Quizá me podría definir así, o tal vez no, la cuestión es que puedo ser las dos cosas juntas, y también de manera individualmente.
Si echo la vista atrás y miro mi infancia todo invitaría a ser una persona introvertida, crédulo y otras muchas cosas que, por suerte, no he sido. Siempre he creído que la personalidad, para lo bueno y para lo malo, se tiene o no. Y el carácter va implícito en ello.
Mi lado escéptico me hace ver la noticias y cuanto sucede a mi alrededor con distancia, siendo partícipe de lo que pasa, pero a la vez tomando cierta distancia para analizar lo que tengo delante. Uno no puedo creerse cuanto ve o le cuentan pues las mismas cosas que a uno le parecen blancas, tal vez a mí me parezcan marrones, y viceversa.
El lado optimista me hace ver que el futuro siempre será mejor, que la crisis está camino de irse, que el amor me espera a la vuelta de la esquina, que la lotería un día tocará. Quizá no sea fácil analizar esta dualidad, pero… que aburrido sería el mundo sin controversia.
Pese a todo, a la hora de situarme en un lado o el otro, diría que soy abiertamente optimista, incluso demasiado. Sólo para algunos temas soy más escéptico.
El optimista, como diría Benedetti, guarda a menudo algo de gloria, que no es siempre la de hoy ni la de antes. Hace un nudo con las certidumbres y llena su bolsillo de poesía.
Y así es cómo quiero afrontar este futuro en ciernes que me aguarda.
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