LUGARES PARA SOÑAR

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miércoles, 16 de enero de 2013

PRISIONEROS DE NOSOTROS MISMOS

¿Qué nos impide ser aquello que queremos ser y que, en realidad, podemos alcanzar? Seguramente nuestra propia inseguridad. Somos prisioneros de nosotros mismos. Las malas experiencias de la vida sirven, en muchos casos, como pesos aparentemente inamovibles, que terminan por cercenar nuestras expectativas. No se trata de tirarnos contra una pared de hormigón, pues esa es seguro que no la derribaremos, pero si por el contrario nos decidimos por intentar tirar una puerta de chapa, seguro que alcanzaremos nuestro objetivo. La peor pesadilla que el ser humano tiene es la de ver que su mente es prisionera de sus experiencias; que no es capaz de avanzar porque la memoria pesa demasiado en la mochila que lleva con él. El optimismo es, sin duda, el mejor algoritmo con el que resolver la ecuación más compleja que la vida nos ponga delante. Las ganas de vivir curan incluso enfermedades aparentemente incurables. Creer, aunque sea en algo tan alejado de mí como puede ser Dios, ayuda a quienes esperan de él su compasión. La búsqueda de respuestas siempre ha sido esa válvula que nos permite exudar los temores internos. Las barreras mentales son mucho más fuertes que las físicas, porque las hemos creado en el mayor de los refugios, nuestro cerebro. Un lugar tan rico en matices que siempre se pueden hallar en él los asideros suficientes como para empujar fuertemente esas barreras que no son reales y que tan sólo obedecen a nuestra propia emotividad. Sin duda que hay quienes serán prisionero de si mismo toda la vida. Las cárceles mentales están mucho más presentes de lo que queremos creer. A nuestro alrededor hay muchos que pasan a nuestro lado, que conviven con nosotros y que son sólo libres cuando olvidan quienes son.

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