Levantarte una mañana
con los ojos llorosos y sin ganas de nada, con la mente abstraída en
los problemas personales...es algo que todos en algún momento de
nuestra vida experimentamos.
El
fracaso nos acongoja, nos amilana como personas y pone en duda
nuestros valores. Esto es una evidencia no científica que todos
sabemos. Pocas cosas pueden minusvalorar nuestra valía como hacer
frente a un fracaso, sea éste laboral o personal.
Los
laborales suelen ser más o menos llevaderos en función de lo que
afecten a nuestros bolsillos. Si el daño es grande así será
nuestro quebranto. Si, por el contrario, la caja no se resiente
mucho, lo superamos con cierta facilidad.
El
miedo al fracaso, sin embargo, es mucho más acusado cuando se
produce en el ámbito sentimental. Cuando la zozobra inclina nuestro
modo de vida de manera incontrolada. Mucho más si afecta a la
urdimbre familiar que hemos ido tejiendo con el paso de los años.
He
barruntado mucho sobre esto en los últimos meses. Echando la vista
atrás me he agarrado a los tablones que flotaban tras la quiebra
económica y también he flotado al pairo del viento en el aspecto
sentimental. No es fácil erguir la cabeza cuando hierras una y otra
vez. No es sencillo mirarte al espejo y ver a una persona que no
quieres ser.
Sin
embargo, aprendí de pequeño, que uno tiene que vivir la vida sin
miedo. Respetando los peligros que la acechan sí, pero sin temor a
vivir. Equivocarse forma parte del “encanto” de estar vivos.
Nacemos sin manual, y vamos escribiendo día a día la narrativa de
lo que será la final de nuestros días el libro de nuestra vida.
Cuando
te atenaza el miedo pueden ocurrir muchas cosas: que te quedes
inmóvil y no avances; que vayas a salto de mata equivocándote
muchas veces; que vivas la vida que otros te digan que hagas; o que
aciertes y abras una puerta que te lleve a un lugar tranquilo para
empezar de nuevo. Tienes, pues, una cuarta parte de posibilidades de
acertar y tres cuartas partes para vivir una vida que no quieres.
Muchas
personas optarían por no hacer nada, por no arriesgarse y quedarse
varadas allí donde el anterior fracaso les ha dejado. Nunca he
creído en ello. Siempre he cerrado una puerta para abrir otra. La
vida va en una única dirección, hacia delante. Le manido dicho de:
“hoy estás y mañana quién sabe” , resulta tan veraz que tiendo
a no tener miedo a vivir.
¿He
dejado cosas sin hacer?¿He cerrado puertas que no debería?¿He
apartado de mi vida a quién no debía?¿He dejado entrar en ella a
malas personas? Sí, claro que sí, me he equivocado muchas veces. ¿Y
qué? No soy por ello peor persona. La experiencia dicen que es un
grado. Las laceraciones que han quedado en mi interior y las que a
buen seguro he dejado en otros están ahí, y estarán. Pero la vida
sigue y uno no puede tener miedo a vivir.
Uno
cierra el primer libro de una saga y puede sentir pavor ante la
apertura del siguiente, creyendo que nada puede superar al cerrado. Y
ahí está el error, pues no se trata de que supere al otro, ni
siquiera de que sea igual de interesante. Es un nuevo libro, una
nueva historia...y así veo la vida. Esperando al próximo tomo.
Vivir
sin miedo tal vez sea una utopía, pero la utopía sirve para seguir
avanzando.
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