LUGARES PARA SOÑAR

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lunes, 21 de junio de 2010

Mi cuerpo me tiene manía

Y he llegado a esta conclusión yo sólo. Después de casi cuarenta años observando como mi cuerpo se ha ido transformando me he dado cuenta de que éste, me tiene manía.
Recuerdo, desde donde tengo memoria, que era yo pequeño y veía mi cuerpo como un conjunto de articulaciones un tanto flojas, que se peleaban entre sí por no dejar desmadejado mi cuerpo. Era bastante patoso y con una especial habilidad para caerme al suelo. Sin contar que tenía tendencia a bajar las escaleras de una vez, como si los escalones fuesen uno solo.
Cuando tenía once o doce años no hacía otra cosa que mirarme el cuerpo en busca de esos pelillos que no tenía; buscaba como un poseso el primer atisbo de pelo en mis axilas, en mi pecho y como no…allí. Y mi cuerpo me decía que no, que no era el momento. Como compensación me ofrecía un conjunto de pelusilla rubia, casi incolora, nada perceptible y que llenaba mi mente de insatisfacción.
En cuanto pasaron unos años, lo que parecía increíble sucedió, ya tenía pelos allí… y también alguna sombra en el pecho, como contraprestación tenía una cara de niño pequeño inadmisible; ya no es que no tuviese nada que afeitar, es que parecía un indio con la cara sin un solo pelo. Mis amigos por entonces ya comenzaban a afeitarse, yo no, o cuando lo hacía, era para gastar espuma inútilmente.
Llega uno al instituto con la pretensión de presentar entre las féminas un cuerpo más o menos desarrollado, una altura destacable y ganas de agradar, ante los compañeros tu deseo es mostrar un cuerpo con más pelo. La realidad, como casi siempre te da dos leches en la cara. Sigues con la cara de indio, con los dientes de mala calidad, con poco pelo donde quisieras y con el cuerpo desarrollándose a su bola: pies grandes, manos grandes, lo otro…no, lo otro a tu aire.
Ya cuando te vas sintiendo un hombre desarrollado, cuando dejas atrás los veinte y te encaminas hacia el desarrollo pleno, cuando tu barba ya está patente, cuando eres alto, tus rasgos se masculinizan, cuando tienes confianza en tu persona…va el cuerpo y decide que tienes que tener canas en la barba, que el pelo cada día mengua un poco más en tu cabeza, a la misma velocidad que crece en tu espalda…
Llegados los treinta y tantos, dejado atrás el período de deportista, de cuerpo sujeto por sí mismo, de fortaleza física… un buen día te miras en el espejo, desnudo tras salir de la ducha y ves que alrededor de tu cintura se ha ido acumulando una suerte de cinturón, que el pelo está en paradero desconocido, que las canas no son novedad, que la novedad sería un pelo negro. Tu espalda necesita un rasurado con más frecuencia que tu cabeza y te preguntas por qué tu cuerpo te tiene manía.
Ahora que tienes la cabeza en su sitio, que sabes qué hacer, por qué y para qué, resulta que debes preocuparte por que tu cuerpo no siga ganándote la partida.
Lo dicho, mi cuerpo me tiene manía. Por eso he decidido que no le haré más caso, que lo miraré en el espejo y en lugar de abatirme por su presencia, me haré el loco y haré como que no es él. A fin de cuentas irá a peor.

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