LUGARES PARA SOÑAR

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cerrar lo ojos y sentir

martes, 16 de octubre de 2012

SENTADO EN EL MALECÓN

Siempre me ha gustado estar en la naturaleza, en la cumbre de una montaña desde donde poder divisar infinitas vistas y perder la noción del tiempo extasiado por la magnitud de las proporciones que desde allí se divisan. En medio de una cordillera uno se siente pequeño, a penas un punto insignificante en medio de todo el conglomerado de vida que se percibe en cualquier dirección. Es, sin embargo, en el malecón de una ciudad portuaria cualquiera donde realmente se es consciente de que nuestro mundo, aquel en el cual desarrollamos nuestra vida, apenas alcanza un instante. Sentado frente al mar, en una tarde cualquiera uno puede reflexionar sobre los mundos que se encuentran más allá. Percibir la brisa del mar en nuestra piel es una manera de comenzar a descubrir qué hay allí. Seguramente serán los marineros, los pescadores, quienes se aventuren mar a dentro los que deben de sentir unas sensaciones especiales cada vez que se alejan del malecón y otras muy diferentes cuando se acercan. Para quien es marinero tierra adentro la soledad del mar es, quizá, un lugar en el que le costaría sobrevivir. Prefiero sentarme en la baranda del malecón y escuchar el sonido de las olas al romper. Quedarme con la mirada fija en una espuma blanca que crepita como un fuego invisible y húmedo que tal vez Neptuno utilice como gancho para atraer a futuros moradores de las profundidades marinas. Seguramente en mi retina se ha fijado ese malecón de la Habana tantas veces protagonista de escenas cinematográficas. Lugar mitificado de una decadente ciudad, capital de un todavía más decadente país. No obstante en él se agolpan muchos habaneros que perfilan sus sueños mientras unas buscan clientes, otros cantan canciones de historias reales que disimulan una realidad demasiado cruda para ser contada... El mundo ribereño está lleno de malecones donde los sueños se topan con la realidad; esa costa africana en la que un universo multicolor de frágiles barcos, que en occidente no obtendrían permiso para siquiera flotar, llena las costas de sueños con una vida mejor en otras latitudes. Es el el malecón de mi vida en el que me sitúo de cuando en cuando para poder otear qué hay ahí delante, qué se me ofrece en esta vida que me ha tocado vivir.

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