LUGARES PARA SOÑAR

LUGARES PARA SOÑAR
cerrar lo ojos y sentir

miércoles, 15 de agosto de 2012

CERRANDO LOS OJOS

Cuando cierro los ojos imagino que mi mundo se transforma, que las cosas se sitúan en mi universo particular en su justa medida. No hay cabida para otra cosa que no sea el deseo de tener aquello que quiero y deseo. Los malos augurios, las malas sensaciones intento que se queden fuera, en ese exterior al que me vuelvo impermeable. Lo mejor de los sueños es que uno los va moldeando según sea su imaginación, puede ir añadiendo lo que quiera o modificando la escena como si de un director de cine o teatro se tratase. La vida no es más que eso, pura escenografía donde el final de la obra es un punto de no retorno, un lugar donde se pierde el último aplauso, donde los bises se extinguen con el último adiós. Muchas veces te he imaginado en mi vida, te he visto saltando a mi lado, con la levedad de ese ser que uno sabe irreal pero que desea ver convertido en algo tangible. He llegado a sentir la calidez de tu piel en la mía, he podido percibir en esa mirada limpia que me transmitías todo el poder que tiene el deseo, el anhelo, el amor. Me he visto agarrado a tu mano transitando por el mundo con la seguridad de que no voy sólo, de que somos dos lo que construimos, de que somos dos los pilares fundamentales de lo que esté por llegar. El mundo virtual me permite abrirme a ti como no lo he hecho jamás en el real; la coraza que todos llevamos nos impide, en ocasiones, mostrar a los demás el enorme poder del corazón que llevamos dentro. La sensibilidad se confunde muchas veces con debilidad, y es por ello que nos cuesta mostrarla. Sentirnos vulnerables nos hace perder la perspectiva necesaria como para enseñar al mundo como somos en realidad. Sí, reconozco que te he soñado muchas veces, que me he despertado ansioso por descubrirte en este mundo real que me ha tocado vivir. Y en ocasiones he creído encontrarte, quien sabe cuándo, quien sabe dónde... Cuando cierro los ojos me imagino caminando por un sendero acompañado de todo aquello que he querido tener siempre, una familia, una grata compañía, la sensación de ser amado, de amar, de desear, de tener sueños comunes hacia los que encaminarse. Las zancadillas que nos pone la vida en el mundo real, son fácilmente sorteables en mi universo onírico, donde las normas las pongo a mi antojo. Por eso me resulta reconfortable mirarte a los ojos, y lo hago a menudo. Sé que el día que te encuentre en la vida real me daré cuenta de quien eres por el reflejo que vea de tus ojos en los míos; no tendré dudas, sabré que eres tú. Y si me confundo, si descubro que no estaba en lo cierto y que mis percepciones eran erróneas no temas, te seguiré buscando. La felicidad es compleja, se supone que no es más que un conjunto de buenos y estupendos momentos donde las agonías se sitúan al borde. Los pequeños instantes son en sí mismo inmensos océanos en los que poder disfrutar en medio de una tempestad como la presente, donde los tangibles de otros apedrean los tuyos. Si cierro los ojos extiendo mi mano en busca de la tuya, quiero caminar a tu lado; deseo sentir cómo es la felicidad extrema, esa que de tan intensa suele ser efímera. Quiero abrirlos y ver que la realidad es mucho mejor cuando estés conmigo. No soy alguien a quien le guste estar sólo, hacer camino en soledad; he nacido para compartir, he nacido para avanzar en el mundo de una forma social, imbricado en un todo. La soledad es necesaria, es buena, es incluso maravillosa; siempre y cuando sepas las hora en la que le pondrás fin. Si la soledad supera la cuota de tiempo que querías destinarle se convierte en uno de esos agujeros negros universales que son capaces de arrastrar nuestras vidas a un oscuro pantano. No, no he nacido para la soledad. Cuando cierro los ojos...

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