LUGARES PARA SOÑAR

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cerrar lo ojos y sentir

domingo, 1 de agosto de 2010

QUIERO DECIRTE UNA COSA

Durante muchos años he pensado en este momento, este preciso instante, el momento exacto en el que me sentaría delante de ti y te contaría, te diría todo lo que siento.

Al principio, cuando pasó lo tuyo, lo cierto es que me sentí confundido, no entendía que pasaba; no alcanzaba a comprender cómo una enfermedad podía alejarte de mí. A fuerza de no comprenderlo llegué a enfadarme demasiado contigo. Pero… al poco tiempo estaba feliz con mis amigos de Narón.

Cuando regresaste a casa todo fue distinto, no eras la misma persona, o quizá yo tampoco lo era. El caso es que en pocos días descubrí que lo que te había pasado había transformado tu personalidad por completo; a la par que te alejaba de mí de una manera casi definitiva. Guardo vívido aquella noche durmiendo en la cocina, en un colchón que un vecino nos dejó. Y tú mientras, enrocado en tu postura. Yo, arrebujado contra ella, tan sólo podía sollozar, lamentar la situación y finalmente dormir.

Al día siguiente me fui a vivir a la otra casa, a pocos metros de la tuya, pero para mí era un mundo. Comencé una nueva vida en la que me faltaba de casi todo, pero en la que gozaba de una libertad individual que casi no conocía, bien es cierto que los años también pasaban.

Desde entonces, y por un período de tiempo breve, no más de dos años; nuestros encuentros se limitaban a que te acompañase en aquel estado lamentable desde la casa donde yo vivía hasta la tuya. Ella, no podía ayudarte; pues de lo contrario habrías hecho o dicho cualquier barbaridad. Así que me tocaba a mí, a la hora que te daba la gana, cuando el alcohol hacía de ti una persona aún más difícil de entender, si cabe.

Los años pasaron y comencé a comprender qué era lo que te había pasado, por qué habías llegado a apartarla de tu vida, cuando ella permaneció a tu lado tres penosos meses en los que no sabían si continuarías aquí o te irías a criar malvas. También comencé a escuchar otras cosas de ti, descubrí que entre tus aficiones estaba la de agredir física y mentalmente a la misma persona. Tu modo de vivir era ser un candil en casa y un farol en la calle, de manera que los de fuera viesen lo buena persona que eras, mientras que los que vivíamos contigo, nos contentábamos con poder hablar sin ser humillados.

Y llegó el momento de tu muerte, un momento que celebré con júbilo, a pesar de que te perdía para siempre. Era demasiado joven para poder analizar todas las cosas con claridad y demasiado mayor como para obviarlas. No fue un momento hermoso en mi vida, pero tampoco mucho mejor que los vividos anteriormente contigo.

Eso fue en las navidades de 1987, siempre habías sido un lince en elegir fechas y, como no podría ser de otro modo, te marchaste el día del sorteo de la lotería.

Los siguientes años descubrí cosas de ti que me hicieron mucho daño, ya no se trataba de que mis “amigos” me dijesen que yo era hijo de un borracho, o de alguien que estaba mal de la cabeza, o de otras cosas peores. Se trataba de que fui descubriendo poco a poco a una persona que se alejaba mucho de lo que se desea como modelo de vida; los malos tratos siempre fueron parte inherente a tu personalidad, el alcohol fue tu socializador y la mala educación una manera de ser. Y eso, hizo que me sintiese aliviado por no tenerte cerca, logró que me sintiese orgulloso de salir de una manera diferente a ti, hizo que el dolor inundase habitaciones en mi alma, hasta el punto de tener que abrir una puerta tras otra para poder escapar de quién eras.

He pasado muchos años de mi vida lamentando la mala suerte de haberte tenido como progenitor, de haber sido parte de ti. Sin embargo, ese mismo tiempo transcurrido me hizo ver cómo fueron tus inicios allá por 1945, como con apenas 12 años dejabas tu casa, el calor de tu hogar, a tus hermanos y te marchabas a un peregrinaje por casa de dos tíos que hicieron de ti, y de tu hermano también, un borracho, un fumador y un machista desde la más tierna infancia.

Está claro que ese modo de vida, esa manera de vivir hizo de ti lo que fuiste, convirtió tu personalidad en lo que fuiste. Y ahí comencé a comprender que no podía odiarte por haber sido así con ella y conmigo; aprendí que no debía dejarme llevar por lo que ella decía, que tenía que añadirle el dónde, el por qué, el con quién… nada es como es por el mero hecho de serlo, todos tenemos un origen y, sin duda, marca mucho.

Aprendí que tu comportamiento fue de una manera determinada porque era lo que sabías hacer, porque la ignorancia hizo de ti el ser repugnante que fuiste. Al albur de los tiempos pasados, de los conocimientos adquiridos me queda ahora el decirte que siento mucho no haber tenido una conversación contigo.

Me habría gustado hablar cara a cara contigo, mirándote a los ojos, explicándote que las cosas se pueden hacer de otra manera; que existen otros modos, unos principios que no se pueden vulnerar. Nunca tendré la oportunidad de hacerlo y por eso te lo escribo, por eso te digo que siento no haber sido capaz de aprender mucho antes quién eras para poder ayudarte a cambiar.

Quizá no lo habrías hecho nunca, pero quizá sí y entonces; sólo entonces, las cosas habrían sido de otra manera.

Es curioso como el descubrimiento en mi persona de la misma dolencia que tú sufrías sin saber, me acercó a ti. Cómo estar en un hospital temiéndome que pudiese terminar como tú hizo que me volviese egoísta y a la vez capaz de discernir entre una opinión infundada y una opinión argumentada.

El día que dejaste este mundo, recuerdo que estaba comiendo en la cocina del piso del casco antiguo, me dije a mi mismo que jamás toleraría ningún comportamiento como el tuyo en nadie, y lo he cumplido; o al menos creo haberlo hecho. También me prometí, pero ya mucho antes, que jamás llegaría borracho a mi casa ni a ningún lado, tras ver en ti los efectos del alcohol; y eso, también lo he cumplido. No tengo ninguna adicción y antepongo siempre la reflexión y la palabra a cualquier amago de imposición de fuerza. Y te preguntarás ¿por qué me dices esto? Pues porque gracias a no querer ser como tú, creo haberme hecho mejor persona. Y por disparatado que parezca, te lo debo a ti.

Sé que el tiempo pasado, casi 23 años, ha sido suficiente para conocerte mejor y para descubrir el tipo de persona que soy. Y llegado este momento tengo que agradecerte el que me dieses la oportunidad de vivir, agradecerte aquel regalo de aquella bicicleta, la única que tuve regalada por nadie, agradecerte que jamás hicieses nada para hacerme daño. Tus manías eran con ella, tu rencor también, así como esos celos que te hacían paranoico. Conmigo te comportaste como lo que eras, mi padre. Lo hiciste a tu manera, la que conocías. Y yo no supe que era así hasta muchos años después.

Así que para despedirme sólo quisiera hacer dos cosas: lamentar no haberte perdonado antes y decirte que en el fondo te quería. No recuerdo que jamás me lo dijeses, pero sé que me querías.

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