LUGARES PARA SOÑAR

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viernes, 1 de marzo de 2013

CARTA DE AJUSTE

De un tiempo a esta parte, trabajando como lo hago de noche, me he dado de cuenta de lo mucho que puedo llegar a echar de menos la Carta de Ajuste. Aquella imagen fija en la que tan sólo se movía el reloj y que implicaba la paralización de las horas de televisión y, por ende, un tiempo necesariamente dedicado a otras cuestiones. La Carta de Ajuste a ha sido, sin duda, inductora de no pocos niños en este país. Ha ayudado a que muchos utilizasen los libros para muchas cosas más que para soporte de mesas o camas. La Carta de Ajuste incluso podía ser un inductor necesario del sueño o de la tranquilidad. Que nadie la confunda con la imagen fija de puntos brillantes que aparecían cuando se iba la señal. En esas pantallas alguno ha visto cosas inimaginables... Ahora, en este tiempo, a la hora en que frecuentaba la famosa Carta, las pantallas se inundan de refritos de programas anteriormente pasados, con los que uno puede disfrutar de las babosadas y lindezas que algunos mamarrachos se dicen a la cara para jolgorio del público asistente en el plató o de los espectadores ávidos de mugre. Por otro lado están los programas alternativos que se podrían dividir en cuatro: Los de juegos y apuestas; los de adivinos y brujos; los de venta por televisión; y, finalmente, los de música. Este siempre ha sido un país de palanganeros, de personas que se han jugado los cuartos aun cuando estos no estaban dentro de los bolsillos. Así que, ahora, con pantallas brillantes y presentadoras encantadoras, las noches se convierten en el paraíso del ludópata y del aspirante a serlo. Para quienes lo son, las noches televisivas son terroríficas, pues pueden practicar el fonambulismo personal sin moverse de casa. Aunque la caída será igual de dura. Al español le ha gustado, desde tiempos inmemoriales, saber qué se cuece en la casa de al lado. Para el castizo siempre es mejor saber quien se la pega al vecino que averiguar de quien son los dos pies que sobran en la cama marital. Así que recurre al adivino de turno para conocer. Los programas de videntes son estremecedores. Si uno se detiene a escucharlos con un poco de interés; descubre, no sin asombro, que el espectador que llama y pregunta no es, ni mucho menos, tan cateto y corto como se espera. Lo que da muestra de lo necesitada que está la sociedad de personas creíbles. Porque una cosa está clara, si uno escucha las sandeces que estos “visionarios” sueltan no puede por más que echarse a reír o a llorar. Son malos pero malos... Lo de la venta por televisión es ya un clásico; muchas son las casas donde los cajones están atestados de todo tipo de accesorios de venta por catálogo. Desde cuchillos que cortan lo incortable, hasta cacerolas que cuecen solas (pero a las que hay que echarle de todo), aspiradores que no sólo aspiran, sino que limpian, acondicionan, humidifican...uno de estos días a algún espectador se va a hacer daño utilizando algún producto de los que anuncian para otras cuestiones... a fin de cuentas casi todos son de plástico... Finalmente, para quienes pasan de puntillas por estos canales y desechan los dos o tres de documentales que de tanto repetirlos uno ya se los sabe, están los programas de música. Esos que dan oportunidades a nuevos artistas o a artistas que ya han tenido su momento de gloria y ahora vagan por los pasillos de la fama esperando un escenario en el que cantar a su público. Un público que ya les ha abandonado, o no les conoce, y que hace rato se ha ido a ver los casinos en tv, las adivinas o los famosos de medio pelo insultándose. La Carta de Ajuste, por tanto, debería ser un concepto obligatorio en una televisión seria que se precie. Sería una buena forma de ordenar el sueño de muchos conciudadanos que están acostumbrados a tragar bazofia cada día. Los libros, incluso los digitales, deberían tener su espacio garantizado. Y, para ello, nada mejor que tener una Carta de Ajuste a unas horas fijas y en todos los canales a la vez. Estoy seguro de que la madurez intelectual de este país se alcanzaría antes. Ahora todo es un despiporre.

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