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sábado, 8 de agosto de 2015

EL MIEDO A CAMBIAR

Pocas cosas atenazan tanto a las personas como el cambiar su statu quo, el tener que reconstruir una manera de vivir de otro modo. Sucede en la política donde una mayoría teme a lo que está por venir. Y no lo hace por conocimiento de que pueda ser malo o peor que lo existente; lo hace porque no puede controlar las variables que está acostumbrada a manejar. Cuando al día le sigue la noche y a esta vuelve a seguirla el día nada cambia. Sin embargo un simple viaje de avión en esta época del año nos puede trasladar a un día sin fin; y meses más adelante a la noche eterna. ¿Cómo nos adaptaríamos? Mal al principio pero sólo hasta tener nuestro cuerpo adaptado. En la vida personal las cosas suceden casi de un modo similar. Cambiar el modo de vida que tenemos, dejar salir a una persona de nuestra vida o abrirle la puerta supone, cuando menos, un ejercicio de valentía importante. Somos animales de costumbres, que siendo permeables a los continuos cambios de la vida, no permanecemos insensibles a los efectos que estos refieren para con nuestro estado de ánimo. ¿Cómo se supera este miedo? No creo que exista una respuesta, sino que depende de la condición de cada uno de nosotros. Los que tenemos un corazón temerario no dudamos en aferrarnos a la esperanza de que el cambio sólo implica avanzar, doblar una esquina y afrontar una nueva etapa. Para los que se parapetan ante cualquier amenaza los cambios son mucho más duros y por ello tienen a permanecer inmóviles viendo pasar el tren continuamente delante de sus ojos. A menudo el último se escapa cuando ya reaccionan demasiado tarde. A lo largo de la historia del ser humano éste siempre ha avanzado a partir de cambios radicales, pues han sido estos los verdaderos transformadores de la sociedad. Existen otros paulatinos que obedecen a un avance en conocimientos, descubrimientos etc. Pero no hay avance sin ruptura. A menudo, tememos dejar nuestro corazón en manos del desconocido que ha golpeado nuestra puerta, porque nos remueve el interior y hace saltar todas las alarmas. De pronto respiramos de un modo diferente, y los pilares que nos han sostenido hasta entonces…se tambalean. En mi opinión es el preciso momento en el que uno debe de apostar por la vida y dejarse llevar. ¿Riesgos? Todos…y qué. Perder intentando hacer algo por nosotros mismos siempre será mejor que perecer inmóviles y estancados. El género humano está lleno de zombis, aunque muchos no son conscientes de su propia condición…

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