CUESTIÓN
DE SENTIDOS
¿Qué es vivir? Esta es una de
esas preguntas en las que caben tantas respuestas como seres humanos existen. La
realidad, ese tangible rodeado de incógnitas, es diferente para cada uno de
nosotros una vez nos hemos despertado; mas, sin embargo, vivir no es más que
una cuestión de sentidos y todos, salvo problemas, tenemos los mismos, cinco;
aunque dicen que existen personas que tienen un “sexto sentido”. Desde luego,
yo no soy una de ellas.
Casi siempre son los sonidos los
que nos despiertan, los que dinamitan ese último sueño al que permanecíamos
aferrados un breve instante antes. Cuántas veces hemos vuelto a cerrar los ojos
con la esperanza de retomar un hilo que, por desgracia, se ha esfumado. Otras,
al contrario, agradecemos al despertador el devolvernos a una realidad más
tranquilizadora que esa pesadilla; ¡era tan real! Es la voz de esa persona que
amamos la que transforma nuestra vida en un lugar mejor; esas palabras de
arrullo que damos a nuestros hijos, o esas voces en la lejanía que escuchamos y
que nos sumergen en lo que quiera que ocurra lejos. Oír y, a la vez, escuchar;
siempre que alguien tiene algo que decir que nos importe. O simplemente oír, porque
así son las cosas.
Muchas veces nuestros días tienen
un filtro marrón, y todo lo vemos con mirada taciturna. Hacemos las cosas del
día a día albergando la esperanza de que pasen pronto las horas y despunte el
alba con un nuevo color. Y llega el día siguiente y todo se llena de luz, de
contrastes. Y es en los contrastes donde siempre he encontrado la belleza. Esa belleza
oculta que requiere de un pequeño esfuerzo o de una pizca de suerte para encontrarla.
Uno ve el color de los ojos de otra persona mil y una vez sin que llame más de
la cuenta tu atención; de pronto, en un giro inesperado al trasluz de unas
cortinas, aquellos ojos siempre pasajeros se convierten en el ancla sobre el
que empieza a girar tu vida, sobre el que estás dispuesto a empezar de nuevo. El
horizonte, ese sitio al que siempre mira uno cuando tiene la mirada perdida, está
lleno de luminosidad. Pero no siempre lo vemos así. La fortuna, muchas veces
esquiva, puede entornar nuestros ojos y dejarnos con mala visión…pero la
belleza sigue ahí.
La vida huele, siempre desprende
un aroma. Desde que nacemos y hasta que dejamos de existir, nuestra existencia deja
un rastro, un olor característico que es intrínseco a la persona que somos. Nuestras
feromonas marcan nuestro entorno, logran que alguien se acerque o se aleje. Es posible
que nos elijan, incluso sin ser conscientes de ello, por el aroma que desprende
nuestra piel. O quizás por eso mismo, por la consciencia de nuestro aroma…quien
sabe. Vivir es, también, un océano de olores que nos invaden, obligándonos a ir
hacia un lugar u otro. Quien no ha sentido la naturaleza virgen en medio de un
bosque y ha cerrado los ojos para dejarse ir y volar; y quién no ha sentido el
nauseabundo golpeo de la suciedad en cualquier cloaca urbana que nos enseña la
parte trasera de lo que somos.
Sabe, claro que sí, la vida sabe;
nos encanta el sabor de la piel de esa persona por la que perdemos el norte;
sentimos en nuestro paladar el metálico sabor de nuestra propia degradación
como personas. La vida sabe dulce cuando las cosas van de cara, cuando cualquier
momento es bueno, hagamos lo que hagamos. Y tiene ese sabor amargo al salir
cruz en la moneda. Y es cierto, hay personas que disfrutan más en la amargura
que en la dulzura. Su vida no es peor ni mejor, tan sólo diferente. Prefiero,
en todo caso, la dulzura a la amargura, al menos en la vida.
Y la vida es tacto; a través de
nuestra piel descubrimos quienes somos en realidad; percibimos a los demás de
la manera más directa. No podemos olvidad que, la piel, es nuestro órgano más
grande. No sé si el más importante, pero sí el que más va a modificar nuestra
manera de vivir. Basta un simple roce con el cuerpo que tienes al lado para
sentir la vida en todo su esplendor o percibir la soledad más absoluta. Y todo
en un mismo roce.
Nuestro cerebro, esa suerte de
ONU de los sentidos, es el garante final de que podamos disfrutarlos en mayor o
menor medida. Pocas cosas hay más importantes para vivir que dejarse llevar por
lo que sentimos. Trato de hacerlo cada día, a veces con plenitud y otras con
dificultades; pero siempre con optimismo. En la vida uno puede ver el vaso
siempre medio vacío o medio lleno. Para aquellos que lo ven medio vacío…ánimo. Y
para quienes lo ven medio lleno. ¡Vivan! sigan haciéndolo así. Merece la pena vivir sintiendo.
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