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viernes, 16 de julio de 2010

AGUJEROS EN LA MEMORIA

Esta tarde me he topado con un buen amigo de cuando era un niño y he visto de cerca la cara oculta de la memoria, ese oscuro lugar donde se guardan los recuerdos del ayer, donde se pierden las huellas del hoy.

No es demasiado mayor, no creo que llegue a los setenta años, y la degeneración de su mente ha avanzado a pasos agigantados desde la ultima vez que me lo encontré, dónde las pérdidas de memoria se circunscribían a dónde había puesto las llaves.

Ahora lo azoran los momentos recientes y revive con intensidad aquellos hechos acontecidos en su tierna infancia, en su adolescencia, en los momentos en que conoció a su mujer y descubrió el amor. Lo de hoy, lo de ayer, lo de hace dos meses, carece ya de importancia. Vive el presente en pasado imperfecto, esperando un mundo pluscuamperfecto donde un día se encontrará con el vacío.

Para quienes viven con este tipo de enfermos la cuesta arriba se empina cada vez más. Si ya resulta duro cuidar a un enfermo terminal, mucho más estar al lado de quien un día te preguntará “cómo te llamas”. Nos consuela pensar que ellos no sufren, que no padecen, que se irán al final de sus días sin más pena que la de abandonar un mundo en el que no han recordado vivir.

Yo me pregunto si es cierto esto, o si por el contrario nuestro cerebro, ante la imposibilidad de hacer frente a una pérdida galopante de memoria, no hace un esfuerzo numantino por anclarse en el pasado para no perder un referente, un horizonte. Me resisto a creer que los agujeros en la memoria sean tan grandes que nuestros días los terminemos como un conjunto vacío e inconexo. Es un consuelo para los que estamos bien que la ciencia nos diga que ellos no sufren, pero… ¿cómo se mide el sufrimiento de la ausencia de recuerdos? ¿Cómo se mide la imposibilidad de recordar como se llama el individuo que día a día nos lava, nos asea, nos da de comer? No conocemos el cerebro más que un océano. Sin embargo nos aventuramos a despreciar la capacidad de éste para actuar por su cuenta y riesgo. Mientras que somos capaces de aseverar a viva voz que lo mejor del océano está por descubrir.

Los agujeros en la memoria nos ayudarán a una gran parte de la población a morir sin tener que recordar episodios penosos de nuestras vidas. Porque son los últimos años los que solemos perder, aquellos donde las enfermedades hacen mella, donde la pérdida de iguales es común. Quizá por ello deberíamos intentar mejorar en lo posible el aprendizaje temprano, hacer de la infancia, adolescencia y juventud un universo lleno de color, olor y sabor. Para que cuando viejos podamos reverdecer unos laureles primigenios que nos hagan llegar al ocaso con una sonrisa pícara en la cara.

Algún día la ciencia descubrirá cómo detener el deterioro neuronal del Alzheimer, de la Demencia Senil, entonces, en esos momentos, ya serán otras las enfermedades que nos superen. Afortunadamente para la raza humana, nunca seremos capaces de vencer a la muerte. Ésta, por dura que sea, es tan necesaria como la vida.

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