LUGARES PARA SOÑAR

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cerrar lo ojos y sentir

viernes, 21 de junio de 2013

SI, LO HE TENIDO...

Resulta fácil respirar cuando el aire inunda tus pulmones sin nada que te oprima el pecho. Es sencillo conciliar el sueño cuando los cuervos vuelan lejos de tus encuentros con Morfeo. Las sonrisas vuelven a ocupar el lugar de las caras largas cuando las certidumbres terminan con esa losa pesada que el la incertidumbre que va derrumbándote interiormente. En este tiempo reciente he intentado no hacer caso de algo tan atávico como es el miedo a la muerte; he procurado llevar mis pensamientos de un rincón al otro de mi cerebro deteniéndome lo menos posible ante la mera suposición de un encuentro con los cuervos. Uno se encuentra un buen día ante un señor que, con rictus serio le dice: amigo, cabe la posibilidad de que tengas Cáncer. Y en ese preciso instante te cambia la perspectiva de la vida, te sitúas (por fuerte que seas) en la tesitura peor. Imaginas, sobre todo cuando desconoces, la peor de las situaciones. Para animarte alguien te comenta: “no te preocupes, después de la operación la esperanza es larga”; te dan ganas de partirle la cara o de echarte a llorar. Los “ánimos” que pretende darte no hacen más que socavar la tierra a tu alrededor. Empiezas esa tarea infructuosa de la información verosímil, casi siempre alejada de la realidad particular de cada uno, pero que se convierte en ariete de tus emociones. Analizas cada línea que lees tratando de arrimarte a la perspectiva que mejor te puede ir; encuentras asideros, claro que los encuentras, pero no aciertas con la forma de asirte a ellos. La zozobra se va instalando en tu cerebro, toda vez que la incertidumbre va haciendo mella en ti. Un día, sin darte cuenta, te topas de bruces con él. El miedo es algo que no tiene olor, ni siquiera sabor; mas casi puede uno mascarlo cuando lo siente. Es como un gas que desplaza tu oxígeno cada vez que quieres dar una bocanada de aire. Pasan los días, tu cabeza para sobrevivir trata de alejarse de aquello que te infunde miedo. Así intentas hacer muchas cosas a la vez, incluso las que no te llevan a ningún lado; la cuestión no es tanto qué hacer, sino por qué lo haces: Y lo haces por tener la mente en otro lugar que en la soledad de uno mismo. Sentado en la sala de espera, mientras pasaban uno y otro paciente, el aire que respiraba era denso, me provocaba un temblor nervioso en una de mis piernas, o en las dos, o en todo el cuerpo...sólo era miedo, pero cómo lo sentía. Y llegó el momento, y el señor que otrora taciturno te advertía, hoy me miró jovial, sonriente: “no es nada, no te preocupes. Estás perfecto.” Y la sonrisa volvió de repente. El día gris se tornó soleado y dichoso. La vida sigue ahí, para que yo pueda vivirla. Pero miedo, sí, lo he tenido...

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