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viernes, 21 de diciembre de 2012

Corazones

Que el corazón es un órgano esencial para la vida, no es algo que vaya a descubrir yo ahora. La biología lo explica perfectamente sin entrar en diatribas sobre cómo y por qué. Coincidimos todos en que es una extraordinaria máquina repleta de misterios. Sin embargo hay muchas clases de corazones, más allá de su fisonomía. Están los corazones duros, los implacables que no ceden a los sentimientos sino que se mantienen impávidos ante las emociones. Quizá tras esa coraza exterior se esconda algo que merezca la pena pero uno se debería preguntar si merece la pena el esfuerzo o, al contrario, conviene dejarlo de lado. Están los corazones atribulados, llenos de idas y venidas, de incertidumbres que desmoronan una y otra vez los castillos de naipes que van construyendo. Se caracterizan por encerrarse en si mismos mareando su propia perdiz. Acostumbran a desesperar a quien pretenda entrar en ellos. Están los corazones de espejo, encantados de reproducir las emociones que percibe del exterior sin tener en cuenta las propias. Son corazones que buscan satisfacer a los demás sin encontrar satisfacción propia. Terminan sus días de forma pusilánime. Están los corazones de hierro, que no se deben de confundir con los duros, son éstos una clase en extinción, incapaces de sucumbir al desaliento, llenos de sentimientos marcados a fuego en las pareces interiores. Aquí figuran los de la gran mayoría de madres, que forjan los sentimientos hacia sus vástagos de forma tal que nada puede con ellos...o casi. Están los corazones florecientes, aquellos que alcanzan su primera primavera aturdidos por tanta emotividad. Los sentimientos son un río de lava que amenaza con explotar el pecho. Se ponen mustios con la misma frecuencia que florecen, así es la primavera. Están los corazones carguero, que llenan sus bodegas de las experiencias propias y ajenas en un batiburrillo de tal calibre que pueden llegar a confundir lo vivido con lo escuchado, lo soñado con lo oído; algo comprensible si se mira en su interior. Están los corazones al rojo vivo, esa clase de corazón capaz de dejarse llevar por cuanto sucede sin tener en cuenta que podría reventar o pararse. A este tipo le da igual el cómo, le da igual el por qué; tan sólo quiere latir cada vez de manera más intensa. No se amilana ante la adversidad, ante el no, ante la pena. Quiere, busca, persigue y alcanza. Y finalmente están los corazones sequoia, llenos de la experiencia vivida, de los tiempos que un día fueron y que ya no existen. También habitantes del hoy. Árboles que ralentizan la velocidad a la que se mueve su savia pues hace tiempo que han descubierto que ésta siempre llega a sus extremos. Son corazones dispuestos a darnos el cobijo necesario cuando la tormenta descalabra nuestros horizontes. Corazones que siempre están, que permanecen, que son... Corazones...

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