LUGARES PARA SOÑAR

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lunes, 21 de junio de 2010

EL OTRO LADO DE LA MENTE

Ensimismado, con los ojos perdidos en el horizonte, con la mente perdida en pasajes llenos de melancolía y tristeza. Absorto en sus propios pensamientos, víctima de sus propios miedos...toda una alegoría de la desesperación; Así se sienten muchas personas en nuestro país y en otros muchos, víctimas de la enfermedad que más congoja produce, la depresión.

Esta enfermedad del mundo desarrollado, pues en el mundo tribal no se da, convierte a personas válidas en enfermos crónicos sumidos en su propia desesperanza. Acercarse a su mundo, a ese universo gris donde los colores son tan efímeros como una estrella fugaz, no es nada sencillo. Entender una enfermedad como ésta se antoja difícil, comprender los desencadenantes neuronales y psíquicos de un deterioro como el producido por ella, no está al alcance de muchos, tampoco de quien esto escribe.

Tan sólo quiero hacer un acercamiento en primera y en tercera persona, he sido juez y parte en este proceso y puedo dar mi opinión, siempre subjetiva.

Precipitarse por la ladera de la depresión es mucho más sencillo de lo que parece, basta con que varios de los esquemas mentales que tengas en tu cabeza se desmorone, para que los asideros que te mantenían erguido te arrastren al fondo.

No se trata de una caída repentina, no hablamos de un ahora sí, ahora no; si no de un proceso lento pero constante, apenas perceptible al principio pero que desencadena al final un holocausto mental y físico brutal.

Comienzas por alejarte de los demás, por aislarte poco a poco y con cualquier pretexto de las relaciones personales, dejas de hablar con quien te rodea por temor a que no te entienda o porque inconscientemente quieres protegerlos de tu mal estar. Paralelamente vas abandonándote físicamente, te ves de una manera irreal, percibes todo cuanto te rodea de una manera negativa. La vida se convierte en una pesadilla de la que no quieres despertarte cada vez que logras dormir.

Una vez que la zozobra llega hay pocos remedios, por un lado es preciso acudir a un especialista que pueda ayudarte a salir de los malos momentos, por otro (y este quizá sea el más difícil) está el buscar en nuestro interior los resquicios de luz que nos puedan indicar el camino hacia la salida. En el primer lugar la gran mayoría acude al especialista equivocado, opta por el camino más fácil, van al médico a por pastillas; fármacos que, sin duda inhiben los síntomas, no tratan el verdadero origen de la enfermedad. Salvo casos extremos donde la medicación sea imprescindible o un buen aliado, lo normal sería recurrir a la figura del psicólogo, a intentar encontrar en nosotros mismos la solución a nuestro desasosiego. Esta es una solución compleja, pues implica, necesariamente, una cierta apertura de miras previa. Resulta imposible para muchos acercarse a un psicólogo que no le va a dar pastillas como remedio infalible.

Después, el desarrollo de la dolencia, no es igual en todas las personas; aquellos que cuentan con los suficientes recursos mentales como para asirse a cualquier saliente y volver a resurgir, lo harán en un plazo de tiempo más breve. Otros, por el contrario, serán víctimas de la enfermedad que sufren, de su propia personalidad y de la falta de recursos necesarios para salir. A éstos, les queda una dura travesía del desierto de la que no será fácil huir, pero se puede hacer.

Criticar la ingesta de fármacos puede parecer una barbaridad para quien sufre una depresión pero no es una buena solución en, al menos, la mitad de los casos; estoy convencido de que la mitad de quienes algún día hemos cruzado al otro lado de la mente podemos revertir la situación sin ansiolíticos ni antidepresivos.

Una vez que sales, no lo haces gratis, en el trayecto las muescas se habrán ido marcando en la culata de tu vida; encontrarás situaciones donde los resortes saltarán a la menor alarma, y quien sabe si volverás a verte cara a cara con lo mismo. Eso sí, de la experiencia siempre se sacan conclusiones, buenas y malas, entre ellas el saber diferenciar quién te interesa, quién no y por qué.

Desde el otro punto de vista, del que “sufre” la enfermedad de la persona allegada, del que cohabita con quien es víctima de una depresión, las cosas no son mucho mejores.

Aquí pueden darse dos circunstancias: que el acompañante entienda la enfermedad del otro o que no la entienda.

Si no la entiende la situación se hará irrespirable para los dos, se convertirá en un infierno donde uno no podrá salir de su pozo y el otro le ayudará a soterrarse más y de paso será víctima de una involución interna desencadenada por el no saber. Tenderá a decir: “tienes que sonreír” cómo si ese fuese un ejercicio fácil, como si esa fuese la solución... no es sencillo vivir así y las víctimas en estos casos son los dos, quien las sufre y quienes la vive como acompañante.

Por el contrario, quien tiene la suerte de tener a su lado a una persona que comprenda o quiera comprender la enfermedad, siempre encontrará el apoyo necesario cuando lo necesite y el espacio suficiente cuando la congoja le impida ver más allá. Comprendiendo la enfermedad, y aún triste por lo que ves, es más fácil permanecer en los diferentes puntos que debes afrontar con la persona enferma: unas veces cercano, otras alejado, otras indiferente, otras apoyando... Pese a todo y por la mucha bibliografía que hay al respecto, lo cierto es que en una depresión las víctimas siempre son todos, más quien la sufre pero no mucho menos quien la vive en tercera persona. El resultado muchas veces es una separación física y mental.

Vivimos en una sociedad donde las prisas por todo, la capacidad de influencia de los medios de comunicación, las obligaciones, las falsas necesidades, la opresión de la sociedad de consumo, los cánones absurdos... logran que vivamos en una espiral de la que muchos salen despedidos y maltrechos. Quizá deberíamos hacer una pausa, valorar las cosas en su justa medida y descartar aquellas falsas premisas que nos empujan a un abismo en el que es fácil caer y difícil salir.

El otro lado de la mente está ahí, muy cerca, podemos sentirlo en cada golpe de la vida, deberíamos tratar de conocerlo más, de ver cómo es, conocernos a nosotros mismos sería un buen principio.

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