Observar
el mundo a través de una pantalla, de un cristal o desde el balcón no es la
mejor manera de formar parte de él. En este tiempo estamos pasando de miradas
furtivas detrás de los visillos de a una exposición de ventana digna de un
estudio social.
Lo
que hasta hace bien poco era una observación a hurtadillas del vecino/a con el
fin de invadir su intimidad se está convirtiendo en una búsqueda de notoriedad
desde el balcón de enfrente, tal vez para llamar la atención y empezar una
conversación. Estamos pasando de hablar del vecino a hablar con él. Lo que no
deja de resultar paradigmático cuando, en muchas ocasiones, ese vecino lleva un
montón de años enfrente sin importarte nada.
Somos
seres sociales, necesitamos de los demás para reafirmarnos en nosotros mismos. La
condición humana nos hace esclavos de las relaciones. Incluso el ascetismo
precisa de una conversación con alguien. Por eso, en unos días, podremos empezar
a recuperar el rastro de lo hemos sido, de lo que quizás somos y tal vez
seremos.
Nos
advierten que nuestra sociedad no volverá a ser la misma. Que nos vamos a convertir,
a la fuerza, en personas más distantes. Con una menor carga de efusividad y
cercanía. Personalmente niego la mayor. Es posible, incluso probable que el
miedo a contraer una enfermedad coarte nuestra manera de mostrar los
sentimientos. Incluso cabe la posibilidad de que cercene muchos lazos que no
tienen la resistencia de una amistad. Es posible, el tiempo dirá.
Mas
yo creo que cabe una reformulación de cómo seremos sin dejar de ser quienes
somos. El rastro que hemos dejado hasta ahora está sembrado de vivencias,
sentimientos, certezas, dudas, risas y lágrimas… se trata de un rastro visible,
para el que no hace falta arrastrarse por el suelo o tener vista de lince. Si no
podemos desandar el camino, nada nos impide hacer uno paralelo. Quizás este
tiempo nos haya ayudado a observar nuestros errores y a reiniciar el camino de
un modo mejor, pero sin renunciar a la esencia de lo que somos.
Por
mi parte pretendo reemprender mi camino con la mirada en el horizonte, la mochila
cargada con abundantes provisiones para el recorrido y dispuesto a avanzar con
respeto, pero no con miedo. Creo que nos queda mucho bueno por vivir. Y que de
todo se aprende. La coerción de lo invisible suelta fuertes andanadas a nuestro
espíritu de lucha; pero qué sería de nosotros si no fuésemos capaces de seguir
caminando a pesar de las heridas en las rodillas por los tropiezos y caídas. No
podemos dejar de ser quienes somos, sería un error.
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