LUGARES PARA SOÑAR

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lunes, 21 de junio de 2010

LA SOLEDAD DEL SOLDADO

En estos días he estado reflexionando sobre el mundo militar, sobre las contiendas que se han producido a lo largo de los siglos, sobre la mucha literatura que rodea siempre un conflicto bélico. También de me he parado a pensar en lo absurdo de las guerras, en lo interesantes que son para unos pocos; unos pocos capaces de llevar a la muerte a otros muchos tan sólo por el mero interés económico. Y en medio de esta reflexión me encontraba cuando me he querido detener en la soledad del soldado.
Un soldado, inmerso en un conflicto bélico, rodeado de compañeros, de mandos, de enemigos....siempre está en soledad.
Cuando uno se alista voluntario en un ejército, cuando decide someterse a una disciplina militar, sabe que está dando un paso hacia delante hacia la sinrazón, hacia el no preguntar, hacia él dejar de existir como individuo y pasar a formar parte de otro cuerpo. Ese cuerpo no es otro el cuerpo del ejército, ese todopoderoso organismo inherente a todo país que se precie, que es el eje sobre el cual pivotan no pocas naciones.
Ser soldado implica tres cosas fundamentales: La renuncia al yo individual, la asunción de unos valores muchas veces alejados de los propios, y el deber de respetar al superior. Por el camino se han perdido muchos valores de otras épocas que ahora harían reír a cualquier mentecato salido de una academia militar. Hoy se habla de daños colaterales, se destruyen países para poder reconstruirlos luego, de ensayar armas con civiles que nada tienen que ver con la vida castrense.... eso sí, en nombre de la libertad.
Estaba yo en ello, como decía, y me imaginaba a mi soldado inmerso en una lucha en un país alejado del suyo, donde todos te quieren ver muerto o lejos; dónde la cordialidad del día a día se limita al saludo marcial al levantarte y al acostarte. Perdido en algún lugar del mundo, defendiendo la vida de otros y la suya propia a consta de la vida de otros, muchos de ellos inocentes, que jamás le han llamado para que les defendiese o que jamás le han ofendido como para ser atacados.
Ahí, sentado tras un muro, con el fusil en la mano, con el pinganillo bramando órdenes cruzadas, música a toda leche...absorto en sus propios pensamientos, con lágrimas en los ojos, derramadas por las vidas aniquiladas y los nervios estresantes que empiezan a provocar temblores incontenibles en las manos.
Un soldado que se pregunta qué hace allí, por qué dispara sin preguntar, por qué se siente perdido en medio de los suyos. Y llega a la conclusión de que los valores, en una guerra son dos, vivir y matar. Que después llegará el descanso, tal vez eterno, y tras ese descanso el enfrentamiento con la realidad. Una verdad que se mostrará fría, dolorosa, que tal vez le impida reintegrarse a la que fue su sociedad, con normalidad.
En cualquier conflicto armado se producen situaciones de estrés mental y físico. Y la mayoría de quienes sobreviven a estas situaciones se convierten, sin saberlo, en adictos a ellas. Mi soldado, como muchos otros, que ha sentido la soledad en la guerra, se sentirá todavía más sólo en la paz.
Y terminará por querer reemprender la lucha armada, para poder escapar de su propia lucha interna. Esa lucha que le lleva continuamente a hacerse preguntas en su casa referente a la incomprensión de la sociedad que le ha empujado a la guerra, para entender las acciones que allí se dan.
Finalmente mi soldado, deja de pensar, se convierte en un ser doliente que calma su dolor con la furia de las armas, con la sinrazón de las guerras, con la frialdad del psicópata en el que puede llegar a convertirse si no es capaz de distinguir el bien del mal.

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