LUGARES PARA SOÑAR

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cerrar lo ojos y sentir

lunes, 17 de diciembre de 2012

NADA ES CÓMO ERA

Supongo que será por culpa de los años que uno va cumpliendo pero, lo cierto, es que ahora miro con perspectiva hacia atrás en el tiempo y me doy cuenta de lo mucho que han cambiado las cosas. Muchas han sido para mejor otras, no diría que tanto. Una de las cosas que más ha cambiado ha sido: “la inmediatez”. Todo ocurre ahora con una celeridad tal que ha terminado por quitarle sustancia a muchas cosas. Cuando las relaciones eran epistolares uno sacaba la cabeza por la ventana con la esperanza de ver al de correos llegar por la puerta. Mientras tanto daba vueltas en la cabeza al tema que fuese motivo de su ansiosa espera. Hoy día antes de que pienses lo que vas a escribir a otro éste ya te ha contestado. Cuando obtuve mi permiso para conducir recuerdo haber hecho un viaje iniciático a la meseta, a Madrid. Entonces me llevó unas siete horas llegar. Por el camino pude disfrutar de los paisajes de Castilla, parar a degustar quesos en Cubo de Benavente, un café en Tordesillas, otro en Arévalo...eran viajes que lograban que uno conociese el país en el que vive. La breve conversación con el comerciante de turno enriquecía, como mínimo, tu vocabulario al escuchar diferentes modos de hablar. Hoy día el viaje se hace por una sosa autovía que te lleva de A a B con una breve parada para ir al baño en una aséptica estación de servicio donde, con suerte, pagarás dos euros por un café y a cambio tendrás una mirada furtiva de un dependiente atribulado pensando en las horas que le quedan para salir. Con la televisión los cambios son todavía más dramáticos si echamos la vista atrás. Para cuando yo tuve mi primera televisión en casa se podían ver dos canales: la primera y la segunda. Y para eso la segunda poco, pues había más Carta de Ajuste que programación en sí. Poco después llegaron las autonómicas y con ellas entró por la puerta de casa el idioma local hablado de un modo que entendían pocos. Ahora se tiene más a respetar los matices lingüísticos de cada zona local, pero entonces hablaban el idioma normativo que casi nadie terminaba de comprender del todo. Ahora, con la TDT, las parabólicas, el cable y demás inventos la televisión se ha convertido en un asunto complejo. Hay tanta oferta que pasamos más tiempo cambiando de canal que viendo en realidad algo concreto. Y resulta más curioso todavía lo de los índices de audiencia. Si ya antes era complejo entender cómo controlaban quien veía qué, con diez canales, ahora.... en fin. Lo del teléfono móvil ha sido la eclosión de la primavera. Hemos pasado de vivir en el invierno donde había que llamar al teléfono público, que la señora María fuese a avisar a la vecina para que llamase al vecino y éste acudiese a atender la llamada; a un momento, el actual, en el que mantenemos multiconferencias con “x” personas a la vez. Si es difícil comunicarse bien con uno... En todo caso los modernos teléfonos, capaces de provocar orgasmos a muchos, están logrando que cada día compartamos más cosas con los demás a la vez que nos aislamos mucho más. Es una paradoja en si mismo, un elemento destinado a la comunicación de masas está logrando que para un gran número de jóvenes el mundo se reduzca a las pulgadas de la pantalla de su teléfono. Estamos perdiendo la comunicación verbal y corporal. Se trata ahora de escribir, muchas veces en un lenguaje sesgado, aquellas cosas que deberíamos hablar cara a cara. Creo que es bueno avanzar, que la lógica nos dice que debemos aprovechar los descubrimientos tecnológicos, etc. Sin embargo creo que en el camino nos estamos dejando muchas cosas. Cada día veo a la sociedad más aislada a pesar de las redes sociales y de la inmediatez de las comunicaciones. De las miles de conversaciones que cada segundo se producen en la red, un ochenta por ciento son mentira, o al menos más banales que las de una consulta de médico. Nos enseñan a viajar, comer, sentir, hablar...de un modo predeterminado. Una persona sin ordenador, sin teléfono o sin Facebook es, para muchos, “un rarito”. Mas es posible que su calidad de vida sea mucho mejor al no verse mediatizado por tanta información. Que existan las líneas de alta velocidad está bien, que cada día tengamos más autovías, también es un logro. Lo cual no impide aseverar que con ello se está muriendo una parte de la sociedad (los pueblos, las pequeñas ciudades), y con esa pérdida el horizonte que podemos vislumbrar siempre será más pobre. Hay valores y enseñanzas que jamás encontraremos en el mundo del mañana. Ese será el peaje que pagaremos todos y, me temo, será elevado.

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