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lunes, 4 de abril de 2011

¿CÓMO ME DEFIENDO DE MI PAPA?

Esta es una pregunta que muchos niños, víctimas directas o indirectas de la violencia de sus progenitores, se hará.
Cuando en una pareja se producen malos tratos (casi siempre de hombre a mujer), no sólo son víctimas quienes reciben la agresión física o psicológica, sino que también lo son aquellos que vivan en la misma casa. Y lo son los hijos, agredidos o no, porque pierden referencias, porque los constructos que ellos elaboran en su mente se desmoronan cada vez que su padre golpea o insulta a su madre.
Si, además, el menor recibe un castigo físico o verbal; si el adulto menoscaba las capacidades de ese niño, está claro que las capacidades cognitivas del menor se verán alteradas de muy diversas maneras, no todas estudiadas.
El maltrato debería estar castigado con penas mayores de las que se aplican, debería haber una partida presupuestaria debidamente implementada para hacer frente a esta lacra social. No puede ser que un policía tenga a su cargo a diez o doce mujeres o a varios menores, porque es materialmente imposible que llegue a cumplir bien con su deber.
Por otro lado, cuando se produce un juicio y en él queda demostrado, y por tanto sentenciado, que han existido maltratos se dicta una sentencia. Esta sentencia, condenatoria penalmente, no lleva implícito el ingreso en prisión si no hay antecedentes previos; pero si deja claro, ante la sociedad, que el individuo en cuestión es un maltratador. Una persona que difícilmente cambiará su manera de ser, pues nunca reconocerá que maltrata.
Un maltratador es, por condición, un mentiroso social, capaz de comportarse como un farol en la calle y un candil en casa. Para los demás una buena persona para los de casa un terror. ¿Cómo se defiende entonces el menor si, al cabo de un tiempo, los servicios sociales les facilitan estar a solas con él? La supervisión de estas personas debería llevarse de otro modo a cómo se lleva actualmente. Visitar a los hijos en un centro es instar al maltratador a comportarse como debe pues sabe que ahí lo ven, que registran sus actos. Los niños, sus hijos, ven a un padre que no es el real, a una persona que no es como realmente es, toda vez que su comportamiento entre esas cuatro paredes esta condicionado. De ahí pasan a estar en soledad con un personaje que ya no será el mismo, sino que será quien realmente es. El mismo ser aterrador e inconsciente que ellos creían olvidado y que, de pronto regresa a sus vidas. ¿Cómo se pueden defender?...es en estas cuestiones, y no en otras, donde deberían centrar sus esfuerzos los psicólogos, los jueces y los políticos.

1 comentario:

  1. Ha esta gente no se les debería llamar personas, más bien monstruos. En mi forma de pensar, no hay rehabilitación que valga para ellos, no se merecen tener contacto con nadie, y menos con sus hijos. La prueba está que en los mismos centros penitenciarios no son muy bien vistos, según se comenta, maltratadores, violadores y gentuza de esa calaña no son bien vistos ni entre criminales. Es posible que sea muy tajante pero un hijo es lo más preciado que hay en el mundo y, desgraciadamente, no tienen armas físicas ni psicológicas para poderse defender. Efectivamente, psicólogos, jueces y políticos tendrían que centrar sus esfuerzos desde la base... niños y niñas que se encuentran o pueden llegar a encontrarse en estas situaciones.

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