LUGARES PARA SOÑAR

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miércoles, 14 de julio de 2010

EL MUNDO PASA

Son muchos los días y las noches que me siento en el balcón de mi casa dispuesto a ver como el mundo se mueve a mí alrededor, como pasan las cosas, como se mueven de un lado a otro.

Y son muchas las cosas que van deprisa, tanto que apenas da tiempo a percibirlas; cada día tenemos más necesidad por el “ya” por el “deprisa”. Queremos las cosas para ayer, apuramos los minutos para restarle segundos. Quizá creamos, obviamente equivocados, que podemos hervir agua a 90º simplemente, por que sí.

Los niños de hoy ya no serán adolescentes, estamos empujándolos a que pasen de niños a adultos, tras un breve paso por una pubertad manirrota, quitándoles el derecho a la juventud.

Ya no esperamos la llegada de la noche para dormir, ni el alba para despertar; nuestro mundo transita sin horarios definidos, sin principio ni fin; con el único objetivo de hacerlo con la mayor premura de tiempo; obviando toda consecuencia.

¿Y cuáles son las consecuencias? Muchas, y casi todas tienen mucho que ver con lo que nos perdemos.

Maduramos a marchas forzadas a nuestros hijos, sin dejar que se lleven los golpes y magulladuras suficientes que la vida enseña, no permitimos que maduren sus conciencias con las equivocaciones de su inconsciencia. Queremos manipular sus vidas para que vivan las nuestras.

Nos perdemos el maravilloso desarrollo de la sociedad por nuestra propia necedad, al no preguntarnos más sobre nuestro mundo, sobre él por qué de las cosas.

Pocos pueden contar en primera persona, sobre todo en las grandes ciudades, cómo es el desarrollo de una planta, de una flor, de la vida natural. Casi todo lo damos por hecho, como si las rosas no precisasen espinas para resultar hermosas. Nada es porque sí.

Sí, el mundo pasa delante de nuestras narices, da giros inesperados, se pone por montera a la especie humana y ésta se cree que realmente es ella la que torea. Nos creemos capaces de todo, incluso de reventar y destrozar el mundo que conocemos, incapaces de ver que nosotros pasaremos, dejaremos este lugar y otros vendrán, pues el mundo es mundo sin el hombre y con él.

Observando lo que tengo a mí alrededor creo que hay muchos individuos que optan por dejarse hacer, por no participar de nada, por esperar a que los acontecimientos sobrevengan y los atrapen, por no interferir en el devenir de los acontecimientos; quizá, sin saberlo, sean la lacra verdadera de la sociedad.

Pero también hay muchos que quieren cambiar el curso de los acontecimientos; románticos empeñados en demostrarse a sí mismos que el esfuerzo, la oportunidad y algo de fortuna, son cualidades necesarias para cambiar el curso de las cosas, modificar el mundo que conocemos y adaptarnos a él.

Desde este, mi balcón, observo muchas más cosas; también a mi hija, a la que me gustaría ofrecerle la oportunidad de ser hermana, de ser parte de una familia mayor, para que pudiese ejercer ese liderazgo del mayor, del que va por delante. E intentar que con ello se implicase más en el cambio de lo que existe.

Son nuestros hijos nuestro futuro y es nuestro presente quien debería facilitarles el desembarco en una inmediatez que se presenta dura. Quiero enseñarle a ella una visión optimista de la vida, incluso soñadora; la realidad, empero, mostrará su cara menos halagüeña.

¡Ah el mundo! Que bello lugar para estar a pesar de nosotros mismos.

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