LUGARES PARA SOÑAR

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lunes, 21 de junio de 2010

TEOLOGÍA

El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo; y yo temía y creía.

Han pasado los años. Yo ya no temo ni creso. Y en todo caso, pienso, si merezco se asado en la parilla, a eterno fuego lento, que así sea. Así me salvaré del purgatorio, que estará lleno de horribles turistas de la clase media; y al fin y al cabo, se hará justicia.

Sinceramente: merecer, merezco. Nunca he matado a nadie, es verdad, pero ha sido por falta de coraje o de tiempo, y no por falta de ganas. No voy a misa los domingos, ni fiestas de guardar. He codiciado a casi todas las mujeres de mis prójimos, salvo a las feas, y por tanto he violado, al menos en intención, la propiedad privada que dios en persona sacralizó en las tablas de Moisés: “no codiciarás a la mujer de tu prójimo, ni a su toro, ni a su asno…” Y por si fuera poco, con premeditación y alevosía he cometido el acto del amor sin el noble propósito de reproducir la mano de obra. Yo bien sé que el pecado carnal está mal visto en el alto cielo; pero sospecho que Dios condena lo que ignora.

Cuanta razón hay en estas palabras, cuanta manipulación oculta tras las diferentes manifestaciones religiosas. ¿Acaso el hombre precisa en realidad que le manipulen hasta el límite de coartar su natural manera de ser?¿por qué ese empeño de los religiosos de entorpecer el contacto humano y el amor? Tal vez habría que ver qué se esconde en la doblez de las personas que un buen día idearon una manera de manejar a las masas de esta manera.

Galeano termina su texto manifestando que posiblemente Dios condena lo que ignora; yo añadiría que quizá Dios no exista, que es posible que la manipulación llegue de manos, precisamente, de quien conoce de primera mano estos actos y se siente sucio en su conciencia por haberlos hecho. Nada hay de malo en el contacto carnal, nada hay de malo en el carecer de fe, nada hay de malo en obviar uno tras otro unos preceptos, ajados por el paso del tiempo y atados, con nudos de siete vueltas a los miedos atávicos que han sido marcados a fuego con el paso de los siglos.

La religión, que un día Nietzsche denominó opio del pueblo, es necesaria única y exclusivamente porque el ser humano es fácilmente manipulable cuando carece de la cultura suficiente para defenderse de los argumentos fantásticos de quienes dicen poseer una alta formación. La religión, como la conocemos, no es más que el resultado de la manipulación de unas determinadas élites, en otros tiempos, para someter a las masas mayoritarias con el mínimo esfuerzo.

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