LUGARES PARA SOÑAR

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cerrar lo ojos y sentir

sábado, 30 de enero de 2016

AQUEL NIÑO

No llegó al mundo de un modo cómodo, ni tampoco con un pan debajo del brazo. Tal vez por ello quiso quedarse dentro de la madre. Pero aquel doctor carente de pericia le hizo sentir, desde muy pronto, que los caminos de la vida están llenos de espinas. Le recuerdo llorando de miedo en una pequeña cama plegable, de esas que cuando das un pequeño salto corres el riesgo de convertirte en perrito caliente. La sensación de ser una pequeña molestia comenzó entonces. Lo que le hizo espabilarse desde muy temprano para encontrar las grietas por las que poder colarse o salir corriendo. Encerrado en su habitación por los caprichos de los mayores, observando el mundo desde una atalaya de cinco metros. Creen los mayores que los niños no oyen pero no escuchan…y se equivocan. Pues las voces van quedando guardadas en la memoria para que más adelante salgan al paso cuando menos se las espera. Mirando con los ojos entornados lo que en otras casas se cocinaba, para emular en la mente aquello que había visto y tragar lo que tenía en el plato. Es un juego al que más adelante seguiría jugando toda la vida. Escuchaba que el amor de los padres siempre era lo más grande y él pensaba que su mundo debía de ser demasiado grande, pues siempre tuvo la sensación de que su amor era diminuto. Uno cree que es así hasta que descubre que hay mucho más allá. Un día, la vida se giró; y en el giro el universo cambió. La perspectiva siempre es un horizonte diferente para quien observa. Desde aquel entonces unos valores se afianzaron y otros de diluyeron en la absoluta falta de comprensión. Y aquel niño se adentró por la senda por la que van las cosas de los mayores; y hubo de tropezar muchas veces hasta poder comprender la diferencia entre el bien y el mal. Pues muchas veces el bien sólo hace daño. Sonreír en el frío de la madrugada no es sencillo; sobre todo si vas equipado con un pijama ligero y unas zapatillas raídas. La postura hierática de la cara tiene más que ver con el invierno que con la gracia del asunto. Un día lo vi subido a una mesa, rodeado de señoras ataviadas de negro. Le observaban como si hubiese hecho algo malo, cuando en realidad sólo quería llamar la atención de aquellos que le importaban. La incredulidad de entonces permanece ahora. Aquellos partidos en la curva; tres chavales jugándose la vida pateando una pelota sin más previsión que el claxon de los coches que ya lo tocaban a sabiendas. Aquello era deporte, éxtasis por momentos. La idiosincrasia de aquellos tiempos en los que nada era lo que aparentaba, quizás por la herencia de una época recientemente concluida y a la que, todavía, mucha gente temía. Aquel niño creció, siguió camino por la vereda de la vida. Ahora sacándose las espinas clavadas; otrora remontando los sentimientos de fatiga en la búsqueda de la alegría. Y esta llegó cuando un día pudo tomar distancia. El salto fue más cualitativo que cuantitativo, algo que nunca le importó. La calidad de diez minutos de buena compañía siempre será mejor que las muchas horas de abatimiento con las personas equivocadas. Aquel niño creció porque tocaba, porque una vez aquí… ¿por qué no? Dicen que no se puede echar de menos aquello que no has tenido. Es mentira, claro que se puede…

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