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jueves, 1 de julio de 2010

El color del mundo

De cuando en cuando uno observa a través de los diferentes medios de comunicación la gran diversidad de colores y olores que nos rodean. Quizá los más cercanos, los próximos, aquellos que vemos con cierta cotidianidad son demasiado conocidos. Por eso cuando uno se aventura en otras ventanas suele descubrir que hay más.

Aprovechando el mundial de fútbol no están mostrando los diferentes medios de comunicación la diversidad de Sudáfrica, en un ejercicio de “presunto interés” por la distinción de clases existente allí, inundan nuestros periódicos, nuestras televisiones con: niños jugando descalzos, con casas de hojalata, con miseria…

Uno se da cuenta de que es mucho más fácil mostrar las miserias de otros que las nuestras propias; pero aquí también juegan descalzos al fútbol, y duermen en casas similares. No, no es ese el principal problema de un país que ha vivido uno de los casos más sangrantes de segregación racial de la historia. Al menos de la historia reciente.

El problema de Sudáfrica es que después de veinte años de cambio político, la mayoría de sus recursos sigue en poder de empresas extranjeras o lideradas por líderes raciales que se han vendido por un módico precio. No es algo extraño en un continente donde el autogobierno es, a menudo, confundido con el “todo para mí”. Mandela ha habido uno, y no habrá más. El resto vivirán a su cuenta y enarbolando su bandera, mas su lucha fue solo suya.

Muchos son los que han perdido la vida en todo el mundo en aras de garantizar la igualdad a los que quedaron atrás; lamentablemente, en muchos casos, esa lucha tuvo como consecuencia la llegada al poder de líderes tribales que han masacrado al clan rival sin el menor rubor y con la complacencia de los demás.

Asomarse al universo de colores y olores que pueblan el mundo debería ser un ejercicio de aprendizaje, donde poder observar cada sociedad, cada individuo, cada tribu, de una manera totalmente aséptica, participando de su realidad social y no opinando desde nuestra visión de ciudadanos de este o aquel país.

Sólo así uno podrá disfrutar de las maravillosas telas que preparan con esmero los indígenas en las orillas del Titicaca, los ponchos bolivianos, las telas multicolor africanas, los adornos de barro de muchas tribus centroafricanas, etc. Acercarnos, asomarnos a una ventana tan excepcional como es la humanidad en su conjunto, debe hacerse desde una página lo más en blanco posible, y rellenarla entonces con los colores que uno percibe.

Existe un mundo civilizado, dicen unos, pero ¿acaso para los que nosotros llamamos incivilizados, no seremos nosotros los que lo somos? ¿Cuál es la óptica válida? La nuestra ¿por qué?

Si nos asomamos al color del mundo teniendo en cuenta los sentimientos podremos adivinar que son éstos los que nos otorgan un nombre y que con ese nombre somos lo que somos.

Llamarnos a nosotros mismos “civilización” puede ser un error… o no.

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