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lunes, 17 de marzo de 2014

EL DEPORTE, LOS JUGADORES Y SUS PADRES

Estoy casi seguro de que, si le preguntan a cualquier entrenador les diría tres cosas, entre otras muchas: Qué el deporte en el que desempeñan su labor de técnicos ha sido parte importante de su vida, qué los jugadores hay que entenderlos dentro de su propia idiosincrasia y que los padres, generalmente, son la parte que desentona en la ecuación. Que el deporte es sano no es algo que vaya a descubrir ahora; demostrados están sus beneficios en la salud física y metal de quién lo practica, siempre que hablemos del deporte como una práctica no profesional. A ese nivel habría mucho que discutir sobre los excesos del deporte. Intentar que nuestros hijos introduzcan el deporte dentro de su rutina diaria irá en beneficio de ellos a lo largo de su desarrollo; en un tiempo en el que los niños tienden a pasarse la vida frente a una pantalla, descubrir un deporte les reportará un gran beneficio personal. Una vez que se descubre un deporte y éste se comienza a practicar de un modo más o menos organizado uno suele encontrarse con jugadores de todo tipo: están los que aúnan cualidades físicas y capacidad de sacrificio para aprender; los que teniendo un físico privilegiado nunca alcanzan nivel porque su actitud no es la correcta; aquellos que esforzándose al máximo ven acotados sus objetivos por un físico que no le permite más; y aquellos que se acercan al deporte porque alguien le ha dicho que fuesen pero que, en su foro interno, disfrutarían mucho más en cualquier otro lado. Y aquí es dónde los padres juegan un papel esencial. De entrada, y sobre todo a una edad temprana, existen pocos argumentos físicos que sean óbice o cortapisa para la práctica deportiva. Todo el mundo puede practicar un deporte siempre que atienda de una forma veraz a sus capacidades. Muchos padres acercan a sus hijos a clubes deportivos con la esperanza de que sus hijos practiquen un deporte y se alejen de otras prácticas habituales menos saludables: como las videoconsolas. Tengo muy claro que los jugadores que tienen claro que deporte quieren hacer (en cada momento de su vida) apenas necesitan que sus padres les lleven a ningún club, ya son ellos los que se buscan la vida. Para un entrenador formar un grupo partiendo de un montón de jugadores más o menos heterogéneo es una labor que lleva un tiempo pero qué, normalmente se consigue. El problema llega cuando los padres ejercen de “managers” de sus hijos. No es la primera vez, ni será la última, que un padre se acerca a un entrenador para reprocharle que su hijo no juega lo suficiente o que (y esto ya raya muchas veces el paroxismo) para aclararle al adiestrador cómo debe de jugar su hijo dentro de la dinámica del grupo... y se quedan tan anchos. Honestamente creo que los padres deberían ocuparse de acercar a sus hijos a las instalaciones donde practiquen deporte y elegir entre dos actitudes: marcharse a la cafetería y charlar con los demás padres o permanecer en la grada en silencio viendo a sus vástagos. Desgraciadamente para los jugadores noveles muchos padres se comportan en las gradas como verdaderos imbéciles, lo que repercute en el jugador de dos formas muy claras: o se siente humillado por la actitud de su padre y termina sintiéndose incómodo; o se convierte en la continuación de su progenitor trasladando al terreno de juego un lenguaje soez, y una actitud que termina por desquiciar a sus compañeros. Afortunadamente son más los padres que deciden acercar a sus hijos a la práctica de un deporte para que se diviertan; ejercicio éste último, el de divertirse, que debe de ser parte esencial en los inicios de cualquier práctica deportiva. Pretender que nuestros hijos sean unas figuras cuando todavía desconocen los fundamentos teórico técnicos del deporte que comienzan a practicar sólo los llevará al fracaso personal. El deporte, sobre todo en sus inicios, debe de ser una parte de la vida de nuestros hijos y no el eje central sobre el que vertebrar su desarrollo. Son muy pocos quienes llegan a vivir de la práctica de un deporte y muchos menos los que pueden permitirse el llegar sin un tremendo sacrificio. Es preciso que los padres entiendan que la formación de sus hijos debe ir pareja en todos los campos. Vivir de un deporte es, hoy día, mucho más difícil que hacerlo de una formación no deportiva. Vivir practicando un deporte se puede hacer toda la vida siempre y cuando su práctica reporte beneficios físicos y mentales. Invitaría, por tanto, a los padres a dejar que el deporte que elijan sus hijos (importante que sean ellos quienes decidan) les ayude a desarrollarse como personas. Los valores que aprenderán con la práctica deportiva harán de ellos mejores personas. Si, además, tienen la fortuna de que destaquen bien estará que sean la referencia a la que siempre puedan regresar y no la lanzadera que les despeñe por la vida...

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