LUGARES PARA SOÑAR

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lunes, 21 de junio de 2010

PIENSO

Corren los días y las horas. El tiempo pasa cadencioso, sin parar. Y en medio estoy yo. Observo con detenimiento cómo pasan las cosas a mí alrededor, cómo se comportan las personas que me rodean, cómo actúo yo al respecto. Y lo cierto es que para mi sorpresa, la gente no es casi nunca como dice ser.

Son malos tiempos para muchos de los valores que uno creía establecidos en occidente. Sí, ya sé que la hipocresía ha sido un pilar de muchas sociedades, pero eso no quita que la pérdida constante e importante de muchas buenas costumbres hagan qué, en ocasiones, me sienta un tanto incómodo.

Los “buenos días”, las frases amables, la cortesía, la sonrisa... todas estas características que formaban parte de la sociedad de bienestar (incluso antes) se han transformado de pronto en gestos adustos, miradas desconfiadas y mala educación.

Las generaciones que estamos formando, en su gran mayoría, llevan camino de convertir su futura sociedad en un conglomerado de intereses individuales que prevalecerán sobre el colectivo. A pesar de que, hoy, hay quién sostiene que vivimos en el individualismo; lo cierto es que es una falsedad manifiesta.

Formamos parte de una sociedad globalizada, donde un estornudo en el mercado de valores de Tokio, trae como consecuencia la gripe en las bolsas europeas y una neumonía fulminante en los países en vías de desarrollo. Hoy estamos ante un mundo donde todo se mueve en lo colectivo, donde nunca más que ahora los movimientos de masas son importantes. Lo ingrato de esta sociedad, que está en vías de fracasar, es que la hemos creado nosotros sobre la base de unos valores determinados y en tan sólo los últimos diez años, aquellos valores que determinaron los comportamientos sociales que llevaron a, entre otros muchos, la caída del telón de acero, los hemos cambiado por dosis elevadas de vanidad.

El futuro que depara a nuestros hijos es poco halagüeño, por el camino que vamos dejaremos un legado ínfimo, en tanto en cuanto estamos alejando a nuestros jóvenes de una formación fundamental en el desarrollo de todas las sociedades; en los últimos veinte años hemos dejado de lado las humanidades para formar única y exclusivamente en materias técnicas. El resultado será una sociedad muy parecida a la que Orwel imaginó en su “1984”. Él la publicó en 1948, poco más de 60 años hemos tardado en dar la razón a un visionario próximo a Julio Verne.

La cuestión está en si queremos o no cambiar el curso de la historia, la cuestión es si queremos pasar por este mundo viendo pasar las horas o queremos dejar nuestra impronta en algún lado, aunque sea en un tronco de árbol como antaño hacían los enamorados.

Tengo una hija de cinco años, pretendo que cuando sea adulta sepa distinguir lo que está bien de lo que está mal. Lo correcto de lo incorrecto. Para ello no voy a machacarla con clases maestras de comportamiento, pero si trataré de poner a su alcance tanta información y cultura como pueda tener. Creen hoy muchos padres que las escuelas deben educar a sus hijos, craso error éste el pensar que un profesor debe suplantar la figura de un padre. En las escuelas se forma y en casa se educa.

Lamentablemente para nuestros hijos, en las escuelas de hoy en día, la formación que se da es escasa, demasiado tamizada y sobre todo falta de conceptos. Y cuando se pretenden instaurar unos mínimos, hay quien los recurre en los tribunales. La historia, torticera ella, nos dice que le mundo se ha desarrollado en base a técnicos que desarrollaban infraestructuras, mano de obra que la realizaba pero sobre todo, gracias aquellos que hicieron del pensamiento un modo de vida, los que un día decidieron arriesgar sus vidas (en un tiempo), su prestigio (en otros momentos), hemos sido capaces de inventar cosas más asombrosas que el dvd, el coche, el televisor de plasma, etc. Gracias a los pensadores, teólogos, ideólogos, soñadores... creamos cosas como la democracia, el respeto, la capacidad de dialogar, la retórica, la capacidad de rectificar... Y todo ello se está marchando por el sumidero delante de nuestras narices. Y, a mí, me duele.

Estamos en la era tecnológica, en la era de los hitos industriales, pero también estamos en la era de la falta de principios. Como muestra un botón, observemos cualquiera de las guerras que existen en estos momentos (no menos de treinta) y comparémoslas con las de hace 100 años y descubriremos que los “daños colaterales” no tenían la magnitud de hoy día. Ahora se mira para otro lado, o se inventan palabras como estas para desvirtuar un comportamiento indolente y brutal de quien ostenta el poder, en este caso de las armas.

Decía el Che, que un pueblo sin formación es un pueblo manipulable, y seguro que no se equivocaba, pero es a través del pensamiento y los razonamientos como se llega a una solución. Un pensamiento mueve el mundo, una chip, tan sólo máquinas.

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