportamos de manera ejemplar?
¿Podemos hacer algo más? Honestamente creo que no. Pero es mucho más fácil hablar
de lo mal o bien que lo hacen a 200km.
Como
sociedad este encierro demuestra muchas cosas buenas, estupendas. Entre ellas
alguna que no esperaba de un pueblo como el español, paciencia. Tal vez porque
no queda otra o porque salir a la calle implica jugarnos el bolsillo o la
salud, pero estamos siendo mucho más pacientes de lo esperado. Lo mismo que los
italianos o franceses. A los latinos nos hierve la sangre con facilidad. Pero también
este encierro está mostrando cómo somos con los que no piensan o sienten como
nosotros. Y uno no puede más que recordar la trágica Represión que vivió este país
durante los quince años posteriores a la Guerra Civil. Años en los que unos
vecinos señalaban a otros para que “la autoridad” se los llevase por delante. No
es muy diferente cuando pintamos un coche a una doctora que lo único que hace
es cuidarnos. Esa parte es una de las que más detesto de nuestra sociedad.
En
muchos españoles anidan, en los lugares sombríos de su alma, pensamientos maniqueos
y cainitas. Anida un odio por el diferente que está ahí, que siempre ha estado
y que hace poco aflora desde los partidos políticos de carácter ultra. Partidos
que no están para hacer política, que va; están para llenarse las alforjas de
dinero público e invadir el pensamiento colectivo de ese hedor nauseabundo que
desprende el odio al diferente. Su arbitrariedad les nubla el entendimiento si
es que alguna vez lo tuvieron.
España
nunca será una nación de patriotas, somos de mirarnos demasiado al ombligo y de
señalar la falta de redondez del de al lado. Somos de guerra de guerrillas, de
emboscadas al alba; de cuchilladas por la espalda. Podremos unirnos en
ocasiones, como lo hicimos cuando España ganó el mundial de fútbol, pero durará
poco. Tan poco como lo que tardaron entonces algunos en decir que la mitad de aquella
selección era catalana y que ganaron por ellos. Argumentario tan falaz como cualquiera
de los de ahora. Entroncado con los lugares sombríos de las mentes de muchos.
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