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lunes, 27 de febrero de 2012

LA MIRADA PERDIDA

De un tiempo a esta parte, no sé si por la manida “crisis” percibo en muchas personas su mirada perdida, buscando en lontananza no se sabe qué, ni por qué razón.
Siempre ha habido alrededor nuestra personas atribuladas por “sus cosas”, mas parece ser que en este instante social esas “sus cosas” pertenecen al lugar común que compartimos entre todos.
La ausencia de recursos hace que muchos terminen sus días acodados en la barra de un bar, respirando los escapes de los coches en la calle, o bajo cualquier manta de cartón en las frías noches de este invierno, cada vez más largo.
La situación actual invita al abandono, al dejar de lado lo superfluo, aunque muchas veces lo que le sobre a muchas personas son...otras personas...
Me viene a la memoria ahora mismo aquella campaña de no hace mucho tiempo en la que se llamaba la atención sobre el abandono de animales en las gasolineras, también de personas mayores; y me viene a la memoria porque hoy día, en el que la carestía de la vida ha llevado a muchos a vivir con la mirada perdida sin ningún bien propio ni prestado; cada vez son más lo que son abandonados, se sienten abandonados o simplemente son ignorados por encontrarse fuera del sistema al que pertenecían hace un minuto.
La mirada perdida de estas personas no es más que el reflejo de una sociedad manifiestamente desigual, donde la opulencia y la indigencia se cruzan con demasiada frecuencia; un mundo en el que las diferencias sociales son cada vez más amplias, situando a los de la mirada perdida a un paso del abismo. Al que, seguramente, serán empujados por aquellos que, acostumbrados a no mirar nunca a los ojos, deciden sobre qué será de nuestro futuro.
Me gusta mirar a los ojos de las personas, interpretar aquello que sus ojos dicen, pues muchas veces hablan más que sus palabras o gritan más que los silencios. Mirar a los ojos de quien tiene su mirara perdida es una forma de explicarles en silencio que existen, que están presentes, que son algo más que un cuerpo inane.
La mirada perdida

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