LUGARES PARA SOÑAR

LUGARES PARA SOÑAR
cerrar lo ojos y sentir

lunes, 1 de octubre de 2012

UNIVERSIDAD O FORMACIÓN PROFESIONAL

A mediados de los años 80 del reciente siglo XX, la moda de este país era estudiar una carrera universitaria. El Estado de Bienestar estaba instalándose en una sociedad que venía de cuatro décadas ominosas de dictadura y, por lo tanto, estaba ávida de nuevas oportunidades. Nuestros padres, aquellos que vivieron las emigraciones en la búsqueda de un mundo mejor se creyeron, sin ningún género de duda, que lo más importante que podían hacer en aquel entonces para nosotros era darnos la oportunidad de estudiar una carrera universitaria. En aquellos días que un hijo se plantease la posibilidad de hacer una Formación Profesional era visto como una veleidad de un joven casi descarriado o con pocas luces. No podía ser, había que matricularse en el Bachiller y después acceder a una facultad, la que fuese, en la búsqueda del ansiado “estatus” de licenciado o, en su defecto, diplomado. La consecuencia es la que todo el mundo sabe. Un país con más licenciados que puestos de trabajo para ellos. Una sociedad en la que la formación ha superado, con mucho, el mercado laboral que había para ellos. Mientras tanto, aquellos que hicieron una Formación Profesional han logrado entrar en el mundo laboral con más rapidez y, lo que es todavía mejor, con grandes posibilidades de instalarse por su cuenta. En un mundo utópico, en el que la igualdad de oportunidades fuese real, el carácter universitario se habría de imponer sobre el de la Formación Profesional. En el mundo real, lo importante es tener la capacidad de acceder de modo temprano al desempeño de una labor para la que, lamentablemente, no se estaba preparado al salir de la Universidad. Pongamos un ejemplo práctico. Un abogado, y en este país colegiados hay miles, terminaba su carrera con 23 años, a los que debía de seguir un periodo (con mucha suerte) de dos a cuatro años en los que hacía prácticas en un bufete con la esperanza de montarse por su cuenta a los, digamos, 27-28 años. Para entonces un estudiante de FP habría llevado ya casi diez años en el mercado laboral. Para aquellos que lograsen, posteriormente, una carrera brillante en el mundo de la abogacía es posible que el esfuerzo mereciese la pena. Sin embargo, la gran mayoría terminaron opositando durante los siguientes años en la búsqueda de un trabajo “fijo”. Hoy las cosas han cambiado, la Formación Profesional ya no es la “apestada” del sistema educativo; pasa por ser, con mucho, como una de las mejores salidas para nuestros jóvenes. La entrada en el precario mundo laboral de este comienzo del siglo XXI siempre será mucho mejor a través de esta rama de la Educación. Ser universitario, lamentablemente se ha traducido en ser candidato firme a la cola del INEM. Mucho habría que hablar de los diferentes gobiernos que han cambiado una y otra vez las leyes hasta sembrar un universo de titulaciones diferentes. Con lo fácil que habría sido negociar, el tiempo que fuese necesario, y llegar a un acuerdo estable que proporcionase a los padres la seguridad de que sus hijos tendrán en el futuro un título homologable al de los demás conciudadanos europeos. A día de hoy, y tal y cómo veo el futuro, apostaría porque mi hija se decidiese, al menos en el inicio, por una Formación Profesional. Tiempo tendrá de hacer posteriormente una carrera universitaria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La opinión siempre es libre