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sábado, 30 de octubre de 2010

Joseph Alois Ratzinger está a punto de llegar

Ya falta menos para que este alemán pise Santiago de Compostela imbuido en el traje de Benedicto XVI. Y con su ilustre visita los gallegos y los demás ciudadanos que ese día estén en Compostela, se sentirán henchidos de felicidad por la llegada de este representante de Dios. Nada que objetar pues la fe es algo particular de cada persona. La religiosidad de cada uno de nosotros debería circunscribirse a la propia persona, sin más.
La cuestión es qué, pese a ser año Santo y demás monsergas religiosas, lo cierto es que este teutón llega en un momento económico delicado, con una tasa de paro alta, unas perspectivas nada buenas a corto plazo y un futuro gris como un otoño en Galicia.
Cuando ponga un pié en el aeropuerto de Santiago comenzará a correr la cuenta de gastos, que muchos predicen en torno a los trece millones de euros. Una cantidad alejada de la realidad que estamos viviendo y por tanto desmesurada a todas luces.
No se trata de hacer una crítica política, ni siquiera religiosa; tan sólo apelar al sentido común, a poner en claro que su visita supone para la ciudad y para todos nosotros un gasto brutal que no será amortizado por mucho que quieran, desde el poder, asegurarnos día tras día.
Con ese dinero podrían hacerse, no pocas políticas sociales, equipar a nuestras escuelas mejor, ayudar a quien verdaderamente lo necesite. ¿Vendría menos gente a Santiago? ¿Sería menos importante el año santo sin Benedicto XVI? No, rotundamente no, porque las personas que van a Compostela lo hacen por ellos mismos, por sus creencias, por el afán de aventura, por lo que sea menos por la visita de un Papa, al que vendrán a visitar unos cuantos miles que jamás amortizarán los gastos que su visita origina.
Por otro lado, desde la iglesia compostelana se ha tenido la desfachatez de enviar cartas a los empresarios de la zona solicitando ayuda económica para cubrir los excesos de esta visita… convendría una reflexión seria del tema. Imaginemos que todos los hijos de Dios, aquellos que sí profesan su fe, solicitasen ayuda a la iglesia para cubrir los gastos de sus hipotecas, dar de comer a sus hijos, etc. ¿Qué respuesta obtendrían?¿Cómo responderían, si es que fuesen a hacerlo?
Porque una cosa es solicitar ayuda para cáritas u otra organización religiosa o seudo religiosa y otra bien distinta es pedir dinero para un acto de exaltación del poder del Vaticano, que no de la fe.
Son, quienes profesan esta fe, los que deberían revelarse contra esta manipulación de sus creencias, quienes deberían exigir a la Curia un ejercicio de realidad social, habida cuenta del tiempo que vivimos.
Podrían tomar ejemplo del difunto Padre Arrupe, Padre General de la Compañía de Jesús entre 1965-1983, y bajo cuyo mandato esta compañía abrazó un compromiso en la promoción de la justicia en todos los ámbitos de la actividad humana, en un decreto 12 que entre otras muchas cosas decía que: la Compañía debería oír “el clamor de los pobres” y para ello tendría que estar cerca de la miseria y las estrecheces; que no podían identificarse con los ricos y poderosos en exclusiva, que no podían adueñarse del título de pobres, etc). La Curia Vaticana está lejos, muy lejos de estos preceptos. Preceptos adoptados aquí por la Congregación pensante de la Iglesia Católica. Son por tanto los dispendios de esta visita, a todas luces, exagerados e impropio.

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