LUGARES PARA SOÑAR

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viernes, 7 de septiembre de 2012

LA CIUDAD DE LAS TINIEBLAS

Con más frecuencia de la debida muchas personas pasan sus días entrando en callejones oscuros, donde el frío cala hasta los huesos aunque la temperatura sea elevada. Los misterios de la mente llevan a los más desafortunados a la ciudad de las tinieblas, allí donde la desilusión por la vida es la bandera de sus habitantes. En la ciudad de las tinieblas no sale nunca el sol, cualquier resquicio de ilusión es sofocado por la presencia abrumadora de la noche. Una noche mental que nos hace ver las cosas de forma tal, que no atisbamos más que la soledad de nuestra alma. Necesitamos una mano que nos guíe por ese laberinto intrincado de espinas y llanto. Es preciso correr el riesgo de terminar desollados por la angustia e intentar dejarla atrás. Barrunta nuestro cerebro las mas peregrinas respuestas a las preguntas que tan a menudo le planteamos, todo con tal de soterrarnos todavía más en la ciénaga de la depresión. La modernidad ha logrado sacar a la luz del conocimiento general la existencia de esta ciudad que ha permanecido oculta durante tantos y tantos años. En tiempos pretéritos no era infrecuente encontrarse a personas con semblante taciturno, incapaces de manifestar otra emoción que no fuese la tristeza. Las aclaraciones más inverosímiles se hacían presentes entonces; dependiendo eso sí de si la persona fuese de un sexo u otro. Ya se sabe que en un universo, esencialmente machista, los estados de ansiedad, la histeria y la pena eran cosa de mujeres. Esto que es obvio convertía a los hombres en seres humanos no capacitados para mostrar su angustia. Hoy las cosas son diferentes, cualquiera de nosotros puede terminar paseando por esta ciudad maldita de la que algunos jamás vuelven a salir. Animar a salir de ella a voz en grito desde el exterior es un ejercicio tan ineficaz como destructivo. ¿Acaso no son sus habitantes los primeros que quieren salir?¿No saldrían ellos de saber cómo? Los mapas para la huida siempre serán más fáciles de ver desde la atalaya de la tranquilidad. En el fondo, dentro del agujero, difícilmente logra uno imaginarse siquiera los primeros tramos del sendero. Sin embargo, es posible ayudar a quienes giran sin sentido, tan sólo tenemos que detenernos seriamente sobre los planos, intentar averiguar en qué lugar se esconden los que pretendemos ayudar y tenderle luego la mano para que, asidos a ella, logren encontrar la fuerza suficiente como para decidirse a salir. Nadie puede ni debe empujarlos, es preciso que sea un ejercicio voluntario. La ciudad de las tinieblas está al acecho cada día, aguardando a quienes se pierdan por sus calles. La voracidad del hombre por vivir la vida demasiado deprisa, le hace correr el riesgo de equivocarse de portal y toparse de bruces con una realidad donde las losas dificultan el paso. La búsqueda del “Mar de la tranquilidad” se antoja como el inequívoco lugar donde encontrarse a uno mismo, mirarse al espejo y reconocerse.

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