LUGARES PARA SOÑAR

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lunes, 10 de febrero de 2014

EL PLACER DE LAS PEQUEÑAS COSAS

En este tiempo que me ha tocado vivir, me he preguntado muchas veces por qué razón parece que nuestro único objetivo es tener cosas. Muchas de ellas completamente inútiles al cabo de un tipo o, lo que es peor, para un uso residual en el día a día. Educamos a nuestros hijos en unos valores cuestionables a la par que llenamos su espacio de juegos de consolas, televisiones de plasma, ordenadores....que les alejan todavía más del placer de las pequeñas cosas. Mi generación ha vivido la transformación de una sociedad en la que lo poco era mucho, a una sociedad actual en la que el todo es poco más que nada. Recuerdo, cuando era un crío de la edad de mi hija, que jugar era un ejercicio casi siempre colectivo. Se trataba de quedar con los amigos y salir a jugar. No se trataba tanto de a qué se jugaba o con qué, sino de hacerlo y pasarlo bien. Con cuatro canicas, dos chapas o unas piedras hacíamos juegos más que suficientes como para pasar una buena tarde. No pasaba nada si alguna de aquellas carreras de circuitos de chapas terminaban en alguna disputa física. Llegar a casa con algún arañazo no implicaba que nuestra madre fuese a poner una denuncia en comisaría por violencia. Todo lo más te daban un bofetón por haber roto el pantalón en la riña. No quiero decir que aquella sociedad fuese mejor que la actual, lo que sí tengo claro es que satisfacer a un niño entonces era, literalmente, más sencillo que hoy. Mi hija ha tenido más juguetes de los que ha podido usar. Las novedades dejan de serlo al cabo de dos días. En mi niñez muchos juguetes, por no decir la gran mayoría, eran heredados. Formaban parte del universo común de una casa durante años. Los pequeños anhelaban ser grandes para poder usar aquello que sus hermanos tenían. Esto no es planteable ya en una sociedad como la nuestra (es cierto que hay muchas familias con carencias, si bien muchas de las carencias de hoy eran moneda común antes). En occidente el papel de las personas mayores está quedando en un segundo plano, (excepto en tiempos de crisis como el actual donde son “de pronto” muy apreciados de nuevo), y es una pena, porque de muchos de esos mayores mi generación aprendió juegos que nos sirvieron para, con las modificaciones oportunas, disfrutar de muchas tardes al sol. La postal de cualquier terraza de verano sería más o menos esta: cuatro amigos sentados en una mesa, con refrescos y hablando sin mirarse. Cada uno pendiente de su teléfono. Alguna vez he visto como alguno abandonaba la mesa sin que los otros tres se percatasen de ello. Quedarse absorto ante la pantalla de nuestro teléfono es una muestra evidente de la pérdida de autonomía personal. No somos nadie sin nuestro “nuevo” órgano. Contemplar un atardecer con los amigos sentados en una piedra mientras la conversación fluye ha dejado de ser parte de la realidad cotidiana. Soy un usuario de las nuevas tecnologías, las cuales me parecen esenciales en un mundo como el actual. Sin embargo también soy un firme defensor de las tertulias en las que el debate cara a cara es una constante. Tal vez porque me gusta mirar a los ojos y ver a través de ellos. Para muchos jóvenes de hoy este es un ejercicio casi imposible. Sostener la mirada más allá de la pantalla no les resulta sencillo. Están acostumbrados a decir lo que quieren parapetados tras una pantalla o un teclado. En el cara a cara, donde uno debe enarbolar la bandera de la coherencia, les resulta más complicado. Acaso deberían probar a dejar sus teléfonos en casa una semana y marcharse juntos a disfrutar de la amistad. Tal vez así descubrirían el placer de las pequeñas cosas...

1 comentario:

  1. Que triste y a la vez qué cierto, que los llamados amigos no sean capaces hoy en día de mandar una postal desde el lugar precioso donde pasan unos días, o marcar tu número y de viva voz felicitarte en tu cumpleaños o en una ocasión especial, o pasarse simplemente a hacerte una visita sorpresa a ver si te apetece charlar a la vez que se pasea tranquilamente o se toma un café, en la cafetería de siempre, o simplemente comprar la típica bolsa de pipas de cuando no teníamos un duro en el bolsillo o era ese único duro lo que teníamos y lo compartíamos con nuestro colega del alma... no han pasado tanto años desde que yo viví así y disfruté de las pequeñas cosas que me hacían tan feliz... intento seguir actuando igual que por entonces, pero no sólo depende de mi... mis *amigos* a veces tienen otros intereses y les resulta más fácil olvidarse de las fechas o momentos importantes, o bien creen que mandando un simple whatsapp ya te das por satisfecho, que poco se llega a conocer a la gente...

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