LUGARES PARA SOÑAR

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cerrar lo ojos y sentir

miércoles, 1 de agosto de 2012

ENTRE FAROLES Y CANDILES

Los seres humanos tenemos, entre otras muchas cosas, la capacidad de ser lo que queremos y parecer otra. También de disimular defectos cubriéndolos con virtudes llevadas a la exageración. Esto no es algo inusual. Aquello de que: “las apariencias engañan” es algo totalmente cierto. Tendemos a juzgar a los demás por opiniones subjetivas, por la información que nos dan los demás, por prejuicios morales o de otro tipo, etc. La verdadera personalidad de una persona está profundamente enraizada en pilares básicos en su formación. El desarrollo de la niñez, el crecimiento como ser humano, las experiencias de vida y otras, forjan el verdadero carácter de cada uno de nosotros. Lo cual nos deja con partes de nosotros que son invariables y que permanecen ahí a pesar de que nosotros no queramos mostrarlas y, con otras partes, podemos jugar. Cuando pretendes cortejar a un posible comprador de un bien que tú estás dispuesto a vender, tu primer objetivo es resaltar las virtudes y, en lo posible, ocultar sus defectos. O, al menos, dejarlos en un segundo plano. Para con nosotros mismos operamos de la misma manera. Uno no se presenta en un trabajo para bombero diciendo que le encanta plantar fuego porque las llamas ejercen un poder mágico sobre él... Sucede que, con más frecuencia de la esperada, muchas personas son excelentes fuera de su domicilio y en la intimidad se convierten en ogros, en seres capaces de las más aberrantes situaciones. Son faroles en la calle y candiles en su propio hogar. Cuando un hecho execrable acontece la opinión de la mayoría de los vecinos es de que: “parecía una persona normal”. Y ¿qué es una persona normal? Normalmente aquella que se comporta como esperamos se comporten cualquiera que se mueva dentro de nuestro propio orden moral, social.... Quienes tienden a ser sombras en sus casas aprenden a situarse bajo los focos en presencia de los demás; se grajean la amistad de los demás, incluso pueden llegar a ser el centro de la fiesta. Para cuando llegan a sus hogares una nube se ciñe sobre sus mentes, convirtiendo a aquellos que hace un breve espacio de tiempo reían y parecían henchidos de júbilo en ogros capaces de sembrar el pánico entre sus hijos, sus parejas, sus seres queridos. Siempre aparecerá algún iluminado diciendo al día siguiente que: “se le veía venir” “tenía algo...” No es fácil sacar a la luz a quien ha aprendido a manejarse en la oscuridad. El maltrato acecha cuando uno menos lo espera, he visto a personas que cuando daban su opinión en presencia de sus parejas o padres no dejaban de temblar en sus labios, de mirar de soslayo a quienes con una sonrisa les miraban. El miedo, una vez se ha instalado en el inconsciente de cada uno, puede llevar a conductas impensables de quienes (en otros órdenes de su vida) son capaces de ser dueños de todos sus actos. No hay una sola respuesta para tratar de evitar verse envuelto en las turbulencias de estas personas cuando nos tocan cerca. Tendemos a intentar comprender por qué se comporta alguien así. Lo cual, en si mismo no está mal, mas sería preciso observar desde la barrera, con la distancia suficiente como para no verse acogotado por la situación. Quizá lo más difícil es ser consciente de que: a una primera vez, normalmente, siguen otras muchas. Si consientes que te humillen una vez, justificando a quien te humilla, es probable que termines humillado muchas veces. Los candiles dan una luz tenue, palpitante, que provoca sobras y lugares de oscuridad absoluta. El miedo es el gran aliado de la oscuridad. Las farolas nos ayudan a transitar más seguros...

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