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jueves, 1 de julio de 2010

Desaparecer a propósito

Es difícil comprender qué puede llevar a una persona a prescindir de sí misma en un momento de su vida. El universo mental que todos tenemos en nuestro cerebro está todavía tan inexplorado como el universo espacial. Por ello los simples mortales, aquellos que no disponemos de los conocimientos (si los hubiese) para entender una decisión de este calado, no podemos hacer otra cosa que acompañar a los que quedan, a los que han decidido participar en los días siguientes, en la vida que les queda.

Afrontar la pérdida de un ser querido cuando, motu propio, decide quitarse la vida es algo prácticamente imposible. Pero si estamos de acuerdo en que ningún padre debería sobrevivir a un hijo, cuando el óbito se produce por esta singular manera, el sufrimiento puede llegar a cotas imposibles.

Los por qué tienen casi siempre difícil respuesta cuando no tenemos las herramientas suficientes para hacer frente a una pregunta. Mas cuando a una pregunta no encontramos respuesta ¿qué nos queda? Casi siempre desesperación y abatimiento. Nadie comprende una decisión de este calado, nada mitiga un dolor semejante, nada puede impedir un sentimiento de culpa por lo que “pudo haber hecho”. Sólo se puede decir a los que quedan que hiciesen lo que hiciesen nada habría impedido el hecho, a no ser un encierro y ni así.

La psicología no tiene todas las respuestas a la mente, mucho menos la psiquiatría. Podemos interpretar un fallo en la sinapsis de las neuronas, un problema tumoral en una parte de nuestro cerebro, pero cuando hablamos de personas sanas que deciden terminar con su vida, nada hay que lo impida y, de momento, que lo explique. Todo son conjeturas.

Y esas conjeturas son las que debemos evitar a quien sufre una pérdida así. Pues tendremos a buscar cinco patas a un gato que siempre tendrá cuatro.

El grado de desesperación, de sufrimiento, de abatimiento de cada uno es muy difícil de evaluar, incluso para un profesional. Todos afrontamos a lo largo de nuestras vidas situaciones que nos pueden empujar a una debilidad emocional que termina por conducirnos a una depresión, a una crisis de ansiedad, al estrés… el paso siguiente, el último, el dejar de vivir, no debe de distar mucho.

Haciendo un símil entre un suicida y un psicópata asesino, diríamos que un asesino puede ser cualquiera en un momento de enajenación, pero psicópata sólo será el que no tiene sentimiento de culpa, el que aprieta el gatillo sin más. Un suicida no avisa, no deja señales, simplemente lo hace.

Por ello los que quedan deben de llorar, de lamentar la pérdida, de tratar de pasar el duelo (si son los padres no lo pasarán nunca) y deben de mirar al frente por duro que sea, asirse a dónde sea y salir. Nada cambiará lo ocurrido y cualquier explicación se tornará peregrina.

Juan J. Corral

1 comentario:

  1. Los motivos por los cuales uno decide terminar con su vida sólo los conoce el que lo lleva a cabo, sólo puedo imaginar que la desesperación llevada a límites insospechados te conduzca a ese camino.
    No tengo la dicha de ser madre, con lo cual sólo puedo deducir hasta cierto punto, lo que se puede sentir ante la pérdida de un hijo y en estas circunstancias. Una mezcla de un dolor desgarrador, rabia, impotencia y "culpa" por no haber podido evitarlo, como sino fuese suficiente el sufrimiento de que ya no está.
    Pero hay algo más, que realmente me enfurece, el "morbo" de la gente. No sé hasta que punto se es consciente o no, de que las suposiciones y habladurías contribuyen a crear más dolor. Porqué tanto daño gratuito... porqué?
    Gracias, siempre gracias...!

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