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martes, 31 de marzo de 2020

LA PUERTA DE ATRÁS


Nuestra mente suele ser un arma poderosa, cuando la utilizamos bien; y una terrible herramienta de autodestrucción cuando la empleamos de manera incorrecta. Ocurre, que para el primer cometido, solemos ser conscientes de ello y para el reverso no siempre percibimos lo que ocurre.

El cerebro es permeable a un aprendizaje continuo. El conocimiento puede ser adquirido a cualquier edad, depende de las capacidades de cada uno y, sobre todo, de la curiosidad intelectual personal. La evolución es constante, en nuestros primeros años somos verdaderas esponjas capaces de introducir en nuestro disco duro una cantidad de información que no será la misma a posteriori. La evolución de nuestro cerebro se produce a la par que nuestro crecimiento y en la medida en la que nuestra personalidad se va asentando, el cerebro se empieza a mostrar más receptivo hacia unos temas frente a otros. Todos, en mayor o menor medida conocemos como funciona.

Hay individuos que en este proceso sufren momentos de disfunción en el aprendizaje. Por razones químicas, físicas o sociales la permeabilidad no es la misma, el desarrollo cognitivo es diferente, etc. Lo que puede traducirse en comportamientos erráticos. En trastornos diversos que nos lleven a una necesidad de ayuda. O en el peor de los casos de una dependencia emocional no diagnosticada que lleva implícitos no pocos problemas.

Sin embargo, hay personas, con un desarrollo normal, con las mismas capacidades que los demás que albergan dentro de sí una puerta que les lleva a un espacio interior en el que desarrollar ideas peligrosas; comportamientos perniciosos o extravagantes. Individuos capaces de adentrarse de cuando en cuando en ese laberinto y encontrar la puerta de salida para ser, aparentemente normales. Estoy seguro de que un profesional de la Psicología o Psiquiatría podría describirlo mejor, no es mi caso.

Este tipo de personas son, a mi modo de ver, peligrosas. Y no tanto para el daño que se pueden infringir a sí mismas como por el daño que van a causar en los demás; porque una relación con personas así lleva implícito un proceloso caminar por un campo de minas. Decir una cosa y la contraria suele ser una habilidad desarrollada por los políticos que vemos a diario; pero sufrirla en el ámbito del hogar llega a desestabilizar a niveles épicos. Asistir desde la cercanía a la trama que van urdiendo cada vez que cruzan esa puerta puede causar pavor. A mi modo de ver las personas mezquinas entran y salen todos los días de esos recovecos personales en los que se llenan de insidia y acaban siendo sujetos con una personalidad cainita que hace imposible una relación normal con ellos. Alguno pensará: “pobres, se hacen daño a sí mismos”, no lo tengo yo tan claro. Tal vez porque cuando cierran la puerta al salir, no tienen dudas sobre el cometido que tienen. Están absolutamente seguras de su verdad. Seguro que muchos personajes públicos que vemos en los medios estos días cruzan de cuando en cuando la puerta de atrás.

Todos somos susceptibles de una introspección en la que poder ser conscientes de nuestros actos. Quiero pensar que la gran mayoría de las personas están englobadas en dos grupos más o menos amplios y, hasta cierto punto, comunicantes: los que voy a llamar “cuerdos” y los que “no lo son”. Mas estoy seguro de que un grupo, también numeroso navegan entre ambos mundos. Con una puerta trasera que traspasan con cierta frecuencia, buscando ese lugar donde se sientes seguros y elaboran ideas (generalmente dañinas) con las que salir al mundo real para llevar a cabo su plan mental.
A nivel social todos nos habremos encontrado con personas así. Algunas seguramente necesiten ayuda profesional. Otros, en mi humilde opinión, lo que precisan es estar lejos de cualquiera a quien aprecies. Porque pueden resultar terriblemente destructivos.

La vida siempre estará llena de matices. Una continua subida y bajada por la cordillera de los acontecimientos. Precisaremos bidones de agua, el apoyo de los demás; tal vez nuestro propio espíritu aventurero o de lucha…. Y es bueno que en ese recorrido demos la mano a quien lo precise, empujemos a los demás colina arriba si nos alcanzan las fuerzas y frenemos la caída de los que se arriesgan a lanzarse sin frenos. Pero si en el trecho nos encontramos con personas que cruzan la puerta de atrás con frecuencia, es mejor desviarse del camino y emprender otro. No merece la pena remar en ríos sin agua.

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