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lunes, 21 de junio de 2010

LA CRUDA REALIDAD

Esta frase tan popular en nuestros días no deja de ser una verdad como un templo. Cada día de nuestra existencia asistimos a los avatares que la vida nos trae, unas veces como meros observadores otras como parte de un todo.

No es sencillo asumir una situación compleja, en la que la pérdida de un ser querido asoma a nuestro día a día como algo irremediable, cuando tienes la certeza de la proximidad del óbito.

Siempre es duro perder a quien se quiere, asumir la ausencia de quien te ha dado mucho o de quien se ha quedado sin poder disfrutar de lo mucho que le habrías dado. Cuando la enfermedad azota a quien quieres, a quién ha sido guía en muchos momentos de tu vida, y sabes que su fin está próximo debes de ser positivo debes de ver más allá del dolor momentáneo y dejar a un lado tu dolor para disfrutar de la posibilidad de despedirte de él.

La cruda realidad a la que una persona vuelve cuando, en un instante inesperado, pierde a su ser más querido o a uno de ellos, no es nunca comparable con el dolor que puede causar una muerte anunciada y de la que tienes tiempo para interiorizar.

El ser humano analiza sus constantes muchas veces por comparación, comparamos nuestra situación con la de los demás para vanagloriarnos de estar mejor que ellos, o para darnos a nosotros mismos lástima con respecto de la buenaventura de los demás. Cuando la muerte acecha y ronda nuestra unidad familiar, cuando somos conscientes de que ésta está próxima tenemos dos maneras de actuar: la primera no asumiendo lo que sucede, actuar de una manera irracional y hacer como si nada estuviese pasando, como si nada alterase nuestro día a día; la segunda es asumiendo que el suceso llegará, que está próximo y que debemos dejar marchar a la persona en paz y sobre todo quedar nosotros en paz con ella.

Muchas personas optan por la primera vía con el pretexto de no hacerle pasar al enfermo un mal trago, por hacerle la vida más llevadera, por…. Y es mentira, porque lo único que buscan es no afrontar su propia realidad con la del enfermo. Pues éste siempre es consciente de que se está marchando. Deberíamos aprender mucho de las tribus que no han tenido mucho contacto con nuestra civilización y por tanto desconocen el significado de la palabra expiación, ellos no temen acercarse al que está próximo a fallecer e irse despidiendo de él con total naturalidad, afrontando el día a día como uno más. Sí, te vas a morir, pero tranquilo, quedamos bien y necesitamos de ti hasta el final… así, quizá afrontar la muerte sería más sencillo.

La cruda realidad se instala al día siguiente, cuando la ausencia ya es patente, cuando no está. Si uno se ha despedido tranquilamente, si uno a podido mirar a los ojos y llorar con la persona, si uno ha podido ser franco en el lecho de muerte de alguien, entonces ambos quedarán tranquilos: el fallecido porque simplemente se ha muerto, y el que queda porque ha podido exteriorizar aquello que podía oprimirle.

El duelo será más corto en tanto en cuanto la despedida haya sido mejor

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