LUGARES PARA SOÑAR

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cerrar lo ojos y sentir

lunes, 21 de junio de 2010

Y me he despertado

Cuando he llegado a la fiesta tú aún no estabas allí; rodeado de mis amigos me sentía cómodo; escuchaba las cosas que Miguel nos contaba de su trabajo, me reía con las ocurrencias de Javier; Rosa seguía como siempre, con sus formas y maneras de hablar y ese lenguaje de locos que usa...y en esas estaba cuando tú, decidiste alterar el normal desarrollo de las cosas.
No era la primera vez que nos veíamos, hacía unos pocos dias que nuestras miradas se cruzaran cerca de nuestro lugar de trabajo, casi ni me miraste... o sí. Fuese como fuese, lo cierto es que desde tu entrada no dejamos de mirarnos. Sonreías a tus amigos, repartías saludos con los osados que iban a conocerte, en un momento incluso te tropezaste con el segundo escalón del comedor. Ese vestido de satén negro que llevabas entonces, insinuaba tu cuerpo en cada pliegue.
Cuando decidiste pasar a mi lado, el corazón comenzó a latir de una manera inusitada, la presión parecía querer salirse de mi cuerpo, fue necesario que me retirase al exterior. Al rato, cuando los latidos se habían vuelto normales, regresé al interior. Y allí estabas de nuevo tú, observándome.
Sin esperar nada por mi parte, mirándome giraste levemente tu cabeza indicándome el segundo piso; con paso lento pero firme te alejaste de tus amigos para emprender el viaje de tu vida. Tan sólo habías alcanzado el cuarto escalón cuando, desde el centro de la pista, comencé un inexorable camino hacia tu encuentro. El vaivén de tus caderas provocaba en mí un ardor que me corrompía interiormente.
Casi al final de la escalera te perdí de vista, en lo oscuro del pasillo no se atisvaba nada, sin embargo allí estabas tú. En el alfeizar de la puerta de una pequeña sala, sin girarte hacia mí, respirando cansadamente por el esfuerzo de la subida.
Mi cuerpo, como un junco en el movimiento del viento y las mareas, se estremecía. Me acerqué a tí, lentamente, hasta situarme justamente a tu espalda. Tu mano derecha alcazó el pelo a la altura de la nuca, apartándolo tu mano me indicaba el camino de una cremallera que habría de bajar.
Mis dedos, otrora torpes, se mostraban hábiles deslizando la cremallera hacia el fondo. Tu vestido, el mismo que hacía unos minutos insinuaba un hermoso cuerpo, se mostraba ante mí con la belleza sublime que no esperaba.
En el interior de la estancia, dos sillas y una mesa; ni un sólo cuadro en la pared. Para enconces te giraste hacia mi señalándome con la mano una de las sillas. Me senté, tu comenzaste ese juego maravilloso en el que tu mano se encontró con mi pantalón, aflojándolo de inmediato y liberando de su opresión a un sexo, el mío, que para entonces apenas era capaz de reposar breves instantes entre fiesta y fiesta.
Con la torpeza de quien se ve nervioso y falto de experiencia, mis manos buscaron tus pechos hasta encontrarlos, mi boca tus lóbulos... girándote y situándo tus nalgas junto a mi sexo comencé a pellizcar ligeramente tus pezones; ya apuntando firmemente al frente.
Entonces, al ritmo de la melodía que podíamos escuchar de fondo, separaste ligeramente las piernas, inclinándote hacia delante hasta que tu hermoso culo, prieto y duro se me ofrecía de manera provocativa. Busqué con mis manos tus nalgas y acaricié una y otra vez tu hermoso culo. Gemías, respirabas a un ritmo elevado; mi cuerpo no soportaba tanta presión, debía salir de dónde estaba.
Volviéndote sobre tí misma y empujándome sobre una de las sillas, me obligaste a sentarme, con el miembro iniesto por el deseo. A orcajadas sobre mí comenzaste un lento trote que derivaba instantes después en un lagro e intenso galope tendido. Hasta llegar al culmen del momento y en los últimos extertores de aquella carrera placentera.
Los latidos de nuestros corazones se mezclaban entonces en una carrera desbocada, donde no había ganado nadie, donde nadie había perdido, donde el olor a sexo se podía mascar. Comencé entonces a buscar un lugar donde descansar horizontalmente, me fuí a la habitación contigua, donde encontré una cama, donde nos quedamos dormidos como niños.
Te buscaba en la cama cuando escuché un golpe fuerte y me he despertado sobresaltado, porque tú no estabas, porque no habías estado nunca, sólo eras mi sueño.

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