LUGARES PARA SOÑAR

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cerrar lo ojos y sentir

miércoles, 2 de mayo de 2012

UNA PLACER SOTERRADO

Si preguntamos a cualquier persona por aquellas cosas que le proporcionan mayor placer, la mayoría acudirá a los tópicos para responder, a saber: la comida, el sexo, un baño, etc. Pocos, muy pocos, reconocerían en público que aquello que decía Freud a finales del siglo XIX y principios de XX es en verdad uno de los grandes placeres del ser humano: el control de esfínteres. No voy a hacer una alegoría de lo que supone aliviarse el vientre cuando uno tiene ganas. Nada comparable a evacuar nuestra vejiga cuando ésta nos aprieta en la búsqueda del lugar donde hacerlo. Me apetece hablar de ese placer soterrado que muchos disfrutamos, unos en la intimidad y otros compartiéndolo con los demás en un ejercicio de altruismo: echarse un pedo. De todos es conocido que los gases acumulados en nuestro organismo provocan no pocos problemas, por lo que los médicos recomiendan encarecidamente aliviar las presión intracorporal en cuanto se tiene la menor ocasión. Algunos acuden a los fármacos, capaces de disminuir el gas hasta dejarlo en algo inerte. Bien es cierto que la mayoría descargamos nuestros depósitos de ventosidades sin más problema que el que nos escuchen o, lo que es más posible, nos huelan. Firme defensor, como soy, del pedo libre, nada como un paseo por la calle, donde aprovechando el autobús de turno o la moto ruidosa, soltamos nuestros esfínteres dejando salir esa mezcla de gases que quedan atrás a medida que avanzamos por la calle, altivos, aliviados... En ocasiones procede compartir la experiencia. Uno puede encontrarse en un lugar del que no puede o no le apetece salir y, a pesar de estar cerrado, aprovechar la menor ocasión para aliviarse. Comienza entonces ese juego de miradas furibundas en la búsqueda del rufián que a aromatizado nuestro ambiente sin contar con el beneplácito de los demás. Ese pedo en medio de una escena bélica, donde uno puede llegar a confundir los disparos de la escena con los propios; sí, huele luego, pero uno bien podría explicarle a los demás que forma parte del hedor de la cruenta batalla...pero no cuela. El verdaderamente atrevido es aquel que uno osa compartir en un ascensor atestado de gente, en un coche lleno hasta la bandera. Ahí, en las distancias cortas, es donde la destreza debería merecer un aplauso. Aliviase siendo capaz de enfocar las iras en otro, forma parte de ejercicio encomiable de capacidad de convicción. Uno se echa un pedo y mira con ojos fijos a otro, adosándole el privilegio de ser foco de una pestilente relación que termina en cuanto se abren las puertas o bajan la ventanilla. Quizá alguien piense que hablar de esto es una guarrada, o que le resulta repugnante. A esos les diría que experimenten, si es que no lo han hecho ya, el riesgo de soltar aire en público, sin que les pillen claro. Es como el parapente, pero sin paracaídas...aquí ponemos el viento. Se trata, en definitiva, de un placer soterrado por la moralidad, la educación...pero un placer al fin y al cabo, disfrútenlo.

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