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viernes, 27 de marzo de 2020

NUNCA EL TIEMPO ES PERDIDO


En estos días, en los que un enemigo invisible se ha metido en nuestro inconsciente haciendo aflorar los miedos atávicos que todos llevamos dentro, un elemento común nos arrolla un día si y otro también. El tiempo.

Otrora enemigo inexorable de nuestra existencia; caballo que nos lleva más o menos al trote hasta la vejez. Se ha convertido, de pronto, en una suerte de etapa estacional en la que tenemos la sensación de vivir como el personaje que interpretaba Bill Murray en “Atrapado en el tiempo”, donde el personaje revive cada mañana el mismo día.

En los primeros días el encierro sirvió para que muchos sacasen a relucir su lado cómico, su parte creativa, tal vez indolente. Miles de memes, con más o menos gracia, inundaron nuestros teléfonos móviles. El paso de los días nos ha trasladado a una cierta incertidumbre que provoca inquietud. La cantidad de informaciones falsas que llenan hoy los espacios de las gracietas de antes, merma nuestra capacidad de síntesis en la medida en que seamos proclives a dar valor de verdad a las informaciones de unos u otros.

Debería de imperar el pragmatismo, la cordura y, sobre todo, el escepticismo para con según que informaciones. Uno debe de ser clarividente sobre un hecho que tangencial para todos, los virus son más rápidos que las informaciones. A estas altura de la película seguramente los contagiados sean o seamos más de medio millón de personas. Una información valiosa teniendo en cuenta el ratio que más nos acongoja, el de los decesos. Pues no es lo mismo 1 de 100 que 1 de 1.000, o 1 de 10.000.

Mas allá de los números, la estadística; los enfermos o los tristemente fallecidos, deberíamos pensar que nunca el tiempo es perdido. Estamos en una etapa de redescubrimento de nuestros hijos, de los amigos (de los que parecía que eran, de los que son y de los que, ahora, demuestran que están). Es también un tiempo para mirarnos al espejo con más frecuencia de la habitual y reconocernos en él.

La introspección, tan necesaria siempre como dejada de lado, debe de ayudarnos a ordenar nuestra mente. En una sociedad que apenas mira el pasado y se deja atropellar por el futuro; este parón, puede y debe de significar un antes y un después. Lo queramos o no, nada será igual. Hoy todos somos más conscientes que nadie de lo vulnerables que somos en realidad. Y no sólo como personas físicas, sino como sociedad.

Es un tiempo para valorar también la libertad, ese bien que nuestra generación y las posteriores no ha valorado suficientemente y que las anteriores han masticado de manera lenta, viniendo como venían, de la ausencia de ella. Esa libertad coartada por nuestra incapacidad como especie de hacer frente a un enemigo tan temible como insignificante.

Estamos también ante una oportunidad fabulosa para apagar los televisores y las radios y sumergirnos en un buen libro; quizás escuchar música… cualquier otra actividad que estimule nuestras neuronas. Tenemos conocimientos adquiridos, otros muchos que son inherentes a la propia vida y que se aprenden existiendo.. mas muchos parecen dormidos, sedados por los pensamientos de otros que invaden las ondas con las que nos percuten día tras día. Es un tiempo fantástico para emanciparse de la estupidez de otros.
El tiempo, cuando está desordenado, puede provocarnos desazón. Eso sí, sólo cuando somos conscientes de la realidad que nos rodea. El personaje de “Atrapado en el tiempo” era el único que se daba cuenta de la repetición constante de los mismos hechos; incapaz de entender como los demás repetían siempre los mismos patrones. ¿Cuántos son hoy esos ciudadanos de la película que repiten día tras día el mismo patrón?¿Cuántos escuchan siempre a los mismos, leen a los mismos y piensan lo que piensan los mismos? La toma de distancia favorece una elaboración propia del pensamiento. El aburrimiento en necesario. Ser capaz de abstraerse será el mejor asidero para afrontar los días venideros.

Nunca el tiempo es perdido cuando tantos son capaces de unir sus conocimientos para lograr el bien común. Aunque siempre habrá empresas y particulares que soslayen esos valores con tal de enriquecerse. Tenemos que obligar, en el futuro inmediato, a que nuestros recursos tengan una salida importante hacia la investigación y el desarrollo. Ese lugar común de la política que suele ser un solar en cuanto pasa la emergencia.

Hace muchos años, Perón, decía que “al pueblo hay que darle zapatos, y no libros”. Muchos, a lo largo del tiempo, han pretendido eso. Llenar nuestras casas y mentes de cosas más o menos útiles para que caminemos. Los libros tienen el peligro de abrir las mentes y lograr que el caminante se detenga a pensar sobre la conveniencia o no del trayecto que lleva. Algo que a los poderes nunca les ha gustado. El objetivo último de muchas políticas no es darte las herramientas para que pienses, sino enseñarte qué pesar; o en su defecto darte zapatos para que sigas caminando.

Nunca el tiempo es perdido, para finalizar, si lo dedicamos a permitir que los sentimientos de verdad afloren. No los que creemos sentir en la voracidad del día a día o de la inmediatez; sino los de verdad. Los que te mueven por dentro. Posiblemente muchos se reafirmen en estar en el lugar adecuado y con la persona correcta. Otros, sin embargo, van a descubrir que su camino dista mucho de ser el mismo del que cohabita en casa. Y habrá un grupo, no menos numeroso, al que este tiempo sirva para poner en orden su corazón, su mente; y al que esta aparente zozobra le llevará a una playa magnífica en la que esperar a quien de verdad llenará sus días futuros.

El tiempo….

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