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miércoles, 19 de septiembre de 2012

LA VIDA DE LOS OTROS

En la sociedad actual muchas son las personas que, victimas de las nuevas tecnologías, se asoman a la vida de los demás para escudriñar qué hacen los que les rodean. Es un ejercicio muchas veces ingrato, porque puede llevar a la confusión y al razonamiento circular en el que uno se cree el adalid de la verdad. Hace ya unos años Florian Henckel von Donneismarck dirigió una maravillosa película, aquí traducida como: “La vida de los otros” en las que a un oficial de la antigua RDA se le instaba a investigar a una pareja. Como resultas de su investigación su percepción de la vida fue cambiando, su propia realidad fue dejando paso a otra muy distinta. Hoy día con Facebook, con Wathsapp, con MSN, etc. todo el mundo piensa saber de los demás a través de sus fotografías, de sus instantes de conexión, de su estado en red...como si las personas tan sólo fuésemos datos fríos; apenas tienen en cuenta que una persona siente, piensa, opina, hace... Hace más de sesenta años que George Orwel se convirtió en visionario; acertó al escribir su obra “1984” sobre la existencia de un Gran Hermano que nos vigila, que nos dice cómo debemos actuar si, a su juicio, nos salimos de su correcta percepción de la vida. Las facilidades electrónicas que nos acercan a personas lejanas a través de la comunicación instantánea y directa son también un arma de doble filo para quienes se pasan demasiadas horas pendientes de qué hace éste o aquel. Cuando uno coge, por ejemplo, un teléfono móvil y ve que alguien está conectado y no le habla, no puede ser, en modo alguno, motivo para enfadarse con esa persona. A mi modo de ver no deja de ser una intromisión en la vida privada que, de algún modo, debería de ser subsanada. Cada uno debe de ser libre de actuar según su conciencia y no tener que actuar en función de lo que éste o aquel piense. En “la ventana indiscreta” de Hitchcock, el reportero lesionado se interesa por la vida de los vecinos adyacentes observándoles a través de unos prismáticos. Unos binoculares que sesgan la realidad, al hacerle ver una parte mínima de la vida de los otros sin tener en cuenta el todo que les rodea. Es la simplificación la que hace de muchas personas seres carentes del más mínimo interés. Quedarse en la superficie sin rascar qué hay detrás tan sólo muestra desinterés. Para muchos su vida consiste en descubrir cómo es la vida del de enfrente, y deja que su tiempo transcurra. En 1949 cuando Orwel escribió su novela, la sociedad caminaba a medio camino entre el puritanismo y la recuperación de las heridas de conflictos internacionales demasiado recientes. Había mucha desconfianza hacia el próximo porque el miedo termina atenazando al ser humano. Con el paso de los años y tras los momentos de “crédula libertad” de los años setenta, llegó el despegue socio-económico occidental, donde eras lo que eras en base a lo que podías poseer. Para llegar a los tiempos actuales en los que todo el mundo cree saber de todos. Por suerte, casi siempre son elucubraciones de mentes aburridas. Hoy queremos saber, pero no saber la verdad, sino la morbosa “realidad” que algunos quieren ver. Para profundizar hay que tener capacidad, ambición, interés y ganas...lamentablemente a muchos les sirve mirar por el ojo de la cerradura.

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