LUGARES PARA SOÑAR

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cerrar lo ojos y sentir

jueves, 2 de diciembre de 2010

LA ANATOMÍA DE MI SILENCIO

Soy una persona habladora, que disfruta de una buena conversación, del diálogo constante que se establece entre personas. Considero la comunicación como el elemento vertebrador de nuestra sociedad, la piedra de clave.
Me gusta escuchar música, siempre con un tono elevado; sin que llegue a molestar pero sí que contenga cualquier sonido aleatorio que perturbe la audición de la melodía que escucho.
No soporto sin embargo los lugares muy concurridos donde para hacerse entender, la gente, necesita levantar la voz. Al cabo de un tiempo en lugares así, comienzo a no escuchar lo que me dicen y a dejar de esforzarme en comprender, busco salir del local o simplemente mantenerme al margen de la conversación.
En el silencio me encuentro muy cómodo, su anatomía me gusta. Distingo perfectamente las líneas que separan su presencia del grave ruido que hay a su alrededor. Son muchas las ocasiones en las que busco un lugar en mi casa donde todo quede mitigado, un lugar donde el silencio se pueda escuchar, sentir, mascar... y me relajo.
Los años me han hecho descubrir la verdadera importancia del silencio como elemento de comunicación, incluso como elemento diferenciador entre personas que comprenden y personas que saben. También que para una relación de pareja poder compartir el silencio es uno de los mejores pasos para completar una vida en común.
Cuando he paseado por las montañas he sentido como el manto de silencio difuso que se mantiene siempre presente en ellas, me ha abrazado. Me hace sentir en comunión con el entorno... en silencio comienzas a escuchar sonidos que no creías que existían.
A mi hija se lo expliqué un día, aún a riesgo de que su corta edad la alejase del entendimiento necesario. Le dije: cuando llegas a un bosque traes contigo el sonido de la ciudad, del bullicio; si eres capaz de mantenerte en silencio durante media hora, observando a tu alrededor, comenzarás a escuchar y sentir. Descubrirás que tus oídos encontrarán acomodo en el leve repiqueo de las hojas movidas por el viento; el rápido correr de una ardilla a doscientos metros, el chapoteo de los peces saltando de uno a otro lado... ese silencio difuso es el que merece la pena.
Yo lo busco en los veranos en los que salgo a remar río arriba, sin más compañía que un remo y un kayak. En mitad del río me he sentido lleno, tranquilo...
Pocas veces he experimentado el silencio absoluto, ese en el que no hay absolutamente nada, incluso escuchas con dificultad tu propia respiración. Para ello, claro está, es necesario introducirse en una cabina de medición auditiva. Pedí permiso en una ocasión en la que, ingresado para controlar mi dolencia, tuve un brote de ansiedad y quería aislarme. Fue alucinante, durante diez minutos me costaba incluso mantener una postura cómoda; como si faltasen referencias... al cabo de ese tiempo comencé a sentir mi respiración, a dejarme llevar por la paz del momento...
Imagino que hasta ese punto llegan quienes son capaces de hacer de la concentración mental un modo de vida. No es difícil aislarse del ruido exterior, son los sonidos internos de cada uno los que cuesta más controlar...
Silencio...

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