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miércoles, 16 de noviembre de 2011

HABLANDO

Recuerdo, cuando era un crío, que había un programa que se titulaba algo así como: “Hablando se entiende la gente”. Era un programa donde se resaltaba la capacidad del ser humano para poder comunicarse de una manera clara y concisa.
Hoy día, al albur de los nuevos instrumentos de comunicación, con los ordenadores, los portátiles, las tablets, etc. Hemos aprendido nuevas formas de transmitir lo que queremos decir a personas que están en otros lugares, de maneras hasta no hace mucho impensables: nuevos códigos de escritura, signos nuevos, palabras inventadas…
Muchos creen que esto forma parte de un proceso evolutivo, de un desarrollo de una manera moderna de comunicación. Yo no comparto esta opinión, creo que caminamos lentamente hacia el gruñido del siglo XXII, cuando volvamos a ser lo que fuimos, siendo lo que no hemos sido.
El lenguaje español es tan rico, tan variado, tan lleno de matices que es una pena dejarse llevar por la moda de la amputación semántica. Para decir lo que queremos decir, acudimos a una argot que deja lo dicho carente de la profundidad que queremos dar a nuestras palabras.
Casi nunca escribo con abreviaturas, incluso en los mensajes de texto a pesar de su coste, porque en mi idea está el que la persona receptora de ellos pueda entender a las claras qué he dicho y cómo. No quiero que interprete.
En el lenguaje hablado las carencias son tremendas, uno escucha conversaciones en los que no es que se hable mal, es que se utilizan palabras que no existen, que no son reales. Me imagino una conversación romántica entre dos jóvenes quinceañeros modernos y lo triste que puede resultar. Quizá si reparasen en la cantidad de sentimiento que podemos explicar utilizando una breve parte del léxico que tenemos a nuestro alcance, comprenderían que decir algo no es soltar palabras sin más; sino ordenarlas de forma que su significado sostenga en sí mimas la importancia que queremos darle.
Hablando se entiende la gente, aunque algunos todavía no lo sepan.

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