En estos días, en los que
un enemigo invisible se ha metido en nuestro inconsciente haciendo
aflorar los miedos atávicos que todos llevamos dentro, un elemento
común nos arrolla un día si y otro también. El tiempo.
Otrora
enemigo inexorable de nuestra existencia; caballo que nos lleva más
o menos al trote hasta la vejez. Se ha convertido, de pronto, en una
suerte de etapa estacional en la que tenemos la sensación de vivir
como el personaje que interpretaba Bill Murray en “Atrapado en el
tiempo”, donde el personaje revive cada mañana el mismo día.
En
los primeros días el encierro sirvió para que muchos sacasen a
relucir su lado cómico, su parte creativa, tal vez indolente. Miles
de memes, con más o menos gracia, inundaron nuestros teléfonos
móviles. El paso de los días nos ha trasladado a una cierta
incertidumbre que provoca inquietud. La cantidad de informaciones
falsas que llenan hoy los espacios de las gracietas de antes, merma
nuestra capacidad de síntesis en la medida en que seamos proclives a
dar valor de verdad a las informaciones de unos u otros.
Debería
de imperar el pragmatismo, la cordura y, sobre todo, el escepticismo
para con según que informaciones. Uno debe de ser clarividente sobre
un hecho que tangencial para todos, los virus son más rápidos que
las informaciones. A estas altura de la película seguramente los
contagiados sean o seamos más de medio millón de personas. Una
información valiosa teniendo en cuenta el ratio que más nos
acongoja, el de los decesos. Pues no es lo mismo 1 de 100 que 1 de
1.000, o 1 de 10.000.
Mas
allá de los números, la estadística; los enfermos o los
tristemente fallecidos, deberíamos pensar que nunca el tiempo es
perdido. Estamos en una etapa de redescubrimento de nuestros hijos,
de los amigos (de los que parecía que eran, de los que son y de los
que, ahora, demuestran que están). Es también un tiempo para
mirarnos al espejo con más frecuencia de la habitual y reconocernos
en él.
La
introspección, tan necesaria siempre como dejada de lado, debe de
ayudarnos a ordenar nuestra mente. En una sociedad que apenas mira el
pasado y se deja atropellar por el futuro; este parón, puede y debe
de significar un antes y un después. Lo queramos o no, nada será
igual. Hoy todos somos más conscientes que nadie de lo vulnerables
que somos en realidad. Y no sólo como personas físicas, sino como
sociedad.
Es
un tiempo para valorar también la libertad, ese bien que nuestra
generación y las posteriores no ha valorado suficientemente y que
las anteriores han masticado de manera lenta, viniendo como venían,
de la ausencia de ella. Esa libertad coartada por nuestra incapacidad
como especie de hacer frente a un enemigo tan temible como
insignificante.
Estamos
también ante una oportunidad fabulosa para apagar los televisores y
las radios y sumergirnos en un buen libro; quizás escuchar música…
cualquier otra actividad que estimule nuestras neuronas. Tenemos
conocimientos adquiridos, otros muchos que son inherentes a la propia
vida y que se aprenden existiendo.. mas muchos parecen dormidos,
sedados por los pensamientos de otros que invaden las ondas con las
que nos percuten día tras día. Es un tiempo fantástico para
emanciparse de la estupidez de otros.
El
tiempo, cuando está desordenado, puede provocarnos desazón. Eso sí,
sólo cuando somos conscientes de la realidad que nos rodea. El
personaje de “Atrapado en el tiempo” era el único que se daba
cuenta de la repetición constante de los mismos hechos; incapaz de
entender como los demás repetían siempre los mismos patrones.
¿Cuántos son hoy esos ciudadanos de la película que repiten día
tras día el mismo patrón?¿Cuántos escuchan siempre a los mismos,
leen a los mismos y piensan lo que piensan los mismos? La toma de
distancia favorece una elaboración propia del pensamiento. El
aburrimiento en necesario. Ser capaz de abstraerse será el mejor
asidero para afrontar los días venideros.
Nunca
el tiempo es perdido cuando tantos son capaces de unir sus
conocimientos para lograr el bien común. Aunque siempre habrá
empresas y particulares que soslayen esos valores con tal de
enriquecerse. Tenemos que obligar, en el futuro inmediato, a que
nuestros recursos tengan una salida importante hacia la investigación
y el desarrollo. Ese lugar común de la política que suele ser un
solar en cuanto pasa la emergencia.
Hace
muchos años, Perón, decía que “al pueblo hay que darle zapatos,
y no libros”. Muchos, a lo largo del tiempo, han pretendido eso.
Llenar nuestras casas y mentes de cosas más o menos útiles para que
caminemos. Los libros tienen el peligro de abrir las mentes y lograr
que el caminante se detenga a pensar sobre la conveniencia o no del
trayecto que lleva. Algo que a los poderes nunca les ha gustado. El
objetivo último de muchas políticas no es darte las herramientas
para que pienses, sino enseñarte qué pesar; o en su defecto darte
zapatos para que sigas caminando.
Nunca
el tiempo es perdido, para finalizar, si lo dedicamos a permitir que
los sentimientos de verdad afloren. No los que creemos sentir en la
voracidad del día a día o de la inmediatez; sino los de verdad. Los
que te mueven por dentro. Posiblemente muchos se reafirmen en estar
en el lugar adecuado y con la persona correcta. Otros, sin embargo,
van a descubrir que su camino dista mucho de ser el mismo del que
cohabita en casa. Y habrá un grupo, no menos numeroso, al que este
tiempo sirva para poner en orden su corazón, su mente; y al que esta
aparente zozobra le llevará a una playa magnífica en la que esperar
a quien de verdad llenará sus días futuros.
El
tiempo….
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